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ACEPRENSA
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8.MAY.2012
A lo largo de la campaña electoral francesa no han
faltado referencias a cuestiones relativas a la familia y a la educación, como
también a los cuidados paliativos y la eutanasia, sin olvidar los derechos de
los homosexuales. Pero los dos principales candidatos supieron esquivar los
puntos más delicados.
De hecho, cuando los periódicos publicaban en vísperas
del voto definitivo cuadros con las diferencias entre Sarkozy y Hollande en
cuestiones cruciales, no incluían la política familiar ni la postura del Estado
ante el hecho religioso. Ambas han sido muy debatidas en Francia en los últimos
meses, sobre todo, como consecuencia de la creciente presencia pública del
Islam, la segunda religión de Francia.
Ya al final de la campaña, el diario Le Monde (3-05-2012) publicó un
expresivo artículo, que resumía el apoyo a Hollande de personalidades laicistas
conocidas, como la “misionera del laicismo” Caroline Fourest (así se ha firmado
ella alguna vez). El apoyo respondía a la carta que el entonces candidato
dirigió al conjunto de asociaciones reunidas en el Comité nacional de acción
laica (CNAL), con fecha 16 de abril.
La línea anunciada por François Hollande es radicalmente
opuesta a la llamada laicidad positiva practicada por Nicolas Sarkozy. Se
propone constitucionalizar los dos primeros artículos de la ley de separación
de Iglesia y Estado de 1905, comenzando por aplicarla sin admitir excepción
alguna, de las muchas que se han ido promulgando a lo largo de los años como
consecuencia de necesidades obvias: por ejemplo, la construcción de un
cementerio municipal sólo para musulmanes en Estrasburgo, realizada por un
alcalde socialista…
Posibles
conflictos con la enseñanza concertada
El nuevo presidente francés se jacta de no haber
instrumentalizado a ninguna religión en su campaña. Excepto –se podría
matizarle– a la del fundamentalismo laicista. Su carta al CNAL, de tres
páginas, no tiene desperdicio. En concreto, se compromete a rehacer los
decretos y circulares de aplicación de la ley Carle de 2009, que, bajo
condiciones precisas, obliga a los ayuntamientos a pagar los gastos de
escolaridad de un alumno de su municipio incluso si acude a un establecimiento
no público de otra ciudad. De esta medida se benefician actualmente unos
250.000 estudiantes.
En ese documento afirma que derogará el decreto, también de 2009, sobre
reconocimiento de los títulos otorgados por los Institutos universitarios
católicos de enseñanza superior en Francia, en virtud de un acuerdo pactado con
el Vaticano. En pasant, parece también decidido a someter a un
“imperativo de ‘mixité (scolaire)’ a las dotaciones de los centros,
‘comprendidos los de la enseñanza privada’”. Como era previsible, la creación
en cinco años de 60.000 puestos docentes –¿será posible financiarla?– afectará
sólo a escuelas públicas, no al equivalente a los centros concertados, en su
gran mayoría católicos.
Si el jacobinismo real de Hollande –oculto tras una
imagen de normalidad– le lleva a un arcaico laicismo, puede darle alas también
para reformar el Código de Napoleón. No se atrevieron a tanto François
Mitterrand ni Lionel Jospin. En su programa figura reconocer las uniones
homosexuales como matrimonio, con el correspondiente derecho de adopción, y una
ley de eutanasia.
Como informó La Croix el 2 de mayo, al tener conocimiento de esa
carta de Hollande, responsables católicos tomaron contacto con miembros del
equipo de Hollande. Les recordaron que “la ley Carle fue un compromiso
alcanzado para preservar la paz escolar y superar un viejo conflicto. La supresión
pondría en peligro el equilibrio financiero de cierto número de centros
católicos”.
Por su parte, la presidente de la Asociación de padres de
alumnos de la enseñanza libre (Apel), Béatrice Barraud, envió a sus miembros un
mensaje para advertirles que veía un serio “peligro de esta libertad
fundamental que es la libertad de enseñanza”. En la mente de los mayores, surge
el recuerdo de la magna manifestación en París contra Ley Savary el 24 de junio
de 1984, tres años después de la elección de François Mitterrand, que sirvió
justamente para frenar la deriva autoritaria del primer presidente socialista.
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