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P.
Christian Adrián Sánchez Güémez L.C.
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Típico de un adolescente es preguntar por la siguiente actividad.
Mi caso no fue diferente.
Si me doy la vuelta y miro hacia mi
pasado, no dejo de sorprenderme por el hecho de que han transcurrido ya 16
años desde aquella ocasión en que yo mismo me planteé la misma
cuestión.
Era domingo de resurrección del año 1996.
Yo tenía 14 años. Viajaba en un
autobús, junto con otros 30 compañeros del ECyD.
Durante toda la semana santa
habíamos misionado en la zona maya de la selva de Quintana Roo.
Estaba cansado, con la cara
bronceada, con el sueño acumulado, pero a diferencia de la mayoría, yo no
dormía.
Estaba sentado, como perdido.
Miraba hacia todas partes por la
ventanilla, pero sin ver nada.
En realidad llevaba dos horas
enzarzado en una fatigosa discusión interior.
«¿Qué me ocurría?
¿Qué eran todas esas preguntas que
se arremolinaban en mi cabeza?
¿Cuál era el motivo de este volcán
de inquietudes que estallaba en mi corazón?»
Repentinamente algo, o mejor alguien, interrumpió mi monólogo existencial.
Era uno de los encargados del
grupo, de nombre Luis.
En ese momento me sentí tentado a
echarlo de mi lado.
Con su típica alegría y jovialidad
– que aún hoy le caracterizan – me preguntó si podía sentarse a mi lado.
«¡No! Déjame en paz», quise
gritarle.
Pero, afortunadamente, la educación
prevaleció.
Le devolví la sonrisa y respondí:
«Claro, con mucho gusto».
Digo afortunadamente, porque con la
breve conversación que entablamos, aquel estruendoso río que corría en mi
alma, encontró cauce.
Todavía la recuerdo con nitidez.
- “¿Por qué no duermes?
¿No estás cansado?”
- “No tengo sueño.
Pero sí estoy cansado”. Respondí
amablemente, sin mostrar gran interés.
Hubo un breve silencio.
- Luis insistió:
“¿Te gustaron las misiones?
¿Regresarás?”.
- Esta vez yo sabía que a esta pregunta no podría rehuir.
Mi respuesta no se hizo esperar:
“¡Me encantó! Pero…” – entonces el
volcán estalló –
“¿Y ahora qué?
Es decir, pienso en todas esas
personas que dejamos atrás.
Veo nuevamente las lágrimas que
corren por sus mejillas mientras el autobús se aleja…
¿y ahora qué, Luis?
¿Qué ocurrirá con ellos?”
– Hice una pausa, agitado y tembloroso –
“¿Qué más puedo hacer por ellos?”
- Luis me miró.
Y me dijo con sencillez: “No lo sé,
¿alguna vez has pensado en ser sacerdote?”.
No sé qué le respondí.
El resto de la conversación ya no
lo recuerdo.
Ciertamente, nunca antes había
considerado esta opción de vida.
El sacerdocio no estaba en mis
planes.
Pero en el momento todo me pareció
claro.
Yo deseaba ardientemente
desgastarme por un ideal grande.
Deseaba ayudar, pero no en mis
tiempos libres, durante una semana, o por un año.
Quería todo, y lo quería en ese
mismo instante.
Para mí, todo parecía sencillo.
El sacerdocio era quizá lo que yo
buscaba.
Así lo comuniqué a mis padres.
Quedaban tres meses para que el
curso
introductorio al Centro Vocacional
iniciara y tenía que preparar los papeles, comprar la ropa y satisfacer la
lista de artículos necesarios.
Ellos estaban atónitos. Al inicio
no me creyeron.
Quizá pensaron que se trataba de
una más de mis “adolescentadas”… pero cuando concerté la cita con el párroco,
el padre legionario Michael Pakenham, entonces sí que me creyeron.
Pocos, o casi nadie lo supieron.
Sólo mi familia y mis responsables del ECyD:
Miguel, Luis y mis dos mejores amigos.
Aquel verano me iría al DF, al Centro
Vocacional, que distaba 20 horas en autobús o tres horas en avión.
Viajaría
solo.
Era un asunto muy personal.
Si era lo mío me quedaba.
Si no, regresaba.
El verano se esfumó con increíble rapidez.
Cuando mis compañeros y
responsables me preguntaban por qué estaba allí, siempre respondí: «Vengo
para ver si el sacerdocio es lo mío».
Con el tiempo entendí que, no sólo
había sido llamado al sacerdocio, sino al sacerdocio en la Legión de Cristo.
Que Dios me creó para esta misión,
y que mi vida no la concibo fuera de ella.
La aventura inició.
Cursé dos años maravillosos en la
Apostólica del Ajusco.
Concluido este período, junto con
otros 20 compañeros, me trasladé al noviciado de Monterrey y, el día 15 de
septiembre de 1998, con solo 16 años, vestí por primera vez la sotana
legionaria.
Pasé un año extraordinario de
noviciado en España, y otro año inigualable en Colombia.
¿Por qué negarlo?
Yo fui feliz estos años.
Es cierto, no me faltaron las
dificultades propias de la edad, de la maduración, pero todas quedaron atrás.
A los 18 años emití mi primera
profesión religiosa, en el noviciado de Monterrey.
Posteriormente me trasladé de nuevo
a España para cursar mis estudios humanísticos los dos años siguientes y
luego mi viaje a Roma.
De notable interés fueron mis años de prácticas apostólicas (2004 – 2007). Un
período en el que pude madurar tanto humana como espiritualmente.
En la ciudad de León la gente me
acogió con alegría y desenvoltura.
En la ciudad de Puebla conocí lo que era la
amistad probada y duradera.
La gente me abrió sus puertas y ya
nunca me las cerró.
Su cercanía y su apoyo, aún hoy, me
sorprende.
En San Salvador, donde colaboré
ampliamente durante un año, encontré el cariño y el calor sincero de la
gente que vio en mí a un amigo y un representante de Jesucristo.
Insisto.
Dificultades las encontré, en el
apostolado, a veces con mis superiores y hermanos, en mi familia.
Sin embargo, mil dificultades no
crean un problema.
Siempre conté con el apoyo de mis
superiores.
Por más limitaciones humanas que
pudieran tener, yo busqué siempre en ellos lo que Dios me pedía.
Mi regreso a Roma y mi permanencia por 5 años seguidos ha sido un factor que
me ha dado solidez.
Ahora me encuentro en la ciudad de
México, ejerciendo mi ministerio como responsable de Promoción vocacional.
Confío en que mi trabajo
sistemático, guiado por el Espíritu Santo, y la gracia de Dios en mi alma
darán el fruto a su tiempo.
El P. Christian Adrián
Sánchez Güémez nació en Mérida, Yucatán (México), el 15 de octubre
de 1981.
Ingresó al seminario menor de los
legionarios de Cristo en julio de 1996 en la Cd. de México.
En septiembre de 1998 ingresó al
noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México).
Cursó su primer año de noviciado en
Salamanca (España) y el segundo año en Medellín (Colombia).
Hizo sus estudios humanísticos en
Salamanca (España).
Se graduó como Licenciado en
Filosofía en el Ateneo Pontificio Regina
Apostolorum.
Realizó sus prácticas apostólicas como responsable de los
Clubes Juveniles del ECyD en León, Puebla (México) y San Salvador (El
Salvador).
Hizo su trienio de bachillerato en
Teología en el Ateneo Pontificio Regina
Apostolorum.
Actualmente desarrolla su ministerio
como Promotor Vocacional en la ciudad de México, DF.
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