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"Ahí
adentro hay un señor con los brazos abiertos, colgado de la pared".
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Sucedió en mis primeras misiones.
Este hecho marcaría mi historia. Era el final de la misión; yo acababa de dar
unas pláticas sobre el matrimonio a parejas amancebadas. Estos estaban
dispuestos a casarse por la Iglesia. Cuando ya se iba la gente, se me acercó
una mujer. Era una señora joven. Había asistido a esas pláticas pero aún no
se convencía de casarse con su pareja, pues él no le era del todo fiel.
Estuvimos dialogando un rato sobre
los pros y los contras de tal decisión. La conversación se fue
acalorando. Cuando nos encontrábamos en el punto más controvertido, se acercó
por detrás su hijito, y de repente, empezó a tirarle de la falda. Mami,
mami -le llamaba.
- Mami, mami -volvió a repetirle,
tirándole de la falda. - Mi hijito, respeta. ¿No ves que estoy hablando? -
Sí, mamá. Pero lo que tengo que decirte es muy importante. Ahí adentro hay un
señor con los brazos abiertos, colgado de la pared.
Las dos nos miramos asombradas, sin
saber qué decir. Segundos más tarde me asombró aún más la contestación de la
señora.
- No, mi hijito, no es un señor. Es
Jesús. ¿Recuerdas que yo te expliqué que cuando Jesús fue grande, los hombres
nos portamos mal con él, le hicimos daño en sus manos y en sus pies, le
clavamos una lanza en su pecho y después lo colgamos de una cruz? Pero si tú
recuerdas, también yo te dije que cuando te portas bien puedes hacer que baje
de la Cruz, y cuando te portas mal lo dejas colgado en ella.
Ante esta explicación el niño no
respondió nada. Se quedó mirando a su mamá, y después regresó corriendo a
donde se encontraba el Cristo.
Nosotras nos fijamos en qué hacía, sin
llamar su atención. El chiquillo entró en la capilla del pueblo y se quedó
mirando fijamente el crucifijo del altar.
Este representaba un Cristo bellísimo al
momento de la expiración. El muchacho permaneció ahí un instante y regresó
con la mamá.
- Mami, ¿cuánto tiempo lleva ahí
Jesús? - ¡Ay, mi hijito! Muchos años. Mira, tú tienes cinco, y yo tengo
muchos más que tú. Pues más de los que tienes tú y de los que tengo yo, hace
ya que Cristo está clavado en la Cruz.
Y ante esta expresión de la madre,
el hijo afirmó:
- Pues, mamá, estoy pensando que si
tú me has dicho que cuando me porto bien lo bajo de la Cruz, y cuando me
porto mal lo dejo ahí colgado, tú que tienes más años que yo, ¿qué has hecho
hasta ahora por bajarlo de la Cruz?
Estas palabras me llegaron
directamente al alma. Jamás nadie me había hablado tan claro como lo hizo en
esa tarde de verano este niño de cinco años, de cara manchada y pelo negro.
Me dolió hasta el punto más interno de mis entrañas cuantas veces lo había dejado
clavado ahí. ¿Qué había hecho yo con mis años por bajarlo de la Cruz? Desde
entonces prometí trabajar para que cada vez más lo bajáramos de la Cruz, y
para que cada día fuéramos menos los que lo dejáramos ahí colgado.
Sra. Marcela Suárez. Estado de México.
38 años.
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lunes, 30 de julio de 2012
Un niñito de cinco años
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