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P.
Alessandro Magnoni L.C.
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¡Pensaba ser un verdadero creyente
y María me dio a entender que mi vida era una gran apariencia!
¡Una infancia tranquila vivida en
un ambiente sano!
¿Sacerdote? ¡No me lo hubiera imaginado! Hubiera podido hacer alguna obra
cómica de teatro en la parroquia disfrazado de cura o una “profesión” de jefe
monaguillo... ¡pero sacerdote no! No es que tuviera rechazo hacia los curas o
la Iglesia, simplemente mi vida seguía un modelo tradicionalmente familiar,
gracias también al testimonio elocuente de mis papás.
Segundo de tres hermanos, Barbara mayor de cuatro años y Simone más pequeño
de siete, crecí en un ambiente profundamente católico entre oratorio,
catecismo, actividades parroquiales y valores familiares cristianos bien
marcados.
Hasta los diecisiete/dieciocho años no tenía particular atracción
hacia la vida digamos “social”: prefería más bien compartir con pocos amigos
el último videojuego o alegros paseos en bicicleta, frecuentaba el grupo de
amigos de la orquestra de la ciudad a donde tocaba la flauta, y hacía
muchísimo deporte como baloncesto, natación, karate, esquí, paseos a la
montaña y por última la pasión por el vóley que me llevó a jugar en un equipo
semi-profesional.
El mundo del trabajo y el
alejamiento de la vida de oración
Acabada la preparatoria, dejé el estudio para entregarme de lleno al mundo
del trabajo. Hice varias experiencias: desde el aprendiz eléctrico hasta el
heladero, desde el operador especializado en video proyección hasta el obrero
en una fundidora delante de los altos hornos, desde el técnico de laboratorio
electrónico hasta el dibujador de circuitos eléctricos para los coches, para
terminar como responsable de una oficina de asesoramiento para el grupo
automovilístico FIAT. ¡Todo eso en solos siete años!
Así saturado de trabajo, tuve que dejar aquellas actividades que lograba
seguir fuera del horario escolástico, y “sin querer” me descubrí alejado de
las ocasiones próximas que alimentaban constantemente mi trato con el Señor y
con mi familia: excepto la Misa dominical, la confesión más o menos constante
y las esporádicas experiencias espirituales, como las “Jornadas Mundiales de
la Juventud” en París y Roma, todo el resto de mi vida se orientaba hacia el
compromiso de trabajo, la novia y los amigos. Todavía me duele el recuerdo
que tampoco la consagración de mi hermana a la comunidad de los “Hijos y
Hijas de la Cruz” y el jovial involucramiento espiritual de ellos, fue par mi
motivo de un serio acercamiento a la fe, a pesar que fuera uno de los muchos
rayos de luz en medio de la densa niebla.
Total, vivía mi vida ordinaria absorbido entre las actividades laborales, sin
preocuparme demasiado de dejar un lugar privilegiado al Señor, como si Él se
complaciera de mi presencia a la Misa dominical a pesar de estar
casi siempre distraído, desganado o
dormido. Y así me justificaba escondiéndome detrás de la máscara del buen
joven pero en el fondo vivía una profunda hipocresía.
María me ha tocado el corazón: la conversión
A la edad de 26 años, todavía marcado por la ruptura de un largo y movido
noviazgo, participé a una peregrinación a Medugorje con un grupo de jóvenes
guiados por dos sacerdotes Legionarios de Cristo, el P. Giuseppe Gamelli y el
P. Hernán Jiménez. Esta ocasión me cambió totalmente la vida: entendí cuanto
María me estaba cerca para que conociera más íntimamente a su hijo
Jesucristo.
La experiencia de oración y el testimonio de muchos jóvenes
renovados por el encuentro con Cristo, me conmovió profundamente.
Recuerdo
con cariño el hermoso testimonio de los jóvenes de Madre Elvira, una
comunidad de drogadictos que viviendo de la providencia de Dios se recuperan
solamente con la ayuda de la oración y del encuentro con Jesús: palabras que
llenaros mi vida de esperanza.
Desde aquel momento fue un conocer verdaderamente al Señor, buscarlo en la
oración, en los sacramentos y en mi próximo: se había desencadenado en mí un
deseo de entender el significado de su vida y de su gesto de amor, y
consecuentemente entender el significado de mi vida.
Pero sabía que solamente
agarrado de la mano de María hubiera podido encontrarlo.
La dirección espiritual del P. Giuseppe, la participación a varios grupos de
oración, el frecuentar a personas con quien compartir mi personal experiencia
espiritual, fue fundamental para alimentar esta sed de amor hacia Cristo.
Deseo de felicidad
Después de poco tuve la ocasión de conocer el noviciado de los Legionarios de
Cristo a Gozzano, y me quedé impresionado de la presencia de muchos jóvenes
que habían decidido dejar todo para seguir a Cristo.
Sobre todo me impactó lo
que se percibía de sus palabras y miradas: la certeza con la que habían hecho
esta decisión de vida venía de un encuentro real con el Señor, la misma
felicidad de aquellos muchachos que poco antes había visto a Medugorje con
los rostros radiantes.
Fue una convivencia de un par de días en que tuve ocasión de dialogar con
algunos de ellos, escuchar sus testimonios y vocaciones, y confrontar mi vida
i mis principios para dar significado a mi futuro: ¡me parecía haber encontrado
aquellas certezas che podían llenar mi esperanza! Uno de ellos me confió
haber recibido en su camino vocacional una gran ayuda haciendo de joven una
experiencia misionera.
De salida me encontré un poco desconcertado pensando a
los países de África y al trabajo de evangelización en China por los
Jesuitas; pero luego hablándome de jóvenes que compartían una experiencia de
caridad entre las familias y chicos mexicanos, se me encendió una llama de
curiosidad.
Regresé a mi casa convencido que el verano lo hubiera pasado de
“misionero”.
Misión en México y deseo de
generosidad
La experiencia de las misiones en México, entre personas en condiciones de
pobreza extrema en los pueblos cercanos a la ciudad de Querétaro, me abrió
totalmente el horizonte: llegué con la actitud de quien se siente eternamente
insatisfecho y se desespera de las cosas que no tiene y quisiera tener, y me
fui con la certeza de que el Señor me había dado desde siempre muchísimos
talentos y riquezas y las tenía que compartir con los demás.
Aquello que
tenía que ser la visita a las familias para llevarles un mensaje evangélico
de paz y esperanza, se trasformaba en una lección para nosotros de fe y
confianza en la providencia de Dios: ¡nos creíamos ricos y nos encontramos
extremamente pobres, pobres del significado de nuestras vidas!
Entendí que mi regreso a casa tenía que tomar un rumbo nuevo, un nuevo
compromiso, una nueva motivación: la felicidad en mi vida ya no era el tener
si no el dar, el dedicar tiempo a los demás, a Jesucristo.
Y con este
estímulo me encontré a los pies de María en la espectacular Villa de
Guadalupe en la Ciudad de México y descubrí que la Virgen me estaba llamando
otra vez a comprometerme por su Hijo: tomé la decisión de formar parte del
Movimiento apostólico Regnum Christi entre las personas que me habían
acompañado a vivir esta experiencia.
Mi compromiso con el Regnum
Christi
El compromiso con el Regnum Christi fue para mí una verdadera salvación: las
citas mensuales de formación y reflexión evangélica, los momentos de oración,
los encuentros con los amigos, la organización de las actividades de
voluntariado y otras responsabilidades me llenaron los días.
Cada momento lo
vivía con el deseo de acabar pronto con el trabajo para dedicarme a lo que
ahora me gustaba más.
Me propusieron llevar adelante la página internet del Movimiento en italiano
y descubrí que era un gran instrumento de evangelización: a pesar que fuese
principalmente traducir al italiano los artículos de las páginas del
Movimiento de México, me exigía una lectura diaria del Evangelio para ofrecer
a los visitadores non solo el pasaje evangélico del día, sino también una
pequeña reflexión para que se explicara y viviera.
Todo se iba cambiando y el día se llenaba de altruismo, y si antes vivía del
trabajo y de mis intereses, ahora vivía para los demás y para Cristo.
Esclarecer mi futuro: la llamada
Esta situación me ponía un poco incomodo: ¿cómo podía lograr que mi deseo de
entrega a todos y el deseo de construir una familia coincidieran al mismo
tiempo?
Busqué luz en la dirección espiritual y decidí participar al curso de
discernimiento para tener claridad sobre mi futuro: obviamente no tenía la
menor intención de saber si mi camino fuese ser sacerdote, más bien quería
encontrar los principios necesarios para fundamentar un matrimonio
“perfecto”.
Bien, en aquellas semanas de curso en que experimenté la cercanía de Cristo y
el inmenso amor que Él tenía hacia mí, descubrí una serenidad interior nunca
percibida: entendí que el Señor me llamaba a entregarme de lleno a Él para
que fuera totalmente para los demás.
Pero algo me detenía: tenía miedo dejar
todo como aquel joven rico que nos cuenta el Evangelio.
No quise repetir la
experiencia de aquel joven que se marchó entristecido y siempre se menciona
como ejemplo de egoísmo: en aquel momento el Señor, y seguramente María, me
dieron el coraje necesario para hacer un verdadero acto de generosidad.
El regreso a casa: el último
escollo
Regresé a mi casa con un poco de preocupación porque tenía que comunicar mi
decisión a mis papás, a los parientes y compañeros de trabajo: ¡me esperaba
lo peor!
El primer anuncio fue a mi madre: me hubiera gustado que estuviera también mi
papá pero en aquellos días estaba de acompañante a una peregrinación a
Medugorje.
Le hablé de la parábola del joven rico y le dije que yo también
había recibido del Señor la propuesta de dejar todo y seguirlo, y que quería
ser generoso con Él.
Si al inicio se mostró incrédula, poco a la vez su
rostro cambió de expresión hasta tener, después de un largo diálogo, un gozo
mixto a estupor: ¡recuerdo hablamos hasta las dos de la noche y algunos días
después me confió haber tenido la mejor homilía de los últimos tiempos!
Aunque hubiera podido evitarlo, el día después enfrenté a los compañeros de
trabajo: algunos se quedaron asombrados pidiéndome explicación de esta
locura; otros resultaron impactados apoyando plenamente mi decisión y
agradeciéndome el testimonio público.
Mientras tanto, mi mamá recibió la llamada telefónica de mi papá desde el
Monte de las apariciones y con conmoción le comentó mi decisión.
De regreso
de mi trabajo, ella me contó que al inicio mi papá tuve un momento de
hesitación diciendo: «te llamo más tarde»; luego volvió a llamar y con voz
conmovida confesó haber ido a los pies de María pidiéndole primero
explicación del porque me quería llevarme, luego entendió y fue feliz por el
don recibido.
De hecho, mis papás llevaban años suplicando constantemente a María que yo
recobrara el justo camino tanto que al final me consagraron a Ella.
Al
parecer, como algunos dijeron más tarde, mis padres rezaron demasiado y María
lo tomó en serio acogiéndome totalmente en sus brazos para que escuchara los
latidos del corazón de su hijo Jesucristo y pudiera enamórarme de Él.
Doy gracias a María.
El P. Alessandro
Magnoni nació en Busto Arsizio, Varese (Italia), el 31 de marzo de
1975.
Estudió en la preparatoria estatal para el diploma de electrónica.
Durante siete años trabajó en varias áreas.
En agosto del 2001 entró a formar
parte del Movimiento Regnum Christi.
El 13 de septiembre de 2002 ingresó al
noviciado de la Legión de Cristo en Gozzano, Novara (Italia).
Cursó los
estudios humanísticos en Salamanca (España).
Durante dos años trabajó en
la promoción vocacional en Verona y Bolzano.
El 3 de octubre de 2010
hizo su profesión de votos perpetuos.
Ha conseguido el bachillerado en
filosofía y teología por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma
donde actualmente estudia la licenciatura en teología.
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