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jueves, 5 de julio de 2012

La Iglesia vista por un homosexual


La historia de un exhomosexual

29 JUN 2012 | PEPE ÁLVAREZ DE LAS ASTURIAS
     
·      Siendo niño escuchó -se le clavaron- las primeras burlas (“eres una niña”) y sintió los primeros desprecios -y golpes- de su padre (“¡hazlo como los hombres!”). Pasó su adolescencia entre los brazos de su madre y los juegos de niñas. A los 15 años tuvo sus primeras relaciones sexuales con un hombre y poco después comenzó su largo camino en la prostitución, que duró 20 años. A punto de operarse para ser transexual, una amiga le invitó a un retiro espiritual. Allí descubrió que Dios le ama. “¿A mí? Yo pensaba que Dios amaba a todos, menos a los homosexuales”.

Suenan las campanas llamando a los fieles a misa de doce. Los que han salido de misa de once, orgullosos del deber dominical cumplido, cruzan un pequeño parque junto a la iglesia. En uno de los bancos reposa tranquilamente un homosexual, un travestido. Los feligreses le increpan: “¿Qué haces aquí, junto a una iglesia, so guarro?”. “¡No se puede consentir!”. “Pecador, que eres un pecador. Aquí no tienen lugar los pecadores".

En eso, un transeúnte que pasaba por ahí pregunta qué sucede. “Pues este, aquí, provocando. No tiene ni respeto ni vergüenza”. El recién llegado no dice nada, consulta algo en su iPad y, una vez encontrado lo que buscaba, espeta a los indignados feligreses: “¿Vosotros sabéis lo que dice la Iglesia sobre los homosexuales?”. “¡Pues claro!”, “¿Cómo no vamos a saberlo?”, responden ofendidos. “Bueno, por si acaso lo sabéis de oídas, yo tengo aquí el Catecismo de la Iglesia Católica y justo en el punto 2358 dice: ‘Las personas que experimentan una atracción sexual hacia personas del mismo sexo -“maricones”, “so guarros” sueltan, por lo bajo, los indignados- deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza y se evitará respecto a ellos todo signo de discriminación injusta’… Y por si acaso esto no os lo aclara -prosigue el intruso- os recomiendo que leáis el capítulo 8 del Evangelio de san Juan: veréis que Cristo, en una situación parecida, dice: ‘El que esté libre de pecado que tire la primera piedra’ -los indignados asienten, ese se lo saben-; pero como aquí no hay piedras, el que esté libre de pecado que lance el primer insulto”.

Ante el inesperado reto, los otros retiran la mirada acobardados, dan media vuelta y se van. Entonces, el provocador se vuelve hacia el travestido y le pregunta: “¿A ti te han dicho alguna vez que Dios te quiere?”. “No, no me suena”. A muchos católicos tampoco, claro; pero ahora sí les va a sonar.

‘La Rubí’

Porque esta provocadora escena es la que abre el segundo capítulo de Te puede pasar a ti, con el que Juan Manuel Cotelo (La última cima), tras cinco meses de intenso trabajo, nos pone ante el incómodo pero revelador espejo de nuestros propios prejuicios -o posjuicios- respecto a la homosexualidad.

Y lo hace como solo él sabe hacerlo, a pecho descubierto, desafiante, valiente, sin tapujos; con la verdad por delante y el sentido común -y el cristiano- pegado a ella. Y, por si acaso, lo avisa: “Este viaje puede provocar mareo y vértigo en dos tipos de espectadores; en quienes rechacen a las personas con atracción homosexual y en quienes rechacen a los cristianos”.

Cotelo nos desvela, a través del duro testimonio de Rubén, cómo ya desde pequeño el rechazo de su padre (“nunca me dio un beso ni un abrazo”) y el desprecio de sus compañeros le empujaron hacia el mundo femenino al tiempo que le alejaban de Dios. Dejó de rezar y de ir a misa y se escapó de casa con 15 años. Solo encontró soledad, indiferencia. Hasta que en un parque de Guadalajara descubrió que no era el único adolescente raro que se sentía atraído por personas de su mismo sexo. Rubén dio paso a ‘La Rubí’ y comenzó a prostituirse, buscando en desconocidos el afecto paternal que nunca tuvo; y se le endureció el corazón. Tuvo los hombres que quiso, pero él se sentía como un embudo: “Por más agua que le eches, siempre se queda vacío”. Vacío y soledad, eso es cuanto se llevaba a casa después de cada noche de trabajo, año tras año.

Al borde del suicidio

Llegó a un punto sin retorno y decidió emigrar a Estados Unidos. Se acordó de Dios y le ofreció volver a misa y apuntarse a un grupo de oración para que le consiguiera trabajo. Nada. Acudió a un retiro, y allí una predicadora le dijo “Dios te ama, a pesar de lo que hayas hecho”. Por primera vez entendió que la misericordia de Dios era también para él. Se confesó. Lo soltó todo y salió liviano y feliz.

Feliz, por primera vez en su vida. Y entonces descubrió que tenía el sida. “En dos meses te mueres”, le dijo el doctor. Y el mundo se le volvió a caer encima. Pensó en suicidarse, pero una voz se lo impidió: “Hay mucho por lo que vivir; cosas grandes y maravillosas tengo yo para ti”. Dos meses después seguía vivo; y dos años después. Y aún hoy. Vivo y feliz. “Soy feliz. Soy pleno viviendo en castidad. Viviendo esta vida dentro de la Iglesia Católica”.

Ahora Rubén dirige un grupo de oración con noventa homosexuales y lesbianas, y con ellos recorre los prostíbulos de México compartiendo su experiencia, dando testimonio, allí donde se lo reclamen, de la libertad y la paz que ha alcanzado en su vida y de la misericordia de Dios para los homosexuales. “Los cristianos tenemos que dejar de ser expertos en criticar para convertirnos en expertos en amar”, afirma Rubén. ¿No es eso mismo lo que nos enseñó Jesús?

¿Es homófoba la Iglesia?

Como en el anterior capítulo de Te puede pasar a ti (“Juango, pandillero colombiano hoy sacerdote”), el testimonio de Rubén es presentado en la caravana de Cotelo a diferentes personas con las que el director abre un intenso debate a corazón abierto sobre la fe y la homosexualidad. Personas como Joan (homosexual y ateo) y Juan Carlos (creyente y padre de familia); o Mª Ángeles y Manolo, amigos, compañeros de sufrimiento y homosexuales conversos. Ellos también nos relatan su historia y nos plantean preguntas que no tienen fácil respuesta… o sí. ¿Es homófoba la Iglesia? Y Dios ¿es cruel e injusto con los homosexuales? ¿Están condenados al Infierno solo por serlo?


domingo, 1 de enero de 2012

Educar a los jóvenes en la justicia y la paz

Mensaje de su santidad Benedicto XVI para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz 2012

1 enero 2012

En otros idiomas

http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/messages/peace/index_sp.htm


1. EL COMIENZO DE UN AÑO NUEVO, don de Dios a la humanidad, es una invitación a desear a todos, con mucha confianza y afecto, que este tiempo que tenemos por delante esté marcado por la justicia y la paz.

¿Con qué actitud debemos mirar el nuevo año? En el salmo 130 encontramos una imagen muy bella. El salmista dice que el hombre de fe aguarda al Señor «más que el centinela la aurora» (v. 6), lo aguarda con una sólida esperanza, porque sabe que traerá luz, misericordia, salvación. Esta espera nace de la experiencia del pueblo elegido, el cual reconoce que Dios lo ha educado para mirar el mundo en su verdad y a no dejarse abatir por las tribulaciones.

Os invito a abrir el año 2012 con dicha actitud de confianza. Es verdad que en el año que termina ha aumentado el sentimiento de frustración por la crisis que agobia a la sociedad, al mundo del trabajo y la economía; una crisis cuyas raíces son sobre todo culturales y antropológicas. Parece como si un manto de oscuridad hubiera descendido sobre nuestro tiempo y no dejara ver con claridad la luz del día.

En esta oscuridad, sin embargo, el corazón del hombre no cesa de esperar la aurora de la que habla el salmista. Se percibe de manera especialmente viva y visible en los jóvenes, y por esa razón me dirijo a ellos teniendo en cuenta la aportación que pueden y deben ofrecer a la sociedad. Así pues, quisiera presentar el Mensaje para la XLV Jornada Mundial de la Paz en una perspectiva educativa: «Educar a los jóvenes en la justicia y la paz», convencidos de que ellos, con su entusiasmo y su impulso hacia los ideales, pueden ofrecer al mundo una nueva esperanza.

Mi mensaje se dirige también a los padres, las familias y a todos los estamentos educativos y formativos,así como a los responsables en los distintosámbitos de la vida religiosa, social, política, económica, cultural y de la comunicación. Prestar atención al mundo juvenil, saber escucharlo y valorarlo, no es sólo una oportunidad, sino un deber primario de toda la sociedad, para la construcción de un futuro de justicia y de paz.

Se ha de transmitir a los jóvenes el aprecio por el valor positivo de la vida, suscitando en ellos el deseo de gastarla al servicio del bien. Éste es un deber en el que todos estamos comprometidos en primera persona.

Las preocupaciones manifestadas en estos últimos tiempos por muchos jóvenes en diversas regiones del mundo expresan el deseo de mirar con fundada esperanza el futuro. En la actualidad, muchos son los aspectos que les preocupan: el deseo de recibir una formación que les prepare con más profundidad a afrontar la realidad, la difi cultad de formar una familia y encontrar un puesto estable de trabajo, la capacidad efectiva de contribuir al mundo de la política, de la cultura y de la economía, para edificar una sociedad con un rostro más humano y solidario.

Es importante que estos fermentos, y el impulso idealista que contienen, encuentren la justa atención en todos los sectores de la sociedad. La Iglesia mira a los jóvenes con esperanza, confía en ellos y les anima a buscar la verdad, a defender el bien común, a tener una perspectiva abierta sobre el mundo y ojos capaces de ver «cosas nuevas» (Is 42,9; 48,6).

Los responsables de la educación

2. La educación es la aventura más fascinante y difícil de la vida. Educar –que viene de educere en latín– significa conducir fuera de sí mismos para introducirles en la realidad, hacia una plenitud que hacer crecer a la persona. Ese proceso se nutre del encuentro de dos libertades, la del adulto y la del joven.

Requiere la responsabilidad del discípulo, que ha de estar abierto a dejarse guiar al conocimiento de la realidad, y la del educador, que debe de estar dispuesto a darse a sí mismo. Por eso, los testigos auténticos, y no simples dispensadores de reglas o informaciones, son más necesarios que nunca; testigos que sepan ver más lejos que los demás, porque su vida abarca espacios más amplios. El testigo es el primero en vivir el camino que propone.

¿Cuáles son los lugares donde madura una verdadera educación en la paz y en la justicia? Ante todo la familia, puesto que los padres son los primeros educadores. La familia es la célula originaria de la sociedad. «En la familia es donde los hijos aprenden los valores humanos y cristianos que permiten una convivencia constructiva y pacífica. En la familia esdonde se aprende la solidaridad entre las generaciones, el respeto de las reglas, el perdón y la acogida del otro».1 Ella es la primera escuela donde se recibe educación para la justicia y la paz.

Vivimos en un mundo en el que la familia, y también la misma vida, se ven constantemente amenazadas y, a veces, destrozadas. Unas condiciones de trabajo a menudo poco conciliables con las responsabilidades familiares, la preocupación por el futuro, los ritmos de vida frenéticos, la emigración en busca de un sustento adecuado, cuando no de la simple supervivencia, acaban por hacer difícil la posibilidad de asegurar a los hijos uno de los bienes más preciosos: la presencia de los padres; una presencia que les permita cada vez más compartir el camino con ellos, para poder transmitirles esa experiencia y cúmulo de certezas que se adquieren con los años, y que sólo se pueden comunicar pasando juntos eltiempo. Deseo decir a los padres que no se desanimen. Que exhorten con el ejemplo de su vida a los hijos a que pongan la esperanza ante todo en Dios, el único del que mana justicia y paz auténtica.

Quisiera dirigirme también a los responsables de las instituciones dedicadas a la educación: que vigilen con gran sentido de responsabilidad para que se respete y valore en toda circunstancia la dignidad de cada persona. Que se preocupen de que cada joven pueda descubrir la propia vocación, acompañándolo mientras hace fructificar los dones que el Señor le ha concedido. Que aseguren a las familias que sus hijos puedan tener un camino formativo que se contradiga con su conciencia y principios religiosos.

Que todo ambiente educativo sea un lugar de apertura al otro y a lo transcendente; lugar de diálogo, de cohesión y de escucha, en el que el joven se sienta valorado en sus propias potencialidades y riqueza interior, y aprenda a apreciar a los hermanos. Que enseñe a gustar la alegría que brota de vivir día a día la caridad y la compasión por el prójimo, y de participar activamente en la construcción de una sociedad más humana y fraterna.

Me dirijo también a los responsables políticos, pidiéndoles que ayuden concretamente a las familias e instituciones educativas a ejercer su derecho-deber de educar. Nunca debe faltar una ayuda adecuada a la maternidad y a la paternidad. Que se esfuercen para que a nadie se le niegue el derecho a la instrucción y las familias puedan elegir libremente las estructuras educativas que consideren más idóneas para el bien de sus hijos. Que trabajen para favorecer el reagrupamiento de las familias divididas por la necesidad de encontrar medios de subsistencia. Ofrezcan a los jóvenes una imagen límpida de la política, como verdadero servicio al bien de todos.

No puedo dejar de hacer un llamamiento, además, al mundo de los medios, para que den su aportación educativa. En la sociedad actual, los medios de comunicación de masas tienen un papel particular: no sólo informan, sino que también forman el espíritu de sus destinatarios y, por tanto, pueden dar una aportación notable a la educación de los jóvenes. Es importante tener presente que los lazos entre educación y comunicación son muy estrechos: en efecto, la educación se produce mediante la comunicación, que influye positiva o negativamente en la formación de la persona.

También los jóvenes han de tener el valor de vivir ante todo ellos mismos lo que piden a quienes están en su entorno. Les corresponde una gran responsabilidad: que tengan la fuerza de usar bien y conscientemente la libertad. También ellos son responsables de la propia educación y formación en la justicia y la paz.

Educar en la verdad y en la libertad

3. San Agustín se preguntaba: «Quid enim fortius desiderat anima quam veritatem? - ¿Ama algo el alma con más ardor que la verdad?».2 El rostro humano de una sociedad depende mucho de la contribución de la educación a mantener viva esa cuestión insoslayable. En efecto, la educación persigue la formación integral de la persona, incluida la dimensión moral y espiritual del ser, con vistas a su fin último y al bien de la sociedad de la que es miembro. Por eso, para educar en la verdad es necesario saber sobre todo quién es la persona humana, conocer su naturaleza.

Contemplando la realidad que lo rodea, el salmista reflexiona: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado. ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para que de él te cuides?» (Sal 8,4-5). Ésta es la cuestión fundamental que hay que plantearse: ¿Quién es el hombre? El hombre es un ser que alberga en su corazón una sed de infinito, una sed de verdad –no parcial, sino capaz de explicar el sentido de la vida– porque ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Así pues, reconocer con gratitud la vida como un don inestimable lleva a descubrir la propia dignidad profunda y la inviolabilidad de toda persona. Por eso, la primera educación consiste en aprender a reconocer en el hombre la imagen del Creador y, por consiguiente, a tener un profundo respeto por cada ser humano y ayudar a los otros a llevar una vida conforme a esta altísima dignidad.

Nunca podemos olvidar que «el auténtico desarrollo del hombre se refiere a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones»,3 incluida la trascendente, y que no se puede sacrificar a la persona para obtener un bien particular, ya sea económico o social, individual o colectivo. Sólo en la relación con Dios comprende también el hombre el significado de la propia libertad. Y es cometido de la educación el formar en la auténtica libertad. Ésta no es la ausencia de vínculos o el dominio del libre albedrío, no es el absolutismo del yo.

El hombre que cree ser absoluto, no depender de nada ni de nadie, que puede hacer todo lo que se le antoja, termina por contradecir la verdad del propio ser, perdiendo su libertad. Por el contrario, el hombre es un ser relacional, que vive en relación con los otros y, sobre todo, con Dios. La auténtica libertad nunca se puede alcanzar alejándose de Él.

La libertad es un valor precioso, pero delicado; se la puede entender y usar mal. «En la actualidad, un obstáculo particularmente insidioso para la obra educativa es la masiva presencia, en nuestra sociedad y cultura, del relativismo que, al no reconocer nada como definitivo, deja como última medida sólo el propio yo con sus caprichos; y, bajo la apariencia de la libertad, se transforma para cada uno en una prisión, porque separa al uno del otro, dejando a cada uno encerrado dentro de su propio “yo”. Por consiguiente, dentro de ese horizonte relativista no es posible una auténtica educación, pues sin la luz de la verdad, antes o después, toda persona queda condenada a dudar de la bondad de su misma vida y de las relaciones que la constituyen, de la validez de su esfuerzo por construir con los demás algo en común».4

Para ejercer su libertad, el hombre debe superar por tanto el horizonte del relativismo y conocer la verdad sobre sí mismo y sobre el bien y el mal. En lo más íntimo de la conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz lo llama a amar, a hacer el bien y huir del mal, a asumir la responsabilidad del bien que ha hecho y del mal que ha cometido.5 Por eso, el ejercicio de la libertad está íntimamente relacionado con la ley moral natural, que tiene un carácter universal, expresa la dignidad de toda persona, sienta la base de sus derechos y deberes fundamentales, y, por tanto, en último análisis, de la convivencia justa y pacífica entre las personas.

El uso recto de la libertad es, pues, central en la promoción de la justicia y la paz, que requieren el respeto hacia uno mismo y hacia el otro, aunque se distancie de la propia forma de ser y vivir. De esa actitud brotan los elementos sin los cuales la paz y la justicia se quedan en palabras sin contenido: la confianza recíproca, la capacidad de entablar un diálogo constructivo, la posibilidad del perdón, que tantas veces se quisiera obtener pero que cuesta conceder, la caridad recíproca, la compasión hacia los más débiles, así como la disponibilidad para el sacrificio.

Educar en la justicia

4. En nuestro mundo, en el que el valor de la persona, de su dignidad y de sus d
erechos, más allá de las declaraciones de intenciones, está seriamente amenazado por la extendida tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de utilidad, del beneficio y del tener, es importante no separar el concepto de justicia de sus raíces transcendentes. La justicia, en efecto, no es una simple convención humana, ya que lo que es justo no está determinado originariamente por la ley positiva, sino por la identidad profunda del ser humano. La visión integral del hombre es lo que permite no caer en una concepción contractualista de la justicia y abrir también para ella el horizonte de la solidaridad y del amor.6

No podemos ignorar que ciertas corrientes de la cultura moderna, sostenida por principios económicos racionalistas e individualistas, han sustraído al concepto de justicia sus raíces transcendentes, separándolo de la caridad y la solidaridad: «La “ciudad del hombre” no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión. La caridad manifiesta siempre el amor de Dios también en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo compromiso por la justicia en el mundo».7 «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados» (Mt 5,6). Serán saciados porque tienen hambre y sed de relaciones rectas con Dios, consigo mismos, con sus hermanos y hermanas, y con toda la creación.

Educar en la paz

5. «La paz no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra sin la salvaguardia de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos, la práctica asidua de la fraternidad».8 La paz es fruto de la justicia y efecto de la caridad. Y es ante todo don de Dios. Los cristianos creemos que Cristo es nuestra verdadera paz: en Él, en su cruz, Dios ha reconciliado consigo al mundo y ha destruido las barreras que nos separaban a unos de otros (cf. Ef 2,14-18); en Él, hay una única familia reconciliada en el amor.

Pero la paz no es sólo un don que se recibe, sino también una obra que se ha de construir. Para ser verdaderamente constructores de la paz, debemos ser educados en la compasión, la solidaridad, la colaboración, la fraternidad; hemos de ser activos dentro de las comunidades y atentos a despertar las consciencias sobre las cuestiones nacionales e internacionales, así como sobre la importancia de buscar modos adecuados de redistribución de la riqueza, de promoción del crecimiento, de la cooperación al desarrollo y de la resolución de los conflictos.

«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).

 La paz para todos nace de la justicia de cada uno y ninguno puede eludir este compromiso esencial de promover la justicia, según las propias competencias y responsabilidades. Invito de modo particular a los jóvenes, que mantienen siempre viva la tensión hacia los ideales, a tener la paciencia y constancia de buscar la justicia y la paz, de cultivar el gusto por lo que es justo y verdadero, aun cuando esto pueda comportar sacrificio e ir contracorriente.

Levantar los ojos a Dios

6. Ante el difícil desafío que supone recorrer la vía de la justicia y de la paz, podemos sentirnos tentados de preguntarnos como el salmista: «Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?» (Sal 121,1). Deseo decir con fuerza a todos, y particularmente a los jóvenes: «No son las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico [...], mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y ¿qué puede salvarnos sino el amor?».9 El amor se complace en la verdad, es la fuerza que nos hace capaces de comprometernos con la verdad, la justicia, la paz, porque todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (cf. 1 Co 13,1-13).

Queridos jóvenes, vosotros sois un don precioso para la sociedad. No os dejéis vencer por el desánimo ante a las dificultades y no os entreguéis a las falsas soluciones, que con frecuencia se presentan como el camino más fácil para superar los problemas. No tengáis miedo de comprometeros, de hacer frente al esfuerzo y al sacrificio, de elegir los caminos que requieren fidelidad y constancia, humildad y dedicación. Vivid con confianza vuestra juventud y esos profundos deseos de felicidad, verdad, belleza y amor verdadero que experimentáis. Vivid con intensidad esta etapa de vuestra vida tan rica y llena de entusiasmo.

Sed conscientes de que vosotros sois un ejemplo y estímulo para los adultos, y lo seréis cuanto más os esforcéis por superar las injusticias y la corrupción, cuanto más deseéis un futuro mejor y os comprometáis en construirlo. Sed conscientes de vuestras capacidades y nunca os encerréis en vosotros mismos, sino sabed trabajar por un futuro más luminoso para todos. Nunca estáis solos. La Iglesia confía en vosotros, os sigue, os anima y desea ofreceros lo que tiene de más valor: la posibilidad de levantar los ojos hacia Dios, de encontrar a Jesucristo, Aquel que es la justicia y la paz.

A todos vosotros, hombres y mujeres preocupados por la causa de la paz. La paz no es un bien ya logrado, sino una meta a la que todos debemos aspirar. Miremos con mayor esperanza al futuro, animémonos mutuamente en nuestro camino, trabajemos para dar a nuestro mundo un rostro más humano y fraterno y sintámonos unidos en la responsabilidad respecto a las jóvenes generaciones de hoy y del mañana, particularmente en educarlas a ser pacíficas y artífices de paz. Consciente de todo ello, os envío estas reflexiones y os dirijo un llamamiento: unamos nuestras fuerzas espirituales, morales y materiales para «educar a los jóvenes en la justicia y la paz».

Vaticano, 8 de diciembre de 2011
--
Notas
1 Discurso a los Administradores de la Región del Lacio, del Ayuntamiento
y de la Provincia de Roma, (14 enero 2011), L’Osservatore Romano,
ed. en lengua española (23 enero 2011)
2 Comentario al Evangelio de S. Juan, 26,5.

3 Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 11: AAS 101 (2009),
648; cf. PABLO VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 14:
AAS 59 (1967), 264.

4 Discurso en la ceremonia de apertura de la Asamblea eclesial de la
diócesis de Roma (6 junio 2005): AAS 97 (2005), 816.

5 Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gaudium et spes, 16.

6 Cf. Discurso en el Bundestag (Berlín, 22 septiembre 2011): L’Osservatore
Romano, ed. en lengua española (25 septiembre 2011), 6-7.
7 Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 6: AAS 101 (2009),
644-645.

8 Catecismo de la Iglesia Católica, 2304.
9 Vigilia de oración con los jóvenes (Colonia, 20 agosto 2005): AAS 97
(2005), 885-886.
© Librería Editorial Vaticana




sábado, 31 de diciembre de 2011

Cardenal lamenta exclusión de Lugares Santos de Jerusalén de negociaciones

AFP

AFP | Fecha: 12/02/2011

Un acuerdo de paz en Medio Oriente que excluya una garantía de protección de los Lugares Santos de Jerusalén no puede ser duradero, advirtió este viernes el cardenal francés Jean-Louis Tauran, exministro de Asuntos Exteriores del Vaticano.

"No habrá paz si el problema de los Lugares Santos no ha sido resuelto en forma adecuada.

Desafortunadamente, hasta ahora, el asunto ha sido excluido en las negociaciones en Washington o en Jerusalén. Sólo la Santa Sede se ha ocupado del tema", lamentó el cardenal, presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, durante un encuentro en Roma.

"La parte de Jerusalén dentro de la muralla, donde se encuentran los Lugares Santos para las tres religiones monoteístas (judaísmo, islam, cristianismo), son patrimonio de la humanidad, porque las raíces de las tres religiones se encuentran allí. Esa zona debe mantener su carácter sagrado y único, y ello es posible sólo con un estatuto especial garantizado a nivel internacional", explicó.

"Supongamos que esa parte de Jerusalén pertenezca a la capital del Estado de Palestina. Un día un grupo de fundamentalistas musulmanes podría decidir tranquilamente de construir una mezquita sobre la plaza del Santo Sepulcro. Si la comunidad internacional no es la responsable directa de esa zona, la mezquita se construye", comentó.

Para el purpurado no se trata de establecer si Jerusalén es la capital de uno o dos Estados, de una confederación, o considerarla un problema bilateral entre palestinos e israelíes.

Para el veterano diplomático, quien residió años en Líbano, ni el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ni las autoridades europeas pueden servir de garantes y propone que sea involucrado "un grupo más amplio" de Estados.



miércoles, 21 de diciembre de 2011

Organizan misa por la paz en la Basílica

El Universal

El fin, orar para que baje la violencia: Cardenal


Jueves 15 de diciembre de 2011 Julián Sánchez | El Universal09:53julian.sanchez@eluniversal.com.mx
La Iglesia católica organiza una misa por la paz en la Basílica de Guadalupe adonde se espera la asistencia, en su carácter de ciudadano, del presidente Felipe Calderón, de su esposa Margarita Zavala y sus hijos.
La ceremonia eucarística en la que se invitará “al pueblo de Dios” a orar por la paz, la encabezará el cardenal Norberto Rivera Carrera, el presidente de la Conferencia del Episcopado Carlos Aguiar y el rector de la Basílica Enrique Glennie y se espera al nuncio apostólico Christophe Pierre.

Según información de la Iglesia católica será hoy cuando se confirme la asistencia del presidente Calderón, de quien el cardenal Norberto Rivera ha defendido su lucha contra la delincuencia.

“En todas partes hay diferentes niveles de autoridad y debemos recurrir a ellos, no queramos que por actos de magia, por la decisión de una sola persona, se establezca la paz en México. Necesitamos todos comprometernos, para que se vaya desterrando la impunidad”, dijo el prelado.

Con la misa del siguiente domingo inicia una jornada de oración que concluirá el miércoles de la próxima semana con un acto ecuménico en el que participarán representantes de otras iglesias.

Lo que se pretende, explicó, es enfatizar sobre la necesidad de paz en México y orar por la disminución de la violencia, así como por la conversión de los delincuentes que tanto daño han hecho al país, gobernado por Felipe Calderón.

De acuerdo con la Arquidiócesis de México, el Presidente tiene derecho a vivir su fe como cualquier ciudadano, por lo que no avalaría, en caso de darse, las críticas en contra del mandatario por asistir a esa ceremonia eucarística a la que irán los obispos del DF y del Estado de México.

Los representantes de la Iglesia católica pedirán orar por todos los compatriotas que sufren por la violencia que sigue golpeando vidas inocentes e hiriendo a numerosas familias. Solicitarán a los fieles tener fe para vencer a la violencia y encontrar la paz.

Para la Conferencia del Episcopado Mexicano, los factores que han detonado el crimen organizado en México son “el debilitamiento del tejidos social” y “una crisis de moralidad”. “La economía es uno de los ámbitos en los que debemos buscar los factores que contribuyen a la violencia. Pobreza, desempleo, bajos salarios y niveles inhumanos de vida exponen a la violencia a muchos”, asentó.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Recrearán el nacimiento de Jesús en el Estadio Azteca



Miércoles, 30 de noviembre de 2011 10:15 hrs
Miriam Apolinar


• Más de mil figuras distribuidas en 37 escenarios buscarán romper un nuevo récord Guinness.
El estacionamiento del Estadio Azteca será sede del “Nacimiento” más grande del mundo, pues se utilizarán nada más y nada menos que 18 mil metros cuadrados del Coloso de Santa Úrsula para recrear el pueblo en el que nació Jesucristo, a través de 37 escenarios que narrarán las costumbres, tradiciones y oficios más importantes de Belén.

De acuerdo con los responsables del proyecto, el objetivo del montaje es reavivar esta tradición, pero sobre todo motivar a la convivencia familiar y llevar a los visitantes a reflexionar en torno a su vida interior en una época que se caracteriza por las compras y gastos desmesurados.

“Debe ser un momento de reflexión, de convivencia y de perdón de las cosas mal hechas durante el año”, insistieron.

El Nacimiento cuenta con mil figuras de tamaño real que serán robotizadas con la intención de involucrar más al publico durante el recorrido. De igual forma, se podrán observar casas de hasta siete metros de altura.

Se pretende que un millón de personas visiten este lugar a partir del 2 de diciembre al 15 de enero del 2012, en donde la gente podrá caminar y sentirse parte de este gran Nacimiento. Las familias que deseen acudir tendrán que pagar 45 pesos por persona, de las 10:00 a las 18:00 horas, y 70 pesos de las 18:00 a las 23:00 horas.

La compañía colombiana Mega Global ya colocó este Nacimiento en la ciudad de Cali, donde rompió dos récords Guinness, mientras que los organizadores del proyecto en la Ciudad de México se preparan para romper un nuevo récord mundial.




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