La historia de un
exhomosexual
29 JUN 2012 | PEPE ÁLVAREZ DE LAS ASTURIAS
· Siendo niño
escuchó -se le clavaron- las primeras burlas (“eres una niña”) y sintió los
primeros desprecios -y golpes- de su padre (“¡hazlo como los hombres!”). Pasó
su adolescencia entre los brazos de su madre y los juegos de niñas. A los 15
años tuvo sus primeras relaciones sexuales con un hombre y poco después comenzó
su largo camino en la prostitución, que duró 20 años. A punto de operarse para
ser transexual, una amiga le invitó a un retiro espiritual. Allí descubrió que
Dios le ama. “¿A mí? Yo pensaba que Dios amaba a todos, menos a los
homosexuales”.
Suenan las
campanas llamando a los fieles a misa de doce. Los que han salido de misa de
once, orgullosos del deber dominical cumplido, cruzan un pequeño parque junto a
la iglesia. En uno de los bancos reposa tranquilamente un homosexual, un
travestido. Los feligreses le increpan: “¿Qué haces aquí, junto a una iglesia,
so guarro?”. “¡No se puede consentir!”. “Pecador, que eres un pecador. Aquí no
tienen lugar los pecadores".
En eso, un
transeúnte que pasaba por ahí pregunta qué sucede. “Pues este, aquí,
provocando. No tiene ni respeto ni vergüenza”. El recién llegado no dice nada,
consulta algo en su iPad y, una vez encontrado lo que buscaba, espeta a los
indignados feligreses: “¿Vosotros sabéis lo que dice la Iglesia sobre los
homosexuales?”. “¡Pues claro!”, “¿Cómo no vamos a saberlo?”, responden
ofendidos. “Bueno, por si acaso lo sabéis de oídas, yo tengo aquí el Catecismo
de la Iglesia Católica y justo en el punto 2358 dice: ‘Las personas que
experimentan una atracción sexual hacia personas del mismo sexo -“maricones”,
“so guarros” sueltan, por lo bajo, los indignados- deben ser acogidos con
respeto, compasión y delicadeza y se evitará respecto a ellos todo signo de
discriminación injusta’… Y por si acaso esto no os lo aclara -prosigue el
intruso- os recomiendo que leáis el capítulo 8 del Evangelio de san Juan:
veréis que Cristo, en una situación parecida, dice: ‘El que esté libre de
pecado que tire la primera piedra’ -los indignados asienten, ese se lo saben-;
pero como aquí no hay piedras, el que esté libre de pecado que lance el primer
insulto”.
Ante el
inesperado reto, los otros retiran la mirada acobardados, dan media vuelta y se
van. Entonces, el provocador se vuelve hacia el travestido y le pregunta: “¿A
ti te han dicho alguna vez que Dios te quiere?”. “No, no me suena”. A muchos
católicos tampoco, claro; pero ahora sí les va a sonar.
‘La Rubí’
Porque esta
provocadora escena es la que abre el segundo capítulo de Te puede pasar a ti,
con el que Juan Manuel Cotelo (La última cima), tras cinco meses de intenso
trabajo, nos pone ante el incómodo pero revelador espejo de nuestros propios
prejuicios -o posjuicios- respecto a la homosexualidad.
Y lo hace como
solo él sabe hacerlo, a pecho descubierto, desafiante, valiente, sin tapujos;
con la verdad por delante y el sentido común -y el cristiano- pegado a ella. Y,
por si acaso, lo avisa: “Este viaje puede provocar mareo y vértigo en dos tipos
de espectadores; en quienes rechacen a las personas con atracción homosexual y
en quienes rechacen a los cristianos”.
Cotelo nos
desvela, a través del duro testimonio de Rubén, cómo ya desde pequeño el
rechazo de su padre (“nunca me dio un beso ni un abrazo”) y el desprecio de sus
compañeros le empujaron hacia el mundo femenino al tiempo que le alejaban de
Dios. Dejó de rezar y de ir a misa y se escapó de casa con 15 años. Solo
encontró soledad, indiferencia. Hasta que en un parque de Guadalajara descubrió
que no era el único adolescente raro que se sentía atraído por personas de su
mismo sexo. Rubén dio paso a ‘La Rubí’ y comenzó a prostituirse, buscando en
desconocidos el afecto paternal que nunca tuvo; y se le endureció el corazón.
Tuvo los hombres que quiso, pero él se sentía como un embudo: “Por más agua que
le eches, siempre se queda vacío”. Vacío y soledad, eso es cuanto se llevaba a
casa después de cada noche de trabajo, año tras año.
Al borde del
suicidio
Llegó a un punto
sin retorno y decidió emigrar a Estados Unidos. Se acordó de Dios y le ofreció
volver a misa y apuntarse a un grupo de oración para que le consiguiera trabajo.
Nada. Acudió a un retiro, y allí una predicadora le dijo “Dios te ama, a pesar
de lo que hayas hecho”. Por primera vez entendió que la misericordia de Dios
era también para él. Se confesó. Lo soltó todo y salió liviano y feliz.
Feliz, por
primera vez en su vida. Y entonces descubrió que tenía el sida. “En dos meses
te mueres”, le dijo el doctor. Y el mundo se le volvió a caer encima. Pensó en
suicidarse, pero una voz se lo impidió: “Hay mucho por lo que vivir; cosas
grandes y maravillosas tengo yo para ti”. Dos meses después seguía vivo; y dos
años después. Y aún hoy. Vivo y feliz. “Soy feliz. Soy pleno viviendo en
castidad. Viviendo esta vida dentro de la Iglesia Católica”.
Ahora Rubén
dirige un grupo de oración con noventa homosexuales y lesbianas, y con ellos
recorre los prostíbulos de México compartiendo su experiencia, dando
testimonio, allí donde se lo reclamen, de la libertad y la paz que ha alcanzado
en su vida y de la misericordia de Dios para los homosexuales. “Los cristianos
tenemos que dejar de ser expertos en criticar para convertirnos en expertos en
amar”, afirma Rubén. ¿No es eso mismo lo que nos enseñó Jesús?
¿Es homófoba la
Iglesia?
Como en el
anterior capítulo de Te puede pasar a ti (“Juango, pandillero colombiano hoy
sacerdote”), el testimonio de Rubén es presentado en la caravana de Cotelo a
diferentes personas con las que el director abre un intenso debate a corazón
abierto sobre la fe y la homosexualidad. Personas como Joan (homosexual y ateo)
y Juan Carlos (creyente y padre de familia); o Mª Ángeles y Manolo, amigos,
compañeros de sufrimiento y homosexuales conversos. Ellos también nos relatan
su historia y nos plantean preguntas que no tienen fácil respuesta… o sí. ¿Es
homófoba la Iglesia? Y Dios ¿es cruel e injusto con los homosexuales? ¿Están
condenados al Infierno solo por serlo?
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