El
granito de trigo pretencioso
Sucedió una vez que en un extenso trigal vivía un granito de trigo
pretencioso. Y el que así fuera se debía a que ocupaba la punta de la espiga
que sobresalía por encima de todas las demás del trigal.
Desde
su privilegiada posición dominaba todo el panorama. Con cierto desprecio
observaba a sus hermanos que sin tantas pretensiones convivían alegremente
entre sí.
Cada
vez que el viento hacia mecerse las espigas, nuestro personaje soñaba con su
futuro.
¡Por
supuesto que alguien tan especial como él debería tener alguna misión
importante en la vida! ¡Él no era del montón!.
Entre sus cavilaciones se imaginaba convertido en parte de la más bella tortilla, pero no, eso era poco.
Tal
vez fuera parte del más rico pastelillo.
No eso
tampoco.
Por
fin le llegó la luz sobre lo encumbrado de su sino.
“Sin
duda seré parte de un pastel que será comido por un rey” se sintió satisfecho
por este pensamiento, y a partir de entonces tuvo claro cual debería ser su
destino.
Llegó el tiempo de la cosecha, y nuestro amigo dejó su lugar de sueños, pero no sus pretensiones.
Aguardó
pacientemente todo el procedimiento, hasta que fue hecho harina...
Cuando se dio cuenta de lo que habían hecho con él contempló horrorizado que lo habían convertido en una simple oblea blanca.
Y su
depresión llegó a lo máximo cuando se vio metido en una ordinaria bolsa, con
cientos de otras obleas igual de ordinarias.
La
bolsa fue vendida por unas cuantas monedas, y el granito orgulloso se sintió
tan defraudado con su suerte.
Pero un día fue sacado de la bolsa, y colocado sobre un dorado recipiente...
“Bueno,
las cosas mejoran” se dijo a sí mismo el granito.
Fue
ofrecido en el ofertorio de la misa, y el granito ignoraba que era lo que
pasaba... pero instantes después de la consagración el granito emocionado se
decía: “Yo que pensaba ser parte de un pastel para un rey... Y mira, me he
convertido en el Rey mismo”
Muchas veces el camino de la humillación es el que nos conduce a la verdadera grandeza. San Francisco nos dice: “Bienaventurado el siervo que no se reputa mejor cuando es engrandecido y ensalzado por los hombres que cuando es tenido por vil, simple y despreciable, porque cuanto cada uno es delante de Dios, tanto es y no más...” (Admonición 19) Nos empeñamos tanto por una gloria que no deja de ser pasajera... y no advertimos que nuestra verdadera grandeza viene de lo que Dios ha hecho y hace por nosotros.
Lo que
los demás nos ofrezcan no pasará de ser limitado y temporal...
lo que
Dios nos ofrece es infinito y eterno.
En todo tiempo trata de crecer en el conocimiento de ti mismo, que es la base de la verdadera humildad. Acepta tu verdad, y alcanzarás la paz. Fr Fernando Rodríguez, ofm |
miércoles, 17 de octubre de 2012
El granito de trigo pretencioso
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