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¿Por qué sufre el justo?
En febrero de 1996 fue la primera vez que conocí a un legionario. Yo estaba en mi colegio cuando un sacerdote joven, alegre y elegante ingresó a mi clase. Recuerdo poco de lo que habló, pero quedé profundamente marcado por su forma de vestir, la paz y la alegría que trasmitía. Paz y alegría que yo necesitaba. “¿Alguna vez has pensado en ser misionero?” preguntó.
Tenía 16 años, una vida cargada de ilusiones y desilusiones. Muchas preguntas y pocas respuestas. El año anterior había sido difícil para mi familia. Por unas circunstancias del todo inesperadas tuvimos un sufrimiento inusitado. No entendía a Dios.
Mis padres nacieron en un pueblo del oriente antioqueño llamado Santuario, en Colombia. Poco después del matrimonio tuvieron que dejar sus tierras pues el conflicto armado que sufría Colombia había llegado hasta ellos. Dios puso en su camino al Dr. Jorge Humberto Restrepo, conocido miembro del Opus Dei, quien, desde el primer momento, los acogió con gran cariño y caridad cristiana. Iniciaron su vida matrimonial en Rionegro, Antioquia.
Soy el sexto de ocho hermanos. Cuatro hombres y cuatro mujeres. Recibí una formación profundamente católica. Recuerdo con cariño la catequesis que nos daba mi papá, el rezo del rosario diario en familia, la presencia constante del Sagrado Corazón y la acción de gracias después de la comunión dominical que con frecuencia dirigía mi mamá.
Con mi hermano menor y hermanas menores jugábamos a celebrar la misa. Me recuerdo muchas veces revestido con una ruana gris de mi papá (ruana es un abrigo largo típico colombiano) que me servía como casulla y con galletas y un poco de agua-panela (una bebida típica colombiana) sobre una mesita. Me encantaban aquellas “misas”.
Este recuerdo fue la respuesta positiva a la pregunta que el padre hizo en la clase. Sí, alguna vez quise ser misionero. “Y si en el futuro lo fuera, me encantaría ser como tú”, pensé.
Peleado con Dios
A pesar de mi religiosidad, estaba peleado con Dios. Lo veía como un injusto agresor. Mi familia era fervorosamente religiosa. No recuerdo a mis padres faltar un domingo a la santa misa. La recepción de los sacramentos era algo normal. El santo rosario era una actividad diaria de familia. En medio de la estrechez económica no dejábamos de practicar la caridad hacia aquellos que eran más pobres que nosotros. De hecho durante varios años era práctica normal de mis padres traerse a vivir con nosotros alguna prima para que pudiese completar sus estudios. Mi padre honesto, trabajador y responsable desgastaba su vida por sus hijos. Mi madre nos educaba con paciencia.
A Dios le preguntaba, sin obtener respuesta, por qué había sacado a mi familia de sus tierras. No aceptaba tanto sufrimiento y esfuerzo por sacar a sus ocho hijos adelante. El año anterior mi familia sufrió una atroz injusticia y yo era totalmente impotente. La rebeldía me comía el corazón. “Señor, si somos buenos –y de verdad lo éramos–, ¿por qué nos haces sufrir?”.
Cuando tenía como diez años escuché cinco detonaciones cerca de mi casa. Parecían disparos. Eran cerca de las nueve de la noche y yo ya estaba acostado. Pocos minutos después unos gritos desesperados me despertaron. Era la esposa de Bernardo Yépez, un joven vecino que hubiese querido que fuera mi padrino de confirmación. Lo mataron a él y a otro amigo, en la puerta de su casa. Era una persona buena, católico, trabajador, honrado. “¿Por qué permites eso, Señor? Dejó en este mundo a una esposa joven y a un niño que apenas caminaba. ¿Por qué?”.
La alegría del mundo
El silencio de Dios se combinaba con mi despertar al mundo. Mis primeras fiestas, mi primera novia, mis primeras pasaditas de copas. Al inicio disfruté de aquello. Un horizonte de placeres se abría ante mí. Pero rápidamente se derrumbó ese mundo ficticio: algunos de mis compañeros cayeron en la droga. Toda aquella distracción se convirtió en un reclamo más a Dios: “¿Dónde estás?”.
Un mes después estando en el colegio, el P. Jorge me invitó a una convivencia vocacional en el noviciado de Medellín que había sido fundado a finales de 1994. Los que vivían allí eran “bichos raros”: sotana negra, caminar apresurado, rostros serenos. Esa fue mi primera impresión. Después de unas
horas de convivencia me sorprendió su alegría, cordialidad, sencillez. Al final de la convivencia estaba tocado por su profunda piedad, capacidad de compromiso y alegría. Aquí está Dios, pensé.
Dios está en el silencio…
En abril participé en el Triduo Sacro, de nuevo en el noviciado de los legionarios de Cristo. Creía que allí encontraría la respuesta a tantas incógnitas. Así que me dispuse a vivirlo con toda generosidad. El Jueves Santo fue un día de convivencia, oración y expectativa. Después de cena tuvimos una hora eucarística en el Monumento al Santísimo, preparado para la ocasión. Era sencillo, acogedor y recogido. Como pocas veces en mi vida comencé a hablar con Cristo Eucaristía. Estaba muy a gusto con Él. Avanzado el tiempo de adoración un hermano novicio se arrodilló al frente de mí, dejando algunos libros en su silla. Movido por la curiosidad dejé mi diálogo con el Señor y comencé a ver los libros… Fue poco tiempo pues el hermano novicio se giró, tomó los libros y los puso en otro lugar.
Pedí perdón a Cristo por la distracción. La respuesta en mi interior fue fulminante: “Ya llevas mucho tiempo distraído. Deja todo y ven conmigo”. Fue tan sencillo como profundo. Creo que sólo lo puede entender quien ha sido tocado por Dios.
La percepción de mi llamada al sacerdocio vino también acompañada de la respuesta a mis preguntas, ¿Por qué el sufrimiento de mi familia? ¿Por qué el sufrimiento de mis amigos? ¿Por qué mueren tantos inocentes? ¿Por qué la droga acaba con amigos, amigas…? ¡Porque hay muchos que no conocen a Cristo, lo conocen mal o simplemente ignoran su mensaje! Porque hay muchos que se preguntan la causa del mal. Porque hay muchos que buscan respuestas y no encuentran. Porque hacen falta misioneros que den su vida totalmente al servicio de Dios y de sus hermanos para que muchos conozcan el amor de Cristo.
Compartí con mi familia el deseo de ingresar al seminario. Agradezco de corazón el apoyo de todos, especialmente de mis padres. No fue fácil para ellos. Mi padre solía repetirme con frecuencia: “Hay que hacer siempre la voluntad de Dios. Si Dios te llama a ser sacerdote séalo de la cabeza a los pies o no lo sea”. La separación fue dolorosa para ellos y para mí. Lo hicimos porque Dios nos lo pedía.
Ingresé al Centro Vocacional de los Legionarios de Cristo en Medellín el 26 de noviembre de 1996, día en el que se fundó. Estaba estrenando mis diecisiete años de edad. Acepté mi llamado con mucha libertad, paz, alegría y convicción. Iniciamos el curso escolar un grupo de casi 30 jóvenes. Los primeros días dormimos en colchones tirados en el suelo, jugábamos deporte sobre un pantano, pues no había más. Fue un inicio tan austero como lleno de Dios.
Después de un intenso año escolar fui admitido al noviciado. Viví aquellos dos años con gran deseo y con el propósito firme de conocer, amar e imitar a Cristo. El 6 de febrero de 1999 emití mi primera profesión religiosa. De octubre de 1999 a julio de 2000 realicé mis estudios humanísticos en Salamanca, España. Luego fui a estudiar dos años de filosofía en Thornwood, New York, que fueron interrumpidos por un trabajo apostólico realizado en Brasil donde hice mi profesión perpetua en febrero del 2005. En el 2006 fui a Roma para obtener la licencia en filosofía y terminar los estudios de teología.
EL P. CARLOS ERLEDY ORTIZ ALZATE nació en Rionegro, Antioquia (Colombia), el 18 de octubre de 1978. Estudio primaria y secundaria en el colegio Domingo Savio, a las afueras de Rionegro. Ingresó al Centro Vocacional de los Legionarios de Cristo en Medellín (Colombia) el 26 de noviembre de 1996. Hizo su noviciado en Medellín. En 1999 se trasladó a Salamanca (España) para cursar un año de humanidades clásicas. Realizó el bachillerato en filosofía en Thornwood (Nueva York). Durante 4 años formó parte del equipo de formadores del noviciado de São Paulo (Brasil). Es licenciado en filosofía por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma donde completó también sus estudios teológicos. Formó parte por tres años del equipo de formadores del centro de estudios superiores de los legionarios de Cristo en Roma. Desde septiembre del 2011 trabaja en Medellín (Colombia) con grupos de adolescentes y jóvenes.
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