Jorge Enrique Mújica | jem@arcol.org
Mientras se sigue discutiendo en no pocos lugares, especialmente en países
de raigambre cristiano en Occidente, el papel de la religión en la vida
pública, diferentes estudios científicos ponen de manifiesto los beneficios
humanos de la fe.
En un reciente libro titulado «Cómo cambia Dios tu cerebro», Andrew Newberg
y Mark Robert Waldman resumen años de investigación sobre la relación entre
salud neurológica y fe, a partir de estudios a religiosas y monjes budistas.
¿La conclusión? Hay una influencia positiva de la fe en aquellos que
verdaderamente creen.
A inicios de marzo de 2009 la universidad de Toronto ofrecía los resultados
de una investigación realizada por uno de sus profesores de psicología, Michael
Inzlicht, y que arrojaba datos sumamente interesante como el que creer en Dios
puede bloquear la ansiedad y minimizar el estrés. El estudio fue publicado en
la revista Psychological Science y en las muestras participaron no nada
más creyentes sino también agnósticos.
Según un estudio del profesor Bradford Wilcox, docente de sociología en la
universidad de Virginia, en los Estados Unidos, hay una evidencia de que la
religión está desempeñando un papel que fomenta una orientación familiar entre
los varones estadounidenses. ¿Cómo sustenta esta afirmación? A partir de la
asistencia regular de los hombres a los servicios litúrgicos cristianos: los
hombres que acuden regularmente tienen matrimonios más fuertes, estables y sus
esposas son más felices. Pero no es todo. Un elevado porcentaje de las parejas
casadas que asisten a misa, tienen un 35% menos de probabilidad de divorcio.
Respecto a los hijos, Wilcox evidenció que los padres que asisten a los
servicios cristianos están más involucrados en las vidas de sus hijos: en el
65% de los casos, los padres también tienden a ser más afectuosos. Otro dato
significativo es la alta tasa de hombres y mujeres que su vida cristiana activa
propicia el concebir hijos sólo después del matrimonio.
En la misma línea va el estudio de Pat Fargan para la Fundación
Heritage (se puede consultar en este enlace), análisis que, además, ahonda en el
papel positivo que la religión tiene en la educación de los hijos, la
prevención en el consumo de drogas y alcohol, sexualidad y salud mental y
física y ausencia de violencia doméstica.
Según el estudio de Fargan, entre otros muchos datos, los jóvenes
religiosos son hasta tres veces menos propensos a tener hijos fuera del
matrimonio y a no abusar en el consumo de alcohol. Fargan también afirma que la
gente que practica su fe tiene menos riesgo de caer en depresión o de suicidio.
En el mes de enero de 2009, la revista Pediatrics publicó un estudio de Janice
Rosembaum donde queda de manifiesto que los jóvenes religiosos aplazan su edad
de inicio sexual, algo sumamente bueno pare evitar embarazos no deseados,
enfermedades sexuales e infidelidad en el matrimonio. Pero no es todo. Según el
análisis del Journal of Drug Issues, de octubre de 2008, la religiosidad de los
jóvenes influye en la resistencia a la influencia de amigos que suelen
emborracharse o drogarse.
Hay otros estudios que confirman el bien que produce la vivencia práctica y
real de la fe en la familia, en sintonía con las investigaciones de Wilcox,
Fargan y Rosembaum. Es el caso del análisis del sociólogo de la universidad
estatal de Mississippi, John Bartkowski, publicado en la revista Social
Science Research (se puede consultar el estudio en este enlace).
Según la investigación de Bartkowski, si el padre y madre van a la iglesia
y viven su fe, los hijos se desarrollan mejor: estudian con mayor disposición y
tienen más habilidades sociales. Los niños cuyos padres asistían a la iglesia
con frecuencia tenían las mejores puntuaciones en autocontrol, comportamiento y
cooperación con sus iguales. ¿Por qué sucedía esto? Por tres razones:
1) Las redes religiosas de relación social apoyan a los padres, mejoran sus
habilidades como padres, y los niños ven que los mensajes de los padres son
reforzados por otros adultos.
2) Las comunidades religiosas tienden a promover valores de sacrificio y
familia, que "podrían ser muy, muy importantes al definir cómo los padres
se relacionan con los hijos y cómo los niños se desarrollan como
respuesta".
3) Las comunidades religiosas aportan al ser padre una “significación
sacra”.
El estudio comprobó que si los padres discuten en casa por razones
religiosas perjudica a los hijos, que no se benefician de los resultados
estadísticos positivos de otros niños.
También es posible que los padres con niños buenos puedan ser ambos asiduos
a la práctica religiosa precisamente porque sus hijos se comportan bien;
mientras que «el culto en una congregación es una opción menos viable si
piensan que sus hijos se comportan pobremente», reflexiona Bartowski.
Ciertamente no se recurre a la fe para ser feliz. C.S. Lewis decía que para
eso él siempre tenía presente que existían las botellas de alcohol. Los
beneficios son una consecuencia natural de la fe, no una causa para creer. Sin
embargo, los beneficios humanos de la fe no dejan de ser un valor añadido que
no se puede olvidar nunca al hablar de la religión en la vida pública pues, en
definitiva, son una riqueza para la vida de las naciones y de todos sus
ciudadanos.
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