viernes, 11 de enero de 2013

Testimonio vocacional del Padre Alessandro Magnoni



El deseo de la felicidad

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P. Alessandro Magnoni L.C.
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¡Pensaba ser un verdadero creyente y María me dio a entender que mi vida era una gran apariencia!

¡Una infancia tranquila vivida en un ambiente sano!



¿Sacerdote? ¡No me lo hubiera imaginado! Hubiera podido hacer alguna obra cómica de teatro en la parroquia disfrazado de cura o una “profesión” de jefe monaguillo... ¡pero sacerdote no! No es que tuviera rechazo hacia los curas o la Iglesia, simplemente mi vida seguía un modelo tradicionalmente familiar, gracias también al testimonio elocuente de mis papás.

Segundo de tres hermanos, Barbara mayor de cuatro años y Simone más pequeño de siete, crecí en un ambiente profundamente católico entre oratorio, catecismo, actividades parroquiales y valores familiares cristianos bien marcados. 

Hasta los diecisiete/dieciocho años no tenía particular atracción hacia la vida digamos “social”: prefería más bien compartir con pocos amigos el último videojuego o alegros paseos en bicicleta, frecuentaba el grupo de amigos de la orquestra de la ciudad a donde tocaba la flauta, y hacía muchísimo deporte como baloncesto, natación, karate, esquí, paseos a la montaña y por última la pasión por el vóley que me llevó a jugar en un equipo semi-profesional.

El mundo del trabajo y el alejamiento de la vida de oración

Acabada la preparatoria, dejé el estudio para entregarme de lleno al mundo del trabajo. Hice varias experiencias: desde el aprendiz eléctrico hasta el heladero, desde el operador especializado en video proyección hasta el obrero en una fundidora delante de los altos hornos, desde el técnico de laboratorio electrónico hasta el dibujador de circuitos eléctricos para los coches, para terminar como responsable de una oficina de asesoramiento para el grupo automovilístico FIAT. ¡Todo eso en solos siete años!

Así saturado de trabajo, tuve que dejar aquellas actividades que lograba seguir fuera del horario escolástico, y “sin querer” me descubrí alejado de las ocasiones próximas que alimentaban constantemente mi trato con el Señor y con mi familia: excepto la Misa dominical, la confesión más o menos constante y las esporádicas experiencias espirituales, como las “Jornadas Mundiales de la Juventud” en París y Roma, todo el resto de mi vida se orientaba hacia el compromiso de trabajo, la novia y los amigos. Todavía me duele el recuerdo que tampoco la consagración de mi hermana a la comunidad de los “Hijos y Hijas de la Cruz” y el jovial involucramiento espiritual de ellos, fue par mi motivo de un serio acercamiento a la fe, a pesar que fuera uno de los muchos rayos de luz en medio de la densa niebla.

Total, vivía mi vida ordinaria absorbido entre las actividades laborales, sin preocuparme demasiado de dejar un lugar privilegiado al Señor, como si Él se complaciera de mi presencia a la Misa dominical a pesar de estar 

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casi siempre distraído, desganado o dormido. Y así me justificaba escondiéndome detrás de la máscara del buen joven pero en el fondo vivía una profunda hipocresía.



María me ha tocado el corazón: la conversión



A la edad de 26 años, todavía marcado por la ruptura de un largo y movido noviazgo, participé a una peregrinación a Medugorje con un grupo de jóvenes guiados por dos sacerdotes Legionarios de Cristo, el P. Giuseppe Gamelli y el P. Hernán Jiménez. Esta ocasión me cambió totalmente la vida: entendí cuanto María me estaba cerca para que conociera más íntimamente a su hijo Jesucristo. 

La experiencia de oración y el testimonio de muchos jóvenes renovados por el encuentro con Cristo, me conmovió profundamente. 

Recuerdo con cariño el hermoso testimonio de los jóvenes de Madre Elvira, una comunidad de drogadictos que viviendo de la providencia de Dios se recuperan solamente con la ayuda de la oración y del encuentro con Jesús: palabras que llenaros mi vida de esperanza.

Desde aquel momento fue un conocer verdaderamente al Señor, buscarlo en la oración, en los sacramentos y en mi próximo: se había desencadenado en mí un deseo de entender el significado de su vida y de su gesto de amor, y consecuentemente entender el significado de mi vida. 

Pero sabía que solamente agarrado de la mano de María hubiera podido encontrarlo.

La dirección espiritual del P. Giuseppe, la participación a varios grupos de oración, el frecuentar a personas con quien compartir mi personal experiencia espiritual, fue fundamental para alimentar esta sed de amor hacia Cristo.

Deseo de felicidad

Después de poco tuve la ocasión de conocer el noviciado de los Legionarios de Cristo a Gozzano, y me quedé impresionado de la presencia de muchos jóvenes que habían decidido dejar todo para seguir a Cristo. 

Sobre todo me impactó lo que se percibía de sus palabras y miradas: la certeza con la que habían hecho esta decisión de vida venía de un encuentro real con el Señor, la misma felicidad de aquellos muchachos que poco antes había visto a Medugorje con los rostros radiantes.

Fue una convivencia de un par de días en que tuve ocasión de dialogar con algunos de ellos, escuchar sus testimonios y vocaciones, y confrontar mi vida i mis principios para dar significado a mi futuro: ¡me parecía haber encontrado aquellas certezas che podían llenar mi esperanza! Uno de ellos me confió haber recibido en su camino vocacional una gran ayuda haciendo de joven una experiencia misionera. 

De salida me encontré un poco desconcertado pensando a los países de África y al trabajo de evangelización en China por los Jesuitas; pero luego hablándome de jóvenes que compartían una experiencia de caridad entre las familias y chicos mexicanos, se me encendió una llama de curiosidad. 

Regresé a mi casa convencido que el verano lo hubiera pasado de “misionero”.

Misión en México y deseo de generosidad

La experiencia de las misiones en México, entre personas en condiciones de pobreza extrema en los pueblos cercanos a la ciudad de Querétaro, me abrió totalmente el horizonte: llegué con la actitud de quien se siente eternamente insatisfecho y se desespera de las cosas que no tiene y quisiera tener, y me fui con la certeza de que el Señor me había dado desde siempre muchísimos talentos y riquezas y las tenía que compartir con los demás. 

Aquello que tenía que ser la visita a las familias para llevarles un mensaje evangélico de paz y esperanza, se trasformaba en una lección para nosotros de fe y confianza en la providencia de Dios: ¡nos creíamos ricos y nos encontramos extremamente pobres, pobres del significado de nuestras vidas!

Entendí que mi regreso a casa tenía que tomar un rumbo nuevo, un nuevo compromiso, una nueva motivación: la felicidad en mi vida ya no era el tener si no el dar, el dedicar tiempo a los demás, a Jesucristo. 

Y con este estímulo me encontré a los pies de María en la espectacular Villa de Guadalupe en la Ciudad de México y descubrí que la Virgen me estaba llamando otra vez a comprometerme por su Hijo: tomé la decisión de formar parte del Movimiento apostólico Regnum Christi entre las personas que me habían acompañado a vivir esta experiencia.

Mi compromiso con el Regnum Christi

El compromiso con el Regnum Christi fue para mí una verdadera salvación: las citas mensuales de formación y reflexión evangélica, los momentos de oración, los encuentros con los amigos, la organización de las actividades de voluntariado y otras responsabilidades me llenaron los días. 

Cada momento lo vivía con el deseo de acabar pronto con el trabajo para dedicarme a lo que ahora me gustaba más.

Me propusieron llevar adelante la página internet del Movimiento en italiano y descubrí que era un gran instrumento de evangelización: a pesar que fuese principalmente traducir al italiano los artículos de las páginas del Movimiento de México, me exigía una lectura diaria del Evangelio para ofrecer a los visitadores non solo el pasaje evangélico del día, sino también una pequeña reflexión para que se explicara y viviera.

Todo se iba cambiando y el día se llenaba de altruismo, y si antes vivía del trabajo y de mis intereses, ahora vivía para los demás y para Cristo.

Esclarecer mi futuro: la llamada

Esta situación me ponía un poco incomodo: ¿cómo podía lograr que mi deseo de entrega a todos y el deseo de construir una familia coincidieran al mismo tiempo?

Busqué luz en la dirección espiritual y decidí participar al curso de discernimiento para tener claridad sobre mi futuro: obviamente no tenía la menor intención de saber si mi camino fuese ser sacerdote, más bien quería encontrar los principios necesarios para fundamentar un matrimonio “perfecto”.

Bien, en aquellas semanas de curso en que experimenté la cercanía de Cristo y el inmenso amor que Él tenía hacia mí, descubrí una serenidad interior nunca percibida: entendí que el Señor me llamaba a entregarme de lleno a Él para que fuera totalmente para los demás. 

Pero algo me detenía: tenía miedo dejar todo como aquel joven rico que nos cuenta el Evangelio. 

No quise repetir la experiencia de aquel joven que se marchó entristecido y siempre se menciona como ejemplo de egoísmo: en aquel momento el Señor, y seguramente María, me dieron el coraje necesario para hacer un verdadero acto de generosidad.

El regreso a casa: el último escollo

Regresé a mi casa con un poco de preocupación porque tenía que comunicar mi decisión a mis papás, a los parientes y compañeros de trabajo: ¡me esperaba lo peor!

El primer anuncio fue a mi madre: me hubiera gustado que estuviera también mi papá pero en aquellos días estaba de acompañante a una peregrinación a Medugorje.

Le hablé de la parábola del joven rico y le dije que yo también había recibido del Señor la propuesta de dejar todo y seguirlo, y que quería ser generoso con Él. 

Si al inicio se mostró incrédula, poco a la vez su rostro cambió de expresión hasta tener, después de un largo diálogo, un gozo mixto a estupor: ¡recuerdo hablamos hasta las dos de la noche y algunos días después me confió haber tenido la mejor homilía de los últimos tiempos!

Aunque hubiera podido evitarlo, el día después enfrenté a los compañeros de trabajo: algunos se quedaron asombrados pidiéndome explicación de esta locura; otros resultaron impactados apoyando plenamente mi decisión y agradeciéndome el testimonio público.

Mientras tanto, mi mamá recibió la llamada telefónica de mi papá desde el Monte de las apariciones y con conmoción le comentó mi decisión. 

De regreso de mi trabajo, ella me contó que al inicio mi papá tuve un momento de hesitación diciendo: «te llamo más tarde»; luego volvió a llamar y con voz conmovida confesó haber ido a los pies de María pidiéndole primero explicación del porque me quería llevarme, luego entendió y fue feliz por el don recibido.

De hecho, mis papás llevaban años suplicando constantemente a María que yo recobrara el justo camino tanto que al final me consagraron a Ella. 

Al parecer, como algunos dijeron más tarde, mis padres rezaron demasiado y María lo tomó en serio acogiéndome totalmente en sus brazos para que escuchara los latidos del corazón de su hijo Jesucristo y pudiera enamórarme de Él.

Doy gracias a María.


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El P. Alessandro Magnoni nació en Busto Arsizio, Varese (Italia), el 31 de marzo de 1975. 

Estudió en la preparatoria estatal para el diploma de electrónica. Durante siete años trabajó en varias áreas. 

En agosto del 2001 entró a formar parte del Movimiento Regnum Christi. 

El 13 de septiembre de 2002 ingresó al noviciado de la Legión de Cristo en Gozzano, Novara (Italia). 

Cursó los estudios humanísticos en Salamanca (España). 

Durante dos años trabajó en la promoción vocacional en Verona y Bolzano.

El 3 de octubre de 2010 hizo su profesión de votos perpetuos. 

Ha conseguido el bachillerado en filosofía y teología por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma donde actualmente estudia la licenciatura en teología.

FECHA DE PUBLICACIÓN: 2012-12-03

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