juan vicente boo / madrid
Día 16/03/2013 -
14.41h
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·
El Papa
convierte en fiesta de familia su encuentro con los cardenales
Reuters
El Papa Francisco saluda al cardenal italiano Tarcisio Bertone.
El Papa
Francisco fue elegido «por una mayoría
amplia, yo diría por una mayoría abrumadora», en palabras del cardenal italiano
Giovanni Battista Re, presidente de las reuniones en la Capilla Sixtina.
Los purpurados italianos tienen una mayor flexibilidad a
la hora de interpretar el juramento de secreto, sobre todo, si hablan con
diarios como el «Eco di Bérgamo», cercano a la ciudad natal.
En una entrevista con Emanuele Roncalli, sobrino nieto de
Juan XXIII, el cardenal Re manifestó que «el hecho de que el quorum de
dos tercios haya sido abundantemente superado indica que la Iglesia está unida.
Puede haber diferencias pero, al final, los números indican
que el elegido ha logrado un consenso grande por no decir aclamación».
El purpurado lombardo recibió ayer, durante el encuentro
del Papa con los cardenales, un afectuoso agradecimiento del Papa Francisco,
quien dio las gracias «al queridísimo cardenal Giovanni Battista Re, que ha
hecho de jefe nuestro durante el Cónclave.
El cardenal añadió en su entrevista que el Papa recién
elegido «se mostró en todo momento sereno y seguro.
Estaba tranquilo».
Cuando Giovanni Battista Re, como prelado de mayor rango
en la Capilla Sixtina le preguntó el nombre que deseaba, «no tuvo ninguna duda:
«me llamaré Francisco», explicando que deseaba adoptar ese nombre en
honor de san Francisco de Asís».
Origen italiano
Re hablaba con el legítimo orgullo de los italianos
serios del Norte y una satisfacción casi familiar pues «Bergoglio es de origen
italiano. Sus padres eran piamonteses.
Yo diría que es un argentino con corazón italiano».
Italiano o argentino, el Papa Francisco desbordo corazón
durante su encuentro con los cardenales.
Era una audiencia formal pero se convirtió en una fiesta
de familia.
El Papa llegó todavía con la sotana blanca de cuello demasiado ancho, con
sus zapatos negros cómodos, de hombre que camina mucho, su cruz de metal
oscuro, y sus gafas de patillas demasiado cortas, que le resbalan por la nariz
cuando lee y tiene que subir una y otra vez para que no se caigan.
Era la imagen de una bondad sencilla.
Comenzó su discurso con inmenso cariño «a mi venerado
predecesor Benedicto XVI, que ha enriquecido y reforzado la Iglesia con su magisterio, su bondad,
su liderazgo, su fe, su humildad y su mansedumbre».
Habló largo y tendido de Benedicto XVI con amor filial, con el mismo entusiasmo dedicado al «clima de cordialidad
y el aumento de nuestro conocimiento recíproco» durante los días del Cónclave, en que se ha vivido «esa amistad y esa cercanía que nos harán tanto bien
a todos».
El Papa llevaba en su mano varios folios pero sus mejores
comentarios eran los que añadía directamente, como la exhortación a «no ceder
jamás al pesimismo, a esa amargura que el diablo nos propone cada día».
Entre los ciento cincuenta purpurados se encontraban
también los mayores de ochenta años, y el Papa Francisco reconoció que
«la mitad de nosotros estamos en la vejez, pero la vejez es la sede de la
sabiduría.
Por eso los ancianos Simeón y Ana supieron reconocer a
Jesús».
Y citó en alemán el verso de un poeta: «la vejez es el
tiempo de la tranquilidad y la oración».
Concluyó con una invitación a la esperanza de que «un día
veremos el rostro hermosísimo de Jesucristo resucitado», y una plegaria a
«María, Madre de la Iglesia, a quien confío mi ministerio y el vuestro».
Media hora de
saludos.
Su discurso -mitad leído, mitad sin papeles- era
afectuoso y paternal.
Se podría decir que el famoso anuncio de «Habemus
Papam!», una antigua palabra egipcia que significa «padre», es hoy más cierto
que nunca.
Después de impartir la bendición, Francisco fue
recibiendo el saludo y los abrazos de cada uno de los cardenales, permaneciendo
en pie durante media hora.
Con la mayoría, el saludo era un intercambio de bromas y
anécdotas.
El Papa y el cardenal de turno hablaban cogidos de las
manos o de los brazos, y reían a carcajadas.
No había ninguna rigidez.
Tres o cuatro cardenales aprovecharon ese momento para
exponerle algún problema, y el rostro del Papa se volvía serio.
A algunos les dio una respuesta al oído.
A otros les pidió que le escribiesen para abordar el
asunto de modo más detallado.
Fiesta de
familia
Era un momento de fiesta de familia, pero también de
gobierno, como se vio en el modo en que daba instrucciones al cardenal
canadiense Marc Ouellet, responsable de los Obispos durante estos últimos años
y buen amigo suyo.
Era un Papa «padre», pero también un Papa que gobernaba y
que habló a un par de purpurados con relativa severidad.
Ellos sabrán por qué.
Francisco se enternecía con los enfermos como el cardenal
indio Ivan Días, a quien besó el anillo afectuosamente, y con los cardenales
africanos, varios de los cuales le pidieron que bendijese objetos de devoción
como rosarios, cruces y estampas para llevarse de vuelta.
El sudafricano Wilfrid Fox Napier, en cambio, le regaló
una de las pulseras de goma elástica, color amarillo limón, hechas por
sacerdotes de su diócesis para el Año de la Fe.
En el texto se lee «Credo, Domine», («Creo, Señor»).
El Papa le sonrió, y se la puso inmediatamente en la
muñeca derecha.
Desde el primer momento, el Papa Francisco muestra una
llamativa tranquilidad.
Al mismo tiempo, se nota que es enérgico.
Con las personas habla sin prisa.
Pero, en cambio, camina rápido.
Se diría que sabe claramente a dónde va.
El mundo lo descubrirá muy pronto.
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