En una ocasión sentí que el mar me
estaba tragando.
|
||||||||||||||||||||||||
|
||||||||||||||||||||||||
|
||||||||||||||||||||||||
|
||||||||||||||||||||||||
Una ocasión sentí que el mar me
estaba tragando. Traté de salir pero el mar me estaba llevando. Trataba de
escapar con todo mi ser, pero la fuerza del mar pudo más que yo.
Como habíamos ganado nuestra competencia de natación, mi papá se confió y nos dejó en la playa muy seguro, mientras iba rápido a la casa, porque ya sabíamos nadar. Desperté en la arena. Ya estaban mis papás ahí. María Luisa mi hermana mayor le decía a mi madre que un joven me había rescatado del mar.
¿Quién era ese
joven?
Nunca lo supe. Mi madre quería agradecerle, pero no había ya
nadie en la playa.
Cuando fuimos a Misa en la noche para dar gracias a Dios, mi hermana le dice emocionada a mi madre que ahí estaba el que me había sacado del mar… ¡era una imagen de Cristo!
Mi madre comenzó a llorar…
Yo no sé por qué, pero casi siempre
me tocaba estar donde había problemas. Si había vidrios rotos, ahí estaba yo;
si había bardas rotas, también; si había incendios en los baldíos cercanos de
casa algo tenía que ver yo, directa o indirectamente. Si habían peleas
en la escuela ahí estaba también yo metido. Era casi como un deporte. No
sucedía nada a propósito. Era pura casualidad. Me tocaba estar ahí y yo
aprovechaba la ocasión. Siempre me la pasaba bien.
Como ven, un niño normal. Inquieto y muy cariñoso con mis padres y hermanos. Verdaderamente la casa era una auténtica escuela de generosidad.
Sin muchos
discursos aprendíamos a ser generosos.
Recuerdo muy bien que mi madre
nos decía a Salvador y a mí cuando jugábamos canicas, que cuidáramos los
pantalones para que se los pudiéramos dar a mis hermanos menores o a los
niños pobres.
Gracias a Dios siempre tuvimos todo, pero sabíamos que no nos pertenecía. Recuerdo una Navidad que yo le pedí al niño Dios una bicicleta, pero no estaba dispuesto a prestársela a nadie.
Nunca llegó.
Cuando mi
madrina me regaló $5,000 pesos, lo primero que pensé fue: Voy a comprar un
carro deslizador y se lo prestaré a mis hermanos y mis primos.
Sin darme cuenta mi corazón se iba preparando a ser generoso.
Jueves 2 de noviembre de 1989.
Esta
fecha es inolvidable, para mí y por mi culpa también para mi familia. Dios
sacó de un mal, un gran bien.
Pude experimentar en carne propia la
Misericordia de Dios.
Estaba barriendo la calle y mi madre salió a la tienda con Luis Alonso, mi hermano menor.
Me dijo que metiera “la Wagoner” a la cochera. Me subí a la
camioneta y en lugar de dar marcha atrás, se me hizo fácil dar la vuelta
al camellón.
Giré, pero venía un coche un poco rápido así que no volví
a girar, sino que continué unas cuantas cuadras más adelante.
Giré a la
izquierda y comencé a acelerar.
Giré de nuevo y aceleré más. Sentía
que la “willis” tenía turbo.
Antes
de volver a girar, presioné los frenos y la camioneta se dio una coleada, que
casi pierdo el control de la camioneta por completo…
Por supuesto que choqué y por eso dejé sin vacaciones de navidad a toda la familia. Hablé con mi padre por teléfono a su trabajo. Lo saqué de una junta muy importante.
Lo supe porque me lo dijo la secretaria.
Llegó en siete minutos.
Lo primero que me dijo fue: ¿Cómo estás?
Me desarmó, pues yo estaba pensando
que vendría en plan regaño y con mucha razón.
Después me indicó: vete a tu
habitación y no salgas.
Cuando yo estaba en la habitación estaba pensando que
me enviarían a una academia militar, que ya no tendría derecho a tener
familia; ni padres, ni hermanos.
Pensaba que me correrían de la familia.
¿Cómo era posible que hubiera hecho esto?
Reflexionando me dije: no quise hacer mal, no supe controlar el coche y me fue mal.
Ahora me debía preparar para reparar los daños.
Gracias a Dios
no hubo nadie involucrado.
Sólo yo y “la Wagoner”.
Cuando llegó mi papá a casa, después de dos horas, fue a buscarme a mi habitación.
Lo primero que me dijo fue: ¿Cómo estás?
-Le respondí:
bien.
– ¿Seguro que estás bien?
- Sí.
Yo estaba pensando: ¡¿cómo es posible que mi papá esté tan tranquilo?! Ahí aproveché para decirle de la manera más sincera posible.
Papá,
¡perdóname!
En ese perdón yo estaba metiendo tanto el golpe del coche, el haberle sacado del trabajo, la desconfianza que había provocado, los inconvenientes, consecuencias, el enojo que causé…en pocas palabras, ¡todo! Me respondió: ¡No te preocupes!
Y me dio un abrazo.
En ese abrazo sentí un
perdón sincero y total.
Ahora que estoy escribiéndolo tengo las lágrimas en los ojos, nada más de acordarme.
Pude experimentar un gran amor de mi papá.
Yo sabía que no
era normal y que se estaba haciendo violencia… pero me estaba perdonando.
Después me dijo: Tú no sabías que estaban mal ajustados los frenos, por eso
no pudiste controlar la camioneta.
En ese momento que me estaba dando un abrazo pensé: Si mi papá me perdona por haber hecho esta tontería, ¿cómo será la misericordia de Dios?
Dios se
valió de esto para que yo pudiera experimentar su gran amor y misericordia.
Eso me ha hecho volver una y otra vez a la confesión, cuando tengo la
desgracia de caer en pecado.
Una cosa tengo clara: Cuando confiese, transmitiré el gran amor y la misericordia que Dios nos tiene. Yo seré su instrumento, pues al haber experimentado tanto su amor, no puedo no darlo. No me mandaron a la academia militar de castigo, pero estuve trabajando a “marchas forzadas”.
No podía salir a ningún lado.
Sólo podía salir a
Misa.
No saben cómo disfruté esas salidas.
Una vez nos tocó que fue a
celebrar el Señor Obispo y por supuesto que me quedé más tiempo.
Cuando
regresamos Salvador mi hermano y yo, nos pregunta mi madre: “¿Dónde
estaban?” Y contestamos que en Misa.
Nos pregunta: “¿De Obispo?”
A lo que respondimos afirmativamente.
En una de esas salidas a Misa, una chica me pidió que si podía acompañarle (como chambelán) en su fiesta de quince años.
Yo le dije que no podía porque
estaba castigado.
Al llegar a casa lo comenté, porque esta chica era hija de
un amigo de mis papás.
Mi papá me dijo que le dijera que sí.
Con eso estaba
cayendo el tiempo de reparación.
Así es también en la vida espiritual.
Pecamos, pedimos perdón, pero hay que reparar.
Es lógica pura.
En ese entonces, estudiaba la carrera de control automático, trabajaba en un restaurante los fines de semana, entrenaba Tae Kwon Do, tenía mis encuentros semanales en el Regnum Christi y tenía novia.
A veces la
novia se desesperaba que no me veía mucho, pero tampoco en casa me veían
mucho.
Gracias a Dios gané varios torneos de TKD.
No todo era siempre éxito;
una ocasión me noquearon, pero fue mejor, porque mis amigas estuvieron más al
pendiente de mí.
El deporte me libró de muchos peligros.
Una vez un amigo me
reprochó porque casi no iba a fiestas a emborracharme con ellos, pero si lo
hacía me pegaban una paliza en el TKD.
Era el tiempo de los cambios.
Comenzaba con una novia, terminaba y después
con otra.
Yo comenzaba a percibir que Dios quería algo de mí, pero no sabía
qué era.
Un día recibí un comentario de mi madre que me dejó el alma helada,
y fue el siguiente: “Si Dios te pidiera que le siguieras, ¿le entregarías el
alma usada?”
Tuve algunas novias.
En especial quise a una, que me ayudó a crecer en el
amor.
Sin darme cuenta el amor que sentía en mi corazón, Dios me lo estaba
pidiendo.
Yo buscaba siempre, y sobre todo, llevarlas a Dios.
Si yo quiero a
una persona, debo llevarla a Dios, porque me interesa que su alma se salve.
Y, ¿no tendré más cuidado de aquellas a quienes mi corazón más quiere?
¿Mi familia,
mi novia, mis amigos?
Recuerdo que platicando con una de ellas me dijo: “¿Sabes?
He platicado con
mi madre y me dijo que a lo mejor terminarías de sacerdote”.
Yo le respondí
“¿Por qué?”
Y me contestó: “No sé.
Por tu forma de ser”.
Siempre traté de llevar mis noviazgos cástamente, pues sabía que como fuera mi noviazgo, así sería mi matrimonio.
Por supuesto ni me imaginaba que Dios
me llamaría.
En verdad, yo creía que me casaría.
En una ocasión me preguntó mi novia que si nos casábamos, cuántos hijos me gustaría tener.
Yo hábilmente le contesté que esa pregunta debería
hacérsela a ella, porque ella los iba a tener.
Me contestó que como en mi
familia.
La verdad que no me disgustó nada la idea, pero le dije que tendría
que trabajar mucho.
Ella me respondió que me ayudaría.
Ahora te estarás preguntando ¿cuántos hermanos son en su casa? Yo soy el cuarto de ocho hermanos.
María Luisa, Mónica y Salvador, el que
escribe José Antonio, Adriana, Rodrigo y Rossana, y Luis Alonso.
(Mónica y Salvador – Rodrigo y Rossana son cuates).
Por cierto todos ellos
son unos hermanos ejemplares.
Me han ayudado mucho en mi vocación con su
entrega generosa, su ayuda económica, sus consejos y sus oraciones y
sacrificios.
Pero volviendo a la pregunta ¿cuántos hijos te gustaría tener?
Toda esa noche
me estuve preguntando en profunda oración, le preguntaba a Dios también si
ella era la chica que quería para mí, o si yo era el tipo que quería para
ella.
Si eso era lo que quería de mí.
No pude dormir pensando qué
era lo que Dios quería de mí.
Yo me sentía pleno con ella, pero Dios me
pedía algo más.
Le dije: “Señor, ¿qué quieres de mí?”
Y me respondió en lo
más profundo de mi alma: “No quiero nada de ti.
¡Te quiero a ti!”
Quedé
desarmado.
Ahí experimenté otra vez la grande misericordia de Dios al
llamarme.
“¿Por qué a mí?...
“¡Porque quiero!”.
Ya no pude y me dejé seducir.
Todo en la soledad de las visitas al Santísimo.
Yo creo que todos los católicos debemos preguntarnos si Dios nos llama al sacerdocio o a la vida consagrada, con honestidad, sencillamente. Comenzó un gran tormento interior: Si no es lo que Dios me pide y salgo…entonces perdí tiempo.
Pero me vino una de esas respuestas prácticas
que ni tú mismo te esperas: Ya pierdes demasiado tiempo en tonterías, por qué
no probar.
Si acaso te equivocas, Dios no te tomará a mal que fuiste
generoso.
Al contrario, te ayudará.
Ahora, buscaba la manera de ser generoso.
Yo sé desde siempre, que a
Dios se le da lo que pide.
Como San Agustín le decía: “Señor, dame lo que me
pides y pídeme lo que quieras”.
En una ocasión que fui a hacer una
visita al Santísimo en la Catedral de Torreón, donde estaba de dando un año
de voluntariado como colaborador en el Regnum Christi.
Una señora
me pidió dinero para comprar leche o medicina para su hijo.
Le dije que no
tenía y entré a hacer la visita.
Cuando estaba rezando sentí en mi corazón
como un grito que me reprochaba “generosidad”.
Salí de la catedral sin
haber terminado de rezar y fui decidido a darle los $50 pesos que tenía
escondidos en la billetera.
Le dije: “Señora le dejo esto, sólo úselos bien”,
y me fui.
Se me salió una queja, pensando que estaba solo.
Me pregunté en voz
alta: “¿Por qué no puedo ser generoso?”
El colaborador que iba detrás
de mí extrañado me replicó: “¿Si eso no es generosidad, entonces qué es la
generosidad?”
Yo le afirmé que eso no era generosidad. Yo estaba
pensando en algo más grande que el dinero.
Esa pregunta me ha ayudado mucho en mi vida, porque en ocasiones me gana el egoísmo por debilidad, pero yo quiero ser siempre generoso con Dios.
Me digo:
como en Torreón que no querías ser generoso con Dios y al final sí lo fuiste.
El corazón que está atento a responder al querer de Dios responde
positivamente. ¡Al final sí fuiste generoso!
No veas sólo lo malo, ve también
lo bueno y el esfuerzo que haces por ser generoso, por ser bueno.
Creo que
esa también será una de mis máximas cuando confiese: animarles a ver lo
positivo de su alma.
Estoy convencido que Dios sigue llamando, pero como no hay silencio en las almas, como no están habituados a escuchar al amigo, a Cristo, no han entendido qué es lo que Dios quiere.
¿Por qué primero consagrado y
después sacerdote?
Yo estoy persuadido que la vocación a la vida consagrada en el Regnum Christi se da en la libertad y en la caridad.
Sólo los cristianos
que han entendido y viven a plenitud su vocación, esto es, su llamado al
estado y condición de vida que Dios les llama, pueden llevar adelante con
elegancia su cristianismo. Y esto no es una excepción en el Regnum
Christi.
Al primero que le comenté de mis inquietudes vocacionales fue a mi hermano Salvador.
Siempre me animó.
Al segundo fue al P. Miguel Viso, LC que en ese
entonces era el Director de la Sección de jóvenes del RC. Yo le pedí que
fuera mi director espiritual.
A decir verdad, yo escuchaba entre algunos amigos que decían que los legionarios sólo quieren vocaciones.
Pero a mí nadie me tocaba el tema de la
vocación. Yo comencé a hablar de vocación porque ya me estaba cansando que
nadie lo hiciera y yo estaba inquieto.
Uno de mis amigos del Regnum
Christi decía: como toda empresa, si no creces, mueres.
Si no hay
vocaciones en la Iglesia, la Iglesia muere.
Yo le comenté al P. Miguel que quería hacer algo más con mi vida, porque no estaba haciendo nada, y él, caritativamente me hizo ver que me equivocaba, porque estábamos haciendo varios apostolados semanalmente y también, que el ambiente donde estábamos era cada vez más cristiano, etc.
Yo le
repliqué: sí padre, pero puedo hacer más.
“Eso es otro boleto”, me contestó.
Cuando estaba de colaborador, yo fui quien le pidió dirección espiritual al que en ese momento era el promotor vocacional del Norte de México, el P. Ricardo Sada Castaño, LC. Hablando una vez con él, le comenté que, según yo, veía claro que Dios me llamaba, porque había signos claros del mismo, pero…quería hacer otra carrera para estar seguro de que fuera mi vocación y tener una “seguridad”, por si no lo era. El P. Ricardo Sada, LC me recomendó comenzar la otra carrera que quería, como consagrado, para así cuidar mi vocación. Recuerdo perfectamente el diálogo: -Por tu temperamento, creo que sería bueno que hicieras la carrera que me dices, pero ya como consagrado, para que puedas proteger tu vocación.
En la
universidad vas a tener amigos, fiestas, amigas, novia, etc.
Si comienzas de
novio te enamorarás, se te olvidará la vocación y la perderás.
Si comienzas
como consagrado la podrás proteger.
Piénsalo y después me dices-.
Yo le contesté inmediatamente: -Padre, ya lo he decidido. Le digo que sí. Me contestó: -Piénsalo. -Padre, le digo que sí, porque me ha dejado una gran paz en el alma. En ese momento, me sentí no sólo como el joven rico del Evangelio que quiere ser generoso con Dios, sino como el millonario que descubre un gran tesoro, vende todo cuanto tiene para comprar aquel terreno que contiene su gran tesoro. A unos cuantos meses de mi ordenación sacerdotal, no puedo sino reconocer la gran ayuda que he recibido de la Virgen María. El día que decidí dar el sí definitivo a Dios, era el 27 de junio de 1995, día de la Virgen del Perpetuo Socorro. A lo largo del camino de mi vocación siempre ha estado la Virgen acompañándome. Les cuento algo muy rápido. En una ocasión me fui a terminar mi oración a la capilla del Centro de Estudios Superiores en Roma.
Ahí me sentí envuelto, de manera casi física,
por el cariño de la Virgen.
Cosa que agradecí.
El Sacerdote, que
celebraría la Misa, salió con ornamentos de fiesta Mariana. Para mis adentros
pensé, qué bonita fecha para recordar; la fiesta de nuestra Señora de
Chiquinquirá.
En la noche me habló mi madre y le conté eso que me había
pasado en la mañana; le dije que la emoción me había durado todo el
día.
No había terminado de decirle eso cuando mi madre comienza a
sollozar.
Le pregunté que por qué lloraba y me contestó que, porque a
esa misma hora en que yo estaba terminando la meditación, ella estaba
pidiéndole a la Virgen que nos protegiera la vocación a mí y a Adriana, mi
hermana consagrada en el Regnum Christi.
Agradezco mucho también a mis papás y a mis hermanos por todas sus oraciones y sacrificios. Han sido el motor que me ha ayudado de manera poderosa y real en momentos de dura prueba.
Gracias por su ramillete espiritual.
Una noche caliente de verano en Roma, fui muy tentado contra la pureza, estuve rezando mucho.
Casi no pude dormir. Tomé el Rosario y estuve rezando hasta
que me quedé dormido, no sé si recé tres o cuatro Rosarios seguidos.
Al día
siguiente me habló una de mis hermanas y me preguntó: “¿Cómo estás? -La
típica pregunta.
También la típica respuesta: “Bien”. Vuelve:
“No, en serio,
cómo estás, porque ayer soñé que el diablo te pegaba una paliza y estuve
rezando por ti toda la noche”.
Le conté cómo había estado la noche y
también le agradecí su gran ayuda.
A ti, querido lector te pido de manera especial me recuerdes en tus oraciones diarias.
Si alguna vez no tienes ninguna intención por la que puedas ofrecer
tus sacrificios, oraciones, alegrías, etc., te pido me incluyas para que sea
santo y fiel hasta la muerte.
Pídele a Dios que sea un santo sacerdote, y que si no me va a dejar ser santo, me retire a su lado para nunca estorbarle a sus divinos planes. Yo por lo general, pido el cielo para aquellos que me ayudan, junto con toda su familia. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su Misericordia. Oremus ad invicem! (Oremos unos por otros)
El P. José Antonio Guzmán
Díaz nació el 8 de junio en Guadalajara, Jalisco(México).
Ingresó al
Regnum Christi en mayo de 1992.
En 1994 fue colaborador en Torreón, Coah.
En
1995 se consagró a Cristo en el Regnum Christi; trabajó apostólicamente en
una Residencia Universitaria en Monterrey; en la Sección de Jóvenes; en el
Ecyd con adolescentes; ayudaba en la promoción vocacional; Asistente del
director de Evangelizadores de Tiempo Completo encargado de los Centros
Locales de México y El Salvador; Prefecto de disciplina en la Preparatoria
del Cumbres en la Ciudad de México y después Instructor de Formación en la
misma preparatoria; Hizo su noviciado en Monterrey y Salamanca (España), La
filosofía la hizo en Roma y la Teología en New York y Roma.
Tiene la carrera
de Control Automático con especialización en instrumentación y control de
procesos industriales hecha en el Centro de enseñanza Técnica Industrial y la
carrera de Administración de Empresas, hecha en el Tec de Monterrey (ITESM).
Actualmente está encargado de la promoción vocacional de menores de la zona
del norte de Italia en Lombardía y Piemonte
|
||||||||||||||||||||||||
FECHA DE PUBLICACIÓN: 2012-12-03
|
martes, 8 de enero de 2013
Testimonio vocacional del Padre José Antonio Guzmán Díaz
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario