domingo, 13 de enero de 2013

Testimonio vocacional del Padre Carlos Moreno Marrón





Dios la había estado regando

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P. Carlos Moreno Marrón L.C.
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«Y dejaron en seguida La Barca y a su padre, y lo siguieron»

(Mt 4,22)
Hablar de mi vocación es hablar también de la vocación de mis hermanos y en definitiva de la vocación de toda la familia. A alguien he escuchado que mi papá de pequeño quiso ser sacerdote pero no pudo. Sin embargo, Dios quiso llamar a cada uno de sus cinco hijos e invitarlos a seguirlo por la vía del sacerdocio, ya sea diocesano o religioso. Incluso también una de mis hermanas estuvo algunos años de religiosa. Solamente la más pequeña no recibió la llamada a la consagración de la propia vida a Dios. 

Por eso suelo decir que nuestra vocación ya estaba presagiada en el evangelio según san Mateo, donde dice que “dejaron enseguida la barca y a su padre” para seguir a Jesús, y eso fue los que mis hermanos y yo hemos hecho: hemos dejado nuestro pueblo (La Barca) y a nuestro padre, y hemos seguido a Jesús. 

Posteriormente por diversos motivos varios de mis hermanos descubrieron que Dios no los llamaba al sacerdocio o a la vida religiosa y actualmente seguimos solamente un hermano menor y un servidor, ambos como legionarios de Cristo. 

Los inicios

Eran altas horas de la noche del 24 de noviembre de 1981, casi por estrenar un nuevo día, cuando mi llanto rompió la tensión y la espera que reinaban en aquel cuarto del hospital del Sagrado Corazón en La Barca, Jalisco. 

Aunque sinceramente no tengo la más remota memoria de estos eventos, al menos me puedo explicar el porqué se me dan los trabajos hasta muy avanzada la noche, puesto que ya desde pequeño se me facilitó la actividad a esas horas nocturnas.

Mis hermanos mayores (Jorge y Pedro) tenían cinco y cuatro años, y luego tuve que esperar otros cuatro años para recibir a mi hermanita (María Guadalupe), y dos años después de ella siguieron los últimos tres, uno por año, dos varones (José de Jesús y Daniel) y una mujer (Luz Angélica). 

Así que en total hacemos un número de perfección: siete, cinco hombres y dos mujeres.

Antes de que pasaran los tres primeros meses de mi existencia recibí el gran don de llegar a ser hijo de Dios por medio del bautismo, el 7 de febrero de 1982.

Primera infancia

De los primeros años de mi infancia guardo pocos recuerdos concretos. Era un niño tranquilo y reservado, por lo general evitaba meterme en problemas; y si alguna vez me metía en ellos rápidamente me las ingeniaba para evitar las consecuencias negativas que de ellos se pudieran seguir.

Mis relaciones con mis hermanos eran fraternalmente normales: diversiones, aventuras y travesuras juntos, la negociación de los permisos con los papás, los juegos en la calle con los 


demás niños del barrio y no podían faltar también las peleas fraternas, los llantos, quejas y acusaciones que solían terminar con el uso del cinturón, por parte de mi papá, para enmendar lo malo e incentivar a crecer en la virtud.

Tampoco estuvieron ausentes las motivaciones, amonestaciones, consejos y cariño materno, junto con la presencia paterna cercana que normalmente ejercía su autoridad moviéndonos por el amor y el respeto, y cuando estos no bastaban se recurría a la motivación del premio, de la obtención del permiso largamente anhelado; o al temor del castigo, o de la negación de los permisos.


Cuatro años me separan de mi próximo hermano hacia arriba y cuatro años de la hermana que me sigue, por lo que en los juegos con los grandes normalmente yo salía perdiendo; y con mi hermana no me gustaba jugar a las barbies, aunque a veces jugaba con ella a las comiditas (y aprovechaba para comerme sus golosinas…). 

Por tal motivo muchas veces jugaba yo solo creando todos los escenarios imaginables que un niño puede realizar en un corral con diversas plantas, lonas, plásticos, cables, ladrillos, agua… cualquier cosa servía para ambientar el entretenimiento. 

Además de mis juegos solitarios solía juntarme mucho con dos primos que somos de la edad, uno se llama Víctor, con quien trataba sobre todo en la escuela; y el otro Ricardo, con quien pasaba la mayoría de mis aventuras infantiles y recientemente pude traer muchos de esos recuerdos a la memoria al ir viendo una gran cantidad de fotos antiguas en las que aparecemos juntos.

Ni devociones extrañas, ni revelaciones místicas

La vida espiritual de la familia era sencilla. Participábamos en la misa dominical: los más grandes iban a misa con los papás temprano por la mañana y después se hacían las compras en el mercado; los pequeños se levantaban más tarde e iban a misa de once con una tía; y después para la comida y el resto de la tarde solíamos tener una salida al campo para convivir en familia con mi abuelita, los tíos y primos por parte de mi mamá. Fueron momentos que atesoro con mucha gratitud por el gran espíritu de unidad familiar que reinaba.

Un recuerdo que tengo muy presente de esas misas dominicales era ver cómo mi mamá me enseñó, con el ejemplo, lo que es la oración personal, al quedarse recogida y de rodillas algunos minutos después de la misa hablando íntimamente con Cristo para agradecerle por la comunión.  

Además de la misa dominical, muchos días entre semana nos poníamos a rezar el rosario todos en familia. 

Sólo hasta haber terminado el rosario podíamos ver las caricaturas o salir a jugar a la calle.

Al finalizar cuarto año de primaria tuve la gracia de recibir por primera vez a Cristo Eucaristía el 15 de julio de 1991, un día antes de la festividad de Nuestra Señora del Carmen. 

Éramos un grupo pequeño de como 10 niños, hombres sólo éramos mi primo Ricardo y yo. 

 La catequista Lupita Esquivel nos daba las clases en su casa y además de la teoría sobre todo aprendí a valorar la Eucaristía y a aprovechar los momentos después de la comunión para hablar con Cristo y agradecerle por venir a mi corazón.

También tuve que estudiar

Realicé mi kinder y primaria en un colegio dirigido por las Siervas de Jesús Sacramentado. 

Como nací en noviembre y las clases comenzaban en septiembre tuve que esperarme para poder ingresar al kinder, pero como demostré gran progreso en las lecciones mi mamá se las arregló y me adelantaron al siguiente curso a mitad de año, por lo que hice dos años en uno. 

En primero de primaria tuve por maestra a la Madre Josefina Baltazar, S.J.S. de la que guardo recuerdos muy gratos y la impronta que ha dejado en mi formación, no sólo intelectual, sino espiritual y humana, ha sido muy honda. 

Posteriormente cuando ingresé al seminario siempre me apoyó con sus consejos y su oración; y sus plegarias –junto con las de una cantidad innumerable de personas– me han sostenido a lo largo de mi camino hasta las gradas del altar.

Gracias a Dios nunca tuve problemas con los estudios y mi liderazgo en el salón era más bien en el campo intelectual que en otros campos. 

Por mis buenas notas me tocaba estar en la escolta cuando se hacían los honores a la bandera, además me escogían para algunas declamaciones y presentaciones en eventos públicos. 

Por otro lado evitaba las peleas y de hecho sólo recuerdo una sola en la que me vi involucrado, pero no duró más de unos cuantos golpes, además de que mi hermano mayor hizo acto de presencia y pronto terminó el asunto.

Por las mañanas teníamos las clases y en la tarde, después de la comida, hacíamos las tareas antes de podernos dedicar a nuestros juegos y demás entretenciones vespertinas. 

Los fines de semana a cada uno de los hermanos le correspondía el aseo de una zona de la casa, una vez que eso estuviera listo ya podríamos realizar nuestras actividades: salidas, ver la televisión…

Dios como primera opción

En este ambiente de normalidad y tranquilidad Dios pasó por la ribera de nuestra familia tocando a la puerta e invitando a mi hermano mayor a seguirle en la vocación hacia el sacerdocio diocesano. 

Estuvo unos años en el seminario menor en La Barca, posteriormente en Tapalpa y luego en el seminario mayor de Guadalajara, su ministerio lo realizó en Tequila y luego volvió al seminario mayor de Guadalajara. 

Sin embargo los caminos de Dios le llevaron por otras sendas y ahora está felizmente casado. Su testimonio de entrega siempre me ha alentado pues quiso darle la primera opción a Dios, aunque después Dios le pidiera cambiar de planes.

Posteriormente Dios volvió a llamar a la puerta. Esta vez era el segundo varón de la familia. 

Después de un intento en el verano de 1989, ingresó finalmente al año siguiente en el seminario menor de los legionarios de Cristo en León, donde estuvo dos años; luego hizo un año en el seminario menor del Ajusco en la Ciudad de México. 

Continuó su formación haciendo el noviciado y los estudios humanísticos en Salamanca, España, de donde fue trasladado a NuevaYork para realizar su bachillerato en filosofía. 

Y de ahí pasó tres años a Colombia para realizar su ministerio apostólico. Ahí fue viendo con sus superiores que Dios lo quería por un camino diverso y después de un semestre en Roma regresó a casa y ahora es padre de dos dinámicos niños (y seguramente vendrán más). 

A él le debo gran parte de mi vocación pues cuando Dios volvió a tocar a la puerta, esta vez era para mí, se me ponían delante la opción diocesana que me presentaba Jorge, mi hermano mayor; y también la opción legionaria, que me presentaba Pedro, a quien también estoy agradecido por haber dado la primera opción a Dios en su vida y por ser él como el anzuelo del cual Dios se valió para llevarme a la Legión de Cristo.

Ahora tendría que seguir con mi turno, pero antes de continuar hablando de mí mismo quisiera hablar de mis otros hermanos que también pusieron a Dios como primera opción en sus vidas. 

 En el verano de 1999 mi hermano José de Jesús ingresó en el seminario menor de la Legión de Cristo en  Guadalajara y le tocó ser de los fundadores de este centro vocacional. 

Prosiguió su formación en Monterrey y Dublín, Irlanda donde realizó su noviciado; los estudios humanísticos los hizo en Salamanca, España; y de ahí pasó a Roma para su bachillerato en filosofía. 

 Inició su trabajo apostólico como formador en el seminario menor de Mérida, Venezuela y después de un tiempo le asignaron la pastoral juvenil y la promoción vocacional en Bogotá, Colombia, donde se encuentra en su cuarto año de ministerio apostólico este año de mi ordenación sacerdotal.

En el 2000 Dios seguía tocando a la puerta de la familia y esta vez la llamada fue doble: mi hermana que viene después de mí y el último hombre que quedaba (aunque para ese entonces mi hermano mayor ya estaba en casa). 

Mi hermana ingresó con las Siervas de Jesús Sacramentado (las religiosas que dirigen el colegio donde estudié la primaria) y mi hermano menor ingresó también en el seminario menor de Guadalajara, donde estaba el otro hermano. 

Ellos estuvieron algunos años y después se dieron cuenta que Dios quería que sus caminos siguieran por otra dirección. 

A ellos también les agradezco su testimonio de generosidad por haberle dado a Dios la primera opción en sus vidas.

Y Dios seguía tocando a la puerta

Volviendo unos años atrás recuerdo que cada mes íbamos a León a visitar a mi hermano Pedro al seminario menor. 

 Lo que más me llamaba la atención, además de las instalaciones del seminario y los campos de juego, era sobre todo el ambiente de caridad, alegría, jovialidad y el espíritu de familia que se percibía entre los seminaristas. 

 Durante cuarto y quinto de primaria Dios iba regando en mi alma la semilla de la vocación con estas visitas al seminario menor en León.

A decir verdad no recuerdo con claridad un momento preciso, crucial, determinante de mi vocación. 

No recuerdo con exactitud cuándo decidí decirle ‘sí’ a Dios y desde que tengo uso de razón la posibilidad de ser sacerdote era algo que estuvo muy presente y me parecía algo muy normal. 

Más bien me gusta compararlo con lo que le pasó a Elías cuando Dios le pidió ir a la cueva del monte Horeb para presentarse ante el Señor (cf1Re 19,11-13): primero llegó un viento impetuoso y violento que rompía montañas, pero el Señor no estaba en el viento; luego vino un terremoto y luego fuego, pero el Señor no estaba tampoco ahí; finalmente se insinuó el susurro de una brisa ligera y Elías se cubrió el rostro y salió al encuentro del Señor. 

En mi vocación no tuve vientos huracanados, ni fuego, ni terremotos; no tuve que dejar novia (a los once años no tenía…), ni coche, ni grandes propiedades… 

Dios se hizo presente como un leve susurro. 

Ya desde el vientre materno había pensado en mí y me había elegido y consagrado para ser su ministro.

Conforme iba creciendo, también crecía junto conmigo la semilla de la vocación y así llegó el último año de la primaria. 

Este año ya no íbamos cada mes a León pues mi hermano se había trasladado al seminario de la Ciudad de México y ese año sólo pudimos ir a visitarlo una sola vez.

 Dios quiso quitarme cualquier tipo de influencia directa para dejarme con mayor libertad para escogerle a Él. 

Al terminar ese año en el Distrito Federal mi hermano fue destinado a Salamanca, España. 

Yo ya empezaba a abrirme a todas las posibilidades que se presentan a un adolescente que está por iniciar la secundaria. 

Ya había identificado a una niña que podría haber sido mi novia. También estaba viendo lo de las pruebas para ingresar a la secundaria. Todos los planes se estaban montando. Y sin embargo tenía ante mí esa plantita de la vocación que ahí seguía creciendo.
Los padres legionarios solían visitar el colegio para invitar a niños, sobre todo de sexto de primaria y también a los de secundaria, a que conocieran el seminario menor en León. 

Ese año ya quedaban pocas semanas y aún no se habían presentado, por lo que ya en mi interior comenzaba a ignorar la plantita de mi vocación sacerdotal, pensando que Dios quería que siguiera esos otros planes. 

Pero un día de mayo, mes dedicado a María, por fin se presentó el P. Enrique Flores y su visita al salón hizo que mi atención se volviera a concentrar en esa plantita.

Dios la había estado regando

Después de la charla en el salón el padre nos sacó fuera del salón a otro compañero y a mí y nos mostró fotos del seminario. 

Era sobre todo por el otro compañero, pues yo ya conocía el seminario por las visitas que hacíamos mensualmente a mi hermano. 

Al final el padre tomó nuestros datos y quedó de visitar nuestras casas por la tarde.

 Cuando llegó el padre a la casa estuvimos hablando y sobre todo habló con mis papás y como ya conocían la situación por la experiencia de mi hermano Pedro no había muchas dudas que resolver por lo que el padre entregó a mis papás la lista de lo que tendría que llevar para el programa de discernimiento vocacional de verano, me asignó el número de ropa y me citó para el 4 de julio de 1993 en la central de autobuses de La Barca, fecha en la que pasaría un camión proveniente de Guadalajara con destino al seminario de León y de camino iba recogiendo a todos los chicos que iríamos al programa de verano.

¿Así de fácil? 

Mi mamá siempre me apoyó desde el primer momento, mi papá nunca se opuso, decía que si era lo que yo quería y me hacía feliz él no me lo iba a impedir. 

Ahora que miro hacia atrás me he dado cuenta de que no tuve grandes dificultades porque Dios a lo largo de toda mi vida había estado preparando el terreno para la plantita de mi vocación y siempre la había estado regando. 

La vocación no es un producto o una creación personal, es un don gratuito e inmerecido que Dios da a quien Él quiere, por eso Él se encarga de ir regando esa plantita y para algunos la ha regado tanto que las dificultades parece que no exisiteran.  

Las otras dos terceras partes de mi vida

Cuando ingresé a la Legión de Cristo tenía once años. 

Dentro de dos años tendré treintaitrés y haciendo cuentas habré pasado dos terceras partes de mi vida como legionario de Cristo. 

Han sido años muy felices, obviamente no han estado excentos de dificultades, pero no me arrepiento de haber respondido a Dios cuando Él me quiso llamar.

Recibí mi uniforme de apostólico en nuestro seminario menor de León el 14 de agosto de 1993, víspera de la Asunción de María. 

Después de los tres años de secundaria pasé a la siguiente etapa del seminario menor llamada precandidatado; y el 18 de mayo de 1997 recibimos el uniforme de postulantes para ingresar al noviciado.

Recibí la sotana el 14 de septiembre de 1997, vísperas de la Virgen de los Dolores, en el noviciado de Monterrey y a fin de mes partí rumbo a Estados Unidos para realizar mis dos años de noviciado en Cheshire. 

Emití mi primera profesión religiosa de los votos de pobreza, castidad y obediencia el 26 de noviembre de 1999 y cursé dos años de estudios humanísticos ahí mismo en Cheshire. 

En agosto de 2001 fui destinado al centro de estudios superiores en Roma para cursar los dos años de bachillerato en filosofía. 

Y ahí renové la profesión de mis votos el 16 de octubre de 2002. 

Concluido el bachillerato en filosofía, realicé cuatro años de prácticas apostólicas como formador en el seminiario menor: el primer año estuve en el centro vocacional de Guadalajara y los otros tres en el centro vocacional de Santiago de Chile. 

Fueron años intensos y agradezco a Dios la oportunidad de ayudar a cultivar la plantita de la vocación en el corazón de todos esos jóvenes con quienes me puso en contacto. 

Además emití mi profesión perpetua el 25 de septiembre de 2005 en la capilla del centro vocacional de Santiago, con la compañía de los seminaristas y de los padres y religiosos que realizaban su labor apstólica en Chile.

Volví a Roma para continuar mis estudios en noviembre de 2007, pero esta vez me asignaron como centro de residencia nuestra casa general, en donde además de estudiar, realizaría trabajos de oficina; y desde entonces ésta ha sido mi casa. 

Cursé la licencia en filosofía del 2007 al 2009 y el bachillerato en teología del 2009 al 2012.

Recibí la ordenación diaconal el 27 de julio de 2012 en León, Guanajuato de manos de Mons. José Guadalupe Martín Rábago, arzobispo de León; de quien también recibí el sacramento de la confirmación en 1997, cuando cursaba mi último año en el seminario menor de León.

Todos estos años han sido para mí una verdadera aventura y siempre he sentido la presencia maternal de María de modo silencioso, pero perentorio. A ella encomiendo mi vocación y la de todos los sacerdotes para que, al subir a las gradas del altar, nunca lo hagamos sin su compañía y para que seamos capaces de inmolarnos en el ara de la cruz de cada día.
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El P. Carlos Moreno Marrón nació en La Barca, Jalisco (México), el 24 de noviembre de 1981. 

Ingresó al seminario menor de los legionarios de Cristo el 4 de julio de 1993 en León, Guanajuato. 

En el 1997 fue destinado al centro de noviciado y humanidades de la Legión de Cristo en Cheshire, CT (Estados Unidos) donde realizó su noviciado y dos años de estudios humanísticos. 

Después de cursar el bachillerato en filosofía en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma se desempeñó durante cuatro años de prácticas apostólicas como formador en el seminario menor: un año en Guadalajara, Jalisco (México) y los otros tres en Santiago de Chile. 

En el 2007 regresó a Roma y obtuvo la licenciatura en filosofía y el bachillerato en teología en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum. 

Actualmente está realizando una licenciatura en derecho canónico en la Pontificio Universidad Gregoriana en la ciudad de Roma.

FECHA DE PUBLICACIÓN: 2012-12-03

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