miércoles, 17 de octubre de 2012

El granito de trigo pretencioso

El granito de trigo pretencioso




Sucedió una vez que en un extenso trigal vivía un granito de trigo pretencioso. Y el que así fuera se debía a que ocupaba la punta de la espiga que sobresalía por encima de todas las demás del trigal.

Desde su privilegiada posición dominaba todo el panorama. Con cierto desprecio observaba a sus hermanos que sin tantas pretensiones convivían alegremente entre sí.

Cada vez que el viento hacia mecerse las espigas, nuestro personaje soñaba con su futuro.

¡Por supuesto que alguien tan especial como él debería tener alguna misión importante en la vida! ¡Él no era del montón!.

Entre sus cavilaciones se imaginaba convertido en parte de la más bella tortilla, pero no, eso era poco.

Tal vez fuera parte del más rico pastelillo.

No eso tampoco.

Por fin le llegó la luz sobre lo encumbrado de su sino.

“Sin duda seré parte de un pastel que será comido por un rey” se sintió satisfecho por este pensamiento, y a partir de entonces tuvo claro cual debería ser su destino.

Llegó el tiempo de la cosecha, y nuestro amigo dejó su lugar de sueños, pero no sus pretensiones.

Aguardó pacientemente todo el procedimiento, hasta que fue hecho harina...

Cuando se dio cuenta de lo que habían hecho con él contempló horrorizado que lo habían convertido en una simple oblea blanca.

Y su depresión llegó a lo máximo cuando se vio metido en una ordinaria bolsa, con cientos de otras obleas igual de ordinarias.

La bolsa fue vendida por unas cuantas monedas, y el granito orgulloso se sintió tan defraudado con su suerte.

Pero un día fue sacado de la bolsa, y colocado sobre un dorado recipiente...

“Bueno, las cosas mejoran” se dijo a sí mismo el granito.

Fue ofrecido en el ofertorio de la misa, y el granito ignoraba que era lo que pasaba... pero instantes después de la consagración el granito emocionado se decía: “Yo que pensaba ser parte de un pastel para un rey... Y mira, me he convertido en el Rey mismo”

Muchas veces el camino de la humillación es el que nos conduce a la verdadera grandeza.

San Francisco nos dice: “Bienaventurado el siervo que no se reputa mejor cuando es engrandecido y ensalzado por los hombres que cuando es tenido por vil, simple y despreciable, porque cuanto cada uno es delante de Dios, tanto es y no más...” (Admonición 19)

Nos empeñamos tanto por una gloria que no deja de ser pasajera... y no advertimos que nuestra verdadera grandeza viene de lo que Dios ha hecho y hace por nosotros.

Lo que los demás nos ofrezcan no pasará de ser limitado y temporal...

lo que Dios nos ofrece es infinito y eterno.

En todo tiempo trata de crecer en el conocimiento de ti mismo, que es la base de la verdadera humildad. Acepta tu verdad, y alcanzarás la paz.

Fr Fernando Rodríguez, ofm



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