martes, 13 de diciembre de 2011

Adviento en Baviera Alemania y el nuestro

Santa María de la Montaña.
Adviento 2011

H. Santiago Kiehnle nLC

En la región de Baviera, Alemania, se tiene una costumbre para vivir cristianamente el tiempo de Adviento, que es llamada “la Cuna Vacía". El primer día de Adviento, los padres entregan a los niños una pequeña cuna, que se coloca, junto con una caja pequeña llena de pajitas, en un lugar asequible. Cada vez que un niño hace una buena acción deposita una paja en la cuna. El objetivo es que en la noche de Navidad, cuando se coloque al Niño en la cuna, ésta se encuentre lo más llena posible, para que le Niño tenga un lecho cómodo y abrigado.

Podría parecernos una costumbre bastante infantil, pero en realidad es aplicable a cualquier etapa de la vida.

Debe llevarnos a pensar que Cristo desea encontrar acomodo en nuestro corazón, y debemos prepararlo como la cuna donde va a nacer.

El mundo ha venido suavizando y maquillando la Navidad porque nos cuesta trabajo afrontar lo que en realidad pasó: Dios se hizo hombre y nació de una virgen, desposada con un carpintero, en una cueva en Belén. La mayoría de las veces esta realidad pasa desapercibida entre la cena, los regalos, los villancicos, los adornos, y demás “signos exteriores” que acompañan a la llamada “época navideña”, distrayendo nuestra atención del verdadero significado de la Navidad. Esta pérdida de su sentido original nos ha llevado al extremo de escribir en las tarjetas de Navidad “Happy Holidays” o “Felices Fiestas”, olvidándonos por completo de lo que en realidad celebramos. No digo que los signos exteriores y las fiestas estén mal, tampoco quiero ser una especie de “Grinch”, sólo digo que no debemos perder de vista el verdadero sentido de la Navidad que es el misterio de la encarnación del Hijo de Dios.

Eso es la Navidad: un misterio; algo que no podemos entender con la cabeza, que no podemos expresar con las palabras, sino que debemos acoger con el corazón. Porque como nos dice San Juan en su Evangelio, “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1); hasta el extremo de dejar el cielo para venir a habitar en la tierra; hasta el extremo de asumir completamente la naturaleza humana siendo Dios; hasta el extremo de dar su vida por nosotros; hasta el extremo de ser fiel a nosotros a pesar de nosotros; hasta el extremo de darnos la libertad de aceptarlo o rechazarlo; hasta el extremo en que el creador quiere depender de su creatura.

En esto consiste la Navidad: en recibir a Dios que toca la puerta de mi corazón y me pide permiso para entrar en él. El 24 por la noche tocará a nuestra puerta, pero también lo hace el 25, el 26, el 27 y todos los días del año. Jesús siempre está a la puerta de mi corazón esperando una respuesta de mi parte, esperando que le abra mi corazón, que sólo puede ser abierto desde adentro. “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20). Por eso es tan importante seguir las palabras con las que el Beato Juan Pablo II, al salir al balcón de la plaza de San Pedro, iniciaba su pontificado: “No tengáis miedo; abrid de par en par las puertas de vuestro corazón a Cristo.”

Este es muchas veces el problema, que le tenemos miedo a Cristo, porque pensamos que nos va a exigir más de lo que estamos dispuestos a darle. Si nos ponemos a profundizar nos daremos cuenta que las exigencias de Dios son mucho menores a las exigencias del mundo, ya que con Dios no tenemos que aparentar nada, Él nos ama por el simple hecho de existir. Nos lo recuerda la Gaudium et Spes en el número 24 “el hombre es la única creatura que Dios ha querido por sí misma”. En cambio, de cara al mundo, siempre tendemos que aparentar más de lo que somos y de aparentar algo que no somos. No debemos temer a Jesús, nos lo dice el Papa Benedicto XVI: “No teman a Jesús que lo da todo y no quita nada”, y en otra frase nos lo recuerda San José María Escrivá de Balaguer “se ha hecho tan pequeño, ya ves: ¡un Niño! para que te le acerques con confianza” (Camino 94). Éste es el misterio de la encarnación: Dios que se hace niño para poder acercarse a mí sin que yo le tema. Porque como dice Fulton Sheen “no se puede amar lo que no se puede abrazar”.

Dios en su infinita sabiduría, viendo que no podíamos subir hasta Él decide bajar a nosotros. Él siempre da el primer paso hacia nosotros, pero debemos también caminar hacia Él para encontrarlo. Mi amor es siempre una respuesta a su amor, a un amor que es tan grande que no se puede contener a sí mismo y sale a la búsqueda del hombre para poderse donar total y desinteresadamente. El Papa Benedicto XVI lo explica con palabras más sencillas, “En Jesucristo Dios ha asumido un rostro humano y se ha convertido en nuestro amigo y nuestro hermano” (06.sept.2009). Esta es la gran maravilla que festejamos, el hecho de que Dios haya asumido un rosto humano.

Toma un rostro humano pero no lo deja retratado. Para muchos es una lástima que no haya quedado impreso ese rostro y no sepamos a ciencia cierta cómo fue. Si hubiera venido en nuestros días, sin lugar a dudas su foto ya estaría en Facebook, en Twitter y en cualquier portal de internet. Sin embargo para mí el no tener una foto de Dios es uno de los regalos más grandes, ya que, de este modo, Dios puede tener el rostro que sea y todos nos podemos identificar plenamente con Él. Pero además de ser un regalo es también una responsabilidad, ya que cada uno debe prestar su rostro a Dios para representarlo ante los demás, para ser su imagen. Esto lo entendió muy bien el Beato Juan Pablo II, en quien era muy fácil ver representado a Dios, sin embargo, al igual que él, todos estamos llamados a representar a Dios en la tierra.

San Pablo nos hace ver que “somos santuarios de Dios y el Espíritu Santo habita en nosotros” (1 Co 3,16). Por lo tanto lo que debemos hacer es transparentarnos hasta el grado en que los demás puedan ver a través de nosotros al Espíritu de Dios, como lo logró en sumo grado la Santísima Virgen María. Muchos comparan a María con una ventana, la cual deja ver a través de ella pero protege del viento, la lluvia, el ruido, etc. De este modo María nos protege de todos los males y al mismo tiempo nos permite ver a través de ella a Dios.

Como ven, si nos tomamos en serio el misterio de la encarnación se vuelve vertiginoso e incomprensible. Sin embargo tenemos que meditar y reflexionar sobre ello, y para eso es el Adviento; es un tiempo de preparación a la venida de Jesús, que quiere nacer en mi corazón, pero sólo podrá hacerlo si yo lo he preparado correctamente. Si no nos preparamos correctamente corremos el riesgo de que nos pase lo que le pasó a la mayoría de los que vivieron en la época de Jesús, que vivieron a su lado y ni cuenta se dieron: “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11). Ojalá San Juan pudiera decir de nosotros: Vino a los suyos y los suyos sí le recibieron. Si logramos hacer esto entonces encontraremos la verdadera felicidad. “La felicidad que buscáis, la felicidad a la que tenéis derecho tiene un nombre, un rostro, es Jesús de Nazaret.” (Benedicto XVI 18.ago.05). “El hombre sólo es plenamente él mismo cuando ha encontrado a Dios” (YouCat n.3)

“Sólo cuando encontramos al Dios vivo en Jesucristo aprendemos qué es la vida. No hay nada más hermoso que ser encontrado por el Evangelio de Jesucristo”. (Benedicto XVI 24.abril.05).

Yo sé que nuestro corazón no es el lugar más digno para que Dios nazca, pero eso no nos exime de prepararnos, al contrario, nos responsabiliza, ya que Él ha querido que sea así. Hace dos mil años nació en una cueva, que no era como la pintan los nacimientos hoy en día, sino era una vil cueva en la montaña, donde se guardaba a los animales, por lo que tampoco debería ser muy limpia ni muy digna. Del mismo modo, si yo le abro mi corazón vendrá a mí y limpiará mi alma, y así como invitó a sus amigos: los reyes magos y los pastores; así también invitará a mi corazón a sus virtudes, traerá paz, amor y felicidad, y al igual que llenó la cueva con su calor, con su amor y su presencia, así también llenará totalmente mi corazón y mi vida.

La preparación para la Navidad no es hacer cosas extraordinarias, sino hacer extraordinario lo ordinario, las cosas de todos los días. Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece, y del mismo modo nos parecen más espectaculares los actos heroicos y extraordinarios, sin embargo tiene más mérito el martirio de todos los días, el martirio silencioso de la fidelidad diaria que el martirio cruento derramando la sangre. No olvidemos que seguiremos fallando, pero no debemos desalentarnos, y sobre todo no debemos olvidar nunca que no hay santo sin pasado ni pecador sin futuro.

Contamos con la ayuda de Dios y de la Santísima Virgen María, que nos acompañan en todo momento y en cada paso que damos. Y si de algo sirve, también cuentan con mis oraciones.

De todo corazón les deseo una muy feliz Navidad en compañía de sus seres queridos.

H. Santiago Kiehnle nLC

H.Kilin®


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