miércoles, 11 de abril de 2012

Las nulidades de los ricos y famosos son una leyenda

Entrevista en Época

02 ABR 2012 | RAFAEL ESPARZA
Carlos Morán, Juez decano del Tribunal de la Rota.

·         El Tribunal de la Rota de la Nunciatura en España, una rara avis judicial con cinco siglos de historia, lo integran siete jueces nombrados por el Papa, al frente de los cuales está el decano, monseñor Carlos Morán Bustos. Aunque sus competencias son más amplias, este tribunal es conocido fundamentalmente por sus sentencias sobre nulidades matrimoniales, casi 7.200 en la última década.

Conversar con Carlos Morán es una delicia, fundamentalmente por un motivo: sabe de lo que habla. Por eso, su diagnóstico sobre las consecuencias de la crisis de valores que afecta a la sociedad española –de la que no escapan un debilitamiento progresivo del amor, del compromiso, del matrimonio o la familia– es especialmente esclarecedor.

Morán habla como un cirujano de la afectividad y para ello le avalan tanto su experiencia de casi 20 años de sacerdocio y sus 12 años como juez de la Rota, como sus conocimientos: estudios de Filosofía y Teología, su doctorado en Derecho Canónico (todo ello en Roma) y su licenciatura en Derecho (Madrid).

El tribunal ha sido noticia por la reciente inauguración de las nuevas dependencias, tras una rehabilitación que ha durado año y medio. Está ubicado en un edificio del siglo XV del Madrid de los Austrias.

-Asociamos el Tribunal de la Rota sólo a los veredictos sobre nulidades matrimoniales. ¿Es así o es un simplismo?

-Desde un punto de vista objetivo, en principio, y como sucede con el resto de tribunales eclesiásticos, somos competentes para conocer cualquier asunto que se plantee y tenga relación con la vida de la Iglesia.

El canon 221 reconoce a los fieles el derecho a la tutela judicial efectiva, derecho que sólo se puede ejercer si hay un tribunal al que acudir para defender el patrimonio jurídico que se considera lesionado.

En la práctica, los temas principales tienen que ver con los procesos de nulidad del matrimonio, aunque también hemos llevado otros contenciosos ordinarios, y también algún proceso penal.

-¿Cuántas sentencias de nulidad se dictan al año?

-En los últimos 10 años han entrado 6.985 causas y se han concluido 7.188. Las resoluciones superan a las causas porque en muchos casos fueron presentadas en años anteriores a ese periodo.

-¿Dura mucho un proceso de nulidad?

-Hasta 2007, la duración media entre el conocimiento y la resolución de una causa era de 461 días. Desde 2008 se ha reducido a 313 días.

-Casi un año. ¿No es mucho tiempo?

-La duración depende de varios factores. Unos son de carácter personal, y se deben solucionar poniendo gente preparada y con una dedicación plena. Otros son de naturaleza exclusivamente procesal y tienen que ver con el carácter garantista del proceso, con el cumplimiento de unos plazos ligados a la práctica de los medios de prueba (declaraciones, testigos, peritos…). Dicho esto, aclaro que la relación entre el juez y el número de causas que atendemos es la mayor del mundo. Tenga en cuenta que juzgamos cada causa con un turno de tres jueces, y somos siete, lo que significa que el volumen de trabajo es más que considerable.

-¿Qué razones se dan para la nulidad?

-El capítulo que más se invoca es el grave defecto de discreción de juicio, en torno al 51%. A distancia, se plantean también la incapacidad para asumir las obligaciones esenciales del matrimonio, un 34%; la exclusión de la prole, un 7%, y la exclusión de la indisolubilidad del matrimonio por parte de los esposos, un 6%.

-¿Qué significa “defecto de discreción de juicio”?

-Se trata de un supuesto de incapacidad para consentir. En concreto, incapacidad para ponderar lo que comporta el matrimonio que se proyecta contraer (ventajas e inconvenientes), e incapacidad para autodeterminarse libremente. Esta incapacidad sólo se puede verificar en situaciones de anomalía o trastorno de personalidad.

-¿Los procesos de nulidad se pueden encasillar como casos de buenos y malos?

-En absoluto. Nosotros no juzgamos el interior de la persona, no hacemos un juicio moral. Analizamos hechos jurídicos; en concreto, los elementos constitutivos –objetivos y subjetivos– de ese hecho jurídico que llamamos matrimonio.
-Todo esto encaja mal con una voluntad de engaño consciente o de fraude...

-Los procesos de nulidad tienen una naturaleza declarativa, lo que significa que nos limitamos a constatar la existencia o no de una realidad (no anulamos, declaramos si es o no nulo). Precisamente por ello, no tiene sentido acudir con engaños o mentiras. Mi experiencia me dice que en la mayoría de los casos, las personas que vienen a nuestros tribunales lo hacen por motivos de conciencia. Pueden existir otras motivaciones más prácticas, también legítimas, pero la mayoría lo hace porque se ve internamente interpelada. La Iglesia posibilita que el fiel ejercite un derecho, el de conocer la verdad de su estado personal, el de ponerse en paz con Dios.

-¿Tiene datos también por provincias?

-Las 10 diócesis de las que más causas han llegado en los últimos 10 años son Madrid, con 2.080; Valencia, con 1.147; Barcelona, con 1.101; Santiago de Compostela, 695; Granada, 481; Oviedo, 370; Toledo, 254; Mérida-Badajoz, 188; Pamplona, 175 y Tarragona, con 155.
-Es inevitable que le pregunte por la ‘leyenda urbana’ de que sólo consiguen la nulidad los ‘ricos y famosos’.

-Ciertamente es una leyenda urbana y no responde en absoluto a la realidad. Seguramente se deba a que se habla sólo de determinadas nulidades. Me gustaría dejar claro, una vez más, que el acceso a la justicia en la Iglesia en absoluto depende de condicionamientos económicos. El Derecho Canónico cuenta con instituciones para proveer el acceso a la tutela judicial efectiva por parte de todos, también de los menos favorecidos económicamente: por ejemplo, patronos estables, patrocinio gratuito y abogados y procuradores de oficio...

-¿Cuesta mucho una nulidad matrimonial?

-No. Dependiendo de los tribunales, las tasas oscilan entre 250 y 400 euros.
-¿Tienen una Justicia gratuita para algunos casos?

-Hay un porcentaje alto de patrocinios gratuitos, de casi un 30%. Es uno de los motivos de que seamos deficitarios en casi un 60% del presupuesto.
-¿A qué se deben tantas rupturas matrimoniales?

-Están muy relacionadas con la crisis cultural profunda que vivimos. Desgraciadamente, asistimos a un derrumbamiento de lo que podríamos llamar valores tradicionales, todo lo cual tiene que ver directamente con una concepción del hombre en general, y con el modo de vivir el amor, el matrimonio y la familia en particular. Las estadísticas en este sentido son más que elocuentes y ratifican que nos encontramos ante una verdadera y nueva epidemia: las rupturas conyugales. Todo esto debe hacernos reflexionar.

-¿Esta crisis afecta únicamente al matrimonio o también al amor en general?

-Si el matrimonio fuera algo exclusivamente cultural, epidérmico al ser humano, fruto de una determinada educación o de unas creencias, se podría admitir como normal que, habiendo cambiado la sociedad y la cultura, cambiara también el modo de vivir el matrimonio y el modo de configurar la familia. Pero no es así. El matrimonio y la familia son el cauce y destino naturales del amor, tienen que ver esencialmente con la configuración natural del buen amor, con las exigencias naturales de un amor que es donación y entrega, vivido con vocación de permanencia y exclusividad. La pretensión natural de esa unión es institucionalizarse para fundar el matrimonio o la familia. Desde este prisma, la crisis del matrimonio acaba siendo también la crisis del amor.

-Usted se refiere al amor como si estuviera intrínsecamente unido a la idea del compromiso. ¿Hasta qué punto están vinculados uno y otro y se concretan en fórmulas como el matrimonio?

-El amor, cuando nace en verdad y autenticidad y se vive como donación, como una entrega, como “estar ontológicamente con el amado” (en palabras de Ortega y Gasset), lleva en sí elementos de permanencia, exclusividad y unidad. Todo eso no puede quedar sometido a la erosión del tiempo; exige ser concretado, institucionalizado, siempre como exigencia natural del buen amor.

-Parece como si algo estuviera poniendo patas arriba la antropología más elemental...

-La crisis del amor se traduce en una verdadera y trágica crisis del hombre, que es, por encima de cualquier consideración, un ser capaz de amar, llamado al amor, no como destino que le sobreviene, sino como anhelo que está en lo más profundo de su ser. Hasta tal punto es así, que el hombre sólo alcanza la plenitud de lo que está llamado a ser en la medida en que ame y sea amado. Si se trastoca esto, queda trastocado el modo de vivirse el hombre en autenticidad.

-Desde el conocimiento que le proporciona su oficio, parece obligado preguntarle por las causas de esta nueva realidad social...

-Son muchas y variadas. Desde luego, una esencial es la pérdida de la visión trascendente de la vida, el haber desterrado a Dios de tantas familias y matrimonios, el no vivir el amor como un don de Dios, como cauce de santificación. Junto a ello hay que llamar la atención sobre una errónea concepción y una equivocada vivencia del amor, no como donación-entrega al otro, sino como apropiación del otro. En todos esos casos, además, se exagera la parte sentimental-psicológica. Hay otras muchas causas, en fin, como el relativismo y el subjetivismo, el individualismo a ultranza, la defensa equivocada de la autonomía personal como último criterio del obrar. También hay una especie de socialización de la inmadurez, que hace difícil convivir, aceptar al otro, asumir la responsabilidad, y la ausencia de planteamientos personales que involucren la voluntad y que cuenten con la asunción de sacrificios, con la renuncia, con la superación de las dificultades y de los problemas que puedan surgir.

-En esas razones se mezclan principios religiosos y morales con psicología y una visión filosófica de la realidad. ¿Qué podría facilitar que compartieran ese planteamiento un creyente y un agnóstico?

-Partir de una misma experiencia: la del matrimonio como realidad natural o inclinación natural del buen amor. Hoy está atacado no sólo el matrimonio sacramento, también el matrimonio que podríamos llamar natural. Hay que luchar contra la privatización del matrimonio, contra esa visión que lo entiende como algo coyuntural, sin involucraciones personales…; todo ello es falso. El matrimonio es una institución natural, del mismo modo que el acceso al mismo es un derecho natural (ius connubii) y que la capacitación para vivir el matrimonio responde a una configuración ontológica.

-¿Es posible dar la vuelta a esta situación?

-No es fácil, pero es muy necesario que así sea, y esta debe ser nuestra esperanza y la motivación de nuestro obrar en tantos ámbitos.

Creo que el mayor desafío para la Iglesia es la evangelización de las familias, lo que contribuirá a su robustecimiento.

La intuición del beato Juan Pablo II en este sentido fue profética. De ello resultará beneficiada también la sociedad.

Las familias cristianas auténticas están llamadas a ser sal y luz en una sociedad demasiado informe, entenebrecida.

-Hace unos años, la mayoría de los matrimonios eran por la Iglesia. Me imagino que le preocupa el número creciente de matrimonios civiles.

-El otro día leí unas estadísticas muy preocupantes sobre Cataluña. La bodas religiosas, que eran el 66% en el año 2000, habían caído al 21,3% en 2010.

El año pasado, los matrimonios civiles fueron 20.267 y los católicos 5.879. Aunque estos datos no se pueden extrapolar al resto de España, nos deben llevar a una reflexión profunda y a una acción muy seria.

·         TEMAS RELACIONADOS: IglesiamatrimonioTribunal de la Rota


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