domingo, 22 de julio de 2012

Si Tú le regalas la vida yo te lo consagro a Ti!


| RECURSOS | TESTIMONIOS-LEGIONARIOS

Testimonio vocacional del P. José Guadalupe Padua Monroy
P. José Guadalupe Padua Monroy
Algunos se preguntarán de dónde saqué esta frase para colocarla como título de este testimonio. Mi nombre es José Guadalupe Padua Monroy y nací un 12 de diciembre, gracias a un milagro que la Virgen de Guadalupe le concedió a mi mamá. Fue un milagro que les contaré al final de esta historia para que se vea claramente cómo María Santísima me fue guiando hacia el sacerdocio.
  Cómo es mi familia

  Nací en la Ciudad de México. Somos seis hermanos en casa. Crecí en un hogar católico y lleno de mucho amor durante mis primeros siete años. Después, todo cambió para mí y para mi familia. Al inicio no entendía, pero más tarde me di cuenta que mi papá nos había dejado. Cuando tenía yo catorce años, él regresó a casa y hubo una pequeña reconciliación pero no duraría mucho: meses después nos dejaría nuevamente. Mi madre se hacía cargo de seis hijos; educación, vestido, salud, alimentación y mucho amor. Ella siempre nos inculcó el perdón y respeto a nuestro papá a pesar de todo lo que había hecho.


Una invitación al seminario que no olvidaría

  Mi adolescencia fueron años difíciles para mi mamá. Yo fui rebelde, poco estudioso y no me gustaba estar en casa. Me escapaba de la escuela con mis amigos y amigas. Atribuía esta rebeldía a la separación de mis papás. Mis hermanos, en cambio, sí estudiaban y trabajaban para poder salir adelante.

  Mi rebeldía cambió cuando me invitaron a participar en un grupo juvenil que se llamaba Pentecostés. Me gustó mucho: buen ambiente, oración, juegos, música y baile. Íbamos todos a misa los domingos por la noche y las reuniones del grupo eran los sábados. Cada semana el grupo crecía. Éramos entre 150 y 200 jóvenes reunidos todos los fines de semana. También teníamos nuestros retiros, convivencias, fiestas y no podía faltar el baile. Esto duró dos años; la rebeldía ya había bajado y las notas de clases habían subido. Mi mamá estaba muy contenta.

  Un fin de semana nos dijeron que tres jóvenes del grupo se estaban preparando para ir al seminario. En el festejo y la despedida uno de ellos me preguntó si me gustaría ir al seminario también. Yo le contesté que sí pero que no ahora. En el camino de regreso escuchaba esa invitación continuamente en mi interior.

  Llegando a casa esa tarde mi mamá me estaba esperando en la puerta, seria y enojada. Me dijo: “¡Quiero hablar contigo!”. Me llamó la atención muy duro. Mi mamá estaba muy enojada y triste por mi forma de actuar. Al final me dijo: “¿Qué vas a hacer con tu vida si sigues así, qué quieres ser?” y lo primero que le respondí fue: “¡Voy a ser sacerdote!”. Ella me miró y se puso a llorar


C
omienzo a hablar con Dios

  Me fui a vivir a Zacatecas para estudiar la preparatoria y tuve que dejar el grupo de la parroquia. Durante estos años los estudios y la diversión eran lo principal y no me preocupaba por la vida espiritual. También en ese periodo conocí una niña que me ayudó mucho en todos los aspectos. Fuimos novios y teníamos muchos planes. Uno de ellos era ir a Guadalajara a estudiar Ciencias de la Comunicación para después trabajar en los medios.

A finales de mi último año de preparatoria salió una convocatoria de la fundación Telmex para obtener una beca de estudios. Me animé a participar y durante los días de las pruebas fui a la catedral a hablar con Dios y en diálogo le preguntaba: “¿Por qué yo no puedo tener una computadora, una beca de estudio, por qué no puedo estudiar en una universidad particular, etc.?”. Esta visita a la catedral marcó algo en mi alma: empecé a buscar el diálogo con Dios.

  El día 15 de agosto la fundación Telmex me dio la noticia que había ganado la beca que consistía en: un salario mínimo para pagar mis estudios, una computadora y algunas actividades dentro de la fundación. Todo esto me hizo recordar el día en que comencé a hablar con Dios en la catedral. Gracias a Él terminé también mi licenciatura en Derecho.

Juan Pablo II

  Todo esto me había sucedido en
El P. José en plena transmisión de un programa de Guadalupe Radio
1999, mientras estábamos recibiendo la visita de Juan Pablo II. El día en que llegó a la Ciudad de México me tocó ir a las oficinas de gobierno para dejar unos documentos. Al salir de la estación del metro me di cuenta que la gente se estaba acomodando en la avenida para ver pasar al Papa. Me dije: “¡Ah! Es sólo una pasada rápida del Papamóvil. Nadie lo verá bien”. En ese momento se empezó a escuchar: “¡El Papa ya viene!”. Corrí a un lugar alto sólo para ver el rostro del Papa, y sentí su mirada. Me dio mucha emoción y las lágrimas se me salieron. Y me empecé a preguntar: “¿Qué estoy haciendo con mi vida?, ¿Por qué no estoy respondiendo a Dios?”. Poco tiempo después estaba buscando consejo vocacional.
La Legión de Cristo por internet

  En esta búsqueda vocacional, un sacerdote amigo en Roma me recomendó conocer al Opus Dei y a los Legionarios de Cristo. Me metí a las páginas de internet y mandé unos mensajes. Después de algunos días recibí un mensaje del P. Ricardo quien me decía que un padre iría a Pachuca y podría hablar con él. Era el P. Jesús, de Venezuela. Me impresionó mucho su porte de religioso. Después de algunos meses me invitó para ir al candidatado. Mi problema era conseguir permiso para ausentarme tres meses en el trabajo.

Un día fui a la Basílica de Guadalupe. Le llevé una veladora como todo buen guadalupano y en diálogo con ella le pedía su ayuda para responder a lo que Dios me estaba pidiendo. Creo que ella no ha fallado nunca a su palabra, siempre me ha acompañado durante todo este camino.

  Y ahí pasaban los meses sin darme cuenta

Llegué al noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey, donde sería el tiempo de prueba vocacional. Al entrar por primera vez, me llené de mucha alegría y paz al ver al Santísimo expuesto y a tantos hermanos novicios con sus sotanas negras en adoración. No sabría cómo describir esos momentos. Y así pasaron los meses. Después de una semana en el candidatado me llené de valor para irme a confesar. Habían pasado años desde la última vez.

Sentía que Dios me llamaba, pero al mismo tiempo pensaba que tarde o temprano me iban a decir que ya podía regresar a mi casa porque no me iban a aceptar. El día 15 de agosto, después de la misa solemne de la Asunción de la Virgen, el superior me mandó a llamar y me dije: “Ahora me lo dirán”. Pero para mi sorpresa el P. Jesús quería felicitarme porque había sido aceptado para iniciar el noviciado en la Congregación. Fui a ponerme de rodillas ante la imagen de la Virgen para darle las gracias.

La formación en la Legión de Cristo

  Después de mi noviciado en Monterrey, me fui a Salamanca, España, y después a estudiar filosofía en Nueva York. Fue muy difícil para mí aprender inglés. Al siguiente año salí de prácticas apostólicas a Brasil, donde también me costó aprender portugués… En Nueva York fui a la radio para dar una plática sobre el manto de la Virgen de Guadalupe. Este fue mi lanzamiento en los medios de comunicación. Después de esa oportunidad Dios me fue preparando para un gran apostolado.

Unos meses, antes de partir para Roma para terminar los estudios, pasé por México para visitar a mi familia y para una cirugía en el oído derecho. Pude estar con mi mamá y mi familia antes de los estudios médicos. Pasé el 10 de mayo con mi mamá. Nunca pensé que ese sería el último “día de las madres” que festejaría con ella.

El P. José de Jesús

Durante mi formación me tocó también una gracia muy especial: cuidar al P. José de Jesús Rodríguez Carmona, L.C., quien murió en el año 2008, debido a un cáncer en el cerebro. Esos meses fueron muy importantes y significativos. Con él aprendí a vivir especialmente la misa diaria con gran fervor, y fui testigo de un hombre que quería ser santo ofreciendo su dolor por las demás personas. Todos esos meses me ayudaron a fortalecer mi vocación sacerdotal. Seguido me encomiendo mucho al P. José de Jesús para que me ayude a ser un santo sacerdote, como lo fue él. Algo que marcó mucho mi vida fue lo que les dijo a los médicos y quienes le aconsejaban en su enfermedad sobre la celebración eucarística: “Por favor, no me quiten lo único que puedo hacer: celebrar la Eucaristía”.


¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?

Estando en Roma me llamó por teléfono mi hermana. Llorando me daba la noticia que mi mamá había fallecido. Al final de la llamada fui directamente a la imagen de la Virgen de Guadalupe: “Madre Santísima ahora necesito de tu protección, no me dejes solo”, y recordé sus palabras a san Juan Diego: “¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?”. Eso me dio fortaleza y paz para aceptar la muerte de mi mamá. Le pedí a María Santísima que me concediera la gracia de celebrar como sacerdote una misa por mi mamá en su basílica del Tepeyac.


Me ordeno el día de mi Madre, pues soy su milagro

Al recibir la noticia que mi ordenación sacerdotal sería el 12 de diciembre, el mismo día en que Dios me concedió la gracia de nacer, me llené de alegría y gratitud hacia Dios y hacia María Santísima de Guadalupe.

Ahora sabrán porque es tan especial esta fecha para mí: nací el 12 de diciembre gracias a un milagro de la Virgen de Guadalupe. Mi mamá estaba embarazada conmigo y se encontraba en casa haciendo la limpieza y entre una actividad y otra, se tropezó, cayó y se golpeó el vientre, lo que causó una hemorragia que duró tres días: del 9 al 11 de diciembre. El 12 de diciembre se sintió un poco mejor y la hemorragia cesó, por lo cual pudo levantarse de la cama, arreglarse un poco la cara y salir a comprar leche para dar de desayunar a mis hermanos. Pero cuando llegó a la lechería se desmayó otra vez y volvió la hemorragia. Inmediatamente la socorrieron y la llevaron al hospital. En el hospital le avisaron que el niño podría tener muchos problemas al nacer. Comenzó el parto y se complicó más porque estaba saliendo primero por los pies y con el cordón umbilical enredado en el cuello.
 Cuando me colocaron en la incubadora para socorrerme, vieron que, a pesar de los tratamientos correspondientes, no respiraba. Le dijeron a mi mamá: “¡Su hijo está muerto, no respira y no podemos hacer ya nada!”, y mi mamá con lágrimas en sus ojos elevó una oración a la Virgen de Guadalupe: “Madre Santísima, si tú le concedes la vida a mi hijo, yo te lo consagro a ti”. Y en ese mismo momento comencé a respirar. Fue un milagro.
 
“Por la imposición de manos del Obispo me llamaste para servir a tus hijos. Ignoro por qué razón me elegiste; Tú sólo lo sabes. Pero Tú, Señor, aligera la pesada carga de mis pecados, con los que gravemente te ofendí; purifica mi corazón y mi mente. Condúceme por el camino recto, como lámpara que alumbre. Pon tus palabras en mis labios; dame un lenguaje claro y fácil, mediante la lengua de fuego de tu Espíritu, para que tu presencia siempre vigile” (San Juan Damasceno).
EL P. JOSÉ GUADALUPE PADUA MONROY nació en la Ciudad de México el 12 de diciembre de 1975. Al terminar sus estudios de Derecho ingresó en el noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) en el año 2000. Cursó los estudios humanísticos en Salamanca (España). Colaboró como promotor vocacional en Curitiba (Brasil). Realizó sus estudios de filosofía en Thornwood (Estados Unidos), y el bachillerato en teología en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma (Italia). Actualmente trabaja en Los Ángeles, California (Estados Unidos), en Guadalupe Radio 87.7
FM y en Guadalupe TV 54.3.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...