domingo, 6 de enero de 2013

Testimonio vocacional del Padre Jesús Arnaldo Rodrigues Figueira




Mi futuro tenía que ver con lo que yo traía en las manos.

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P. Jesús Arnaldo Rodrigues Figueira L.C.
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Tuve la gracia de crecer en el seno de una hermosa familia, en la cual puede respirar desde el inicio el oxígeno de la fe, no sólo con palabras sino con hechos concretos, que fueron siempre ejemplo y motivación para ser generoso con los demás y con Dios. 

Él me había elegido desde la eternidad, la Virgen me protegió en diversas ocasiones y a pesar de que yo tenía otro plan, insistió sin descanso hasta que me diera cuenta de este don, de la llamada, de ese regalo inmerecido, el Sacerdocio.

El ambiente familiar

Nací en Caracas el 4 de Octubre de 1979. Mis padres, de origen portugués, llegaron jóvenes a Venezuela en busca de un mejor futuro. 

Dejaron atrás su tierra y en medio de grandes sacrificios salieron adelante confiando siempre la providencia divina. 

Se conocieron en la parroquia María Auxiliadora durante la fiesta de San Juan Bosco y fue en esta comunidad donde recibí el bautismo y se desarrolló mi vida cristiana.

Para toda vocación es necesario un ambiente propicio que ayude a escuchar la voz de Dios y en mi vida. 

Recuerdo ver a mi madre preocupada por los pobres, donándoles comida y ropa, decorando con cariño el altar de la Iglesia  o arrodillada ante el Sagrario orando. 

A mi papá, organizando la fiesta de la Virgen de Fátima y llevando con fervor la imagen en sus hombros por las calles de la ciudad. 

Mi hermano y mi hermana fueron también buenos ejemplos de bondad, amistad y generosidad, buscando lo mejor para cada miembro de la familia al igual que todos mis primos. 

¡Qué decir de mis abuelos y tíos!, gente de mucha fe con quienes compartíamos el rezo del rosario una vez por semana.

Además de mi familia, fueron de gran apoyo el ejemplo de muchos sacerdotes y religiosas de diversas congregaciones. 

Entre ellos los padres salesianos, en cuyo oratorio aprendí a jugar fútbol en un entorno lleno de valores. 

Aún recuerdo mi primer entrenamiento, llevaba unos calcetines color crema que causaron la burla de todos mis compañeros, eso me sirvió para la humildad y para echar una mirada al escudo del equipo donde se encontraba San Juan Bosco, sencillo y lleno de alegría. 

Su figura no sólo me motivó y acompañó durante los eventos deportivos, sino también en mis lecturas infantiles. 

Tenía unas caricaturas sobre su vida que mi mamá me había regalado y las leía con mucho interés viendo la capacidad que tenía para atraer a jóvenes y niños hacia Cristo.

La primera vez que lo pensé en mis años de colegio

Estudié desde el kínder hasta el bachillerato en el Instituto Eugenia Ravasco. 

Las hermanas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María nos educaron con mucho afecto procurando que creciera en nosotros la fe y el amor a Jesucristo. 

Nos encontrábamos en la capilla del colegio antes de una misa de primer viernes, cuando una religiosa empezó a contar la historia de la fundadora (Beata Eugenia Ravasco). 

Me impresionó 

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escuchar que esta joven, perteneciente a una familia noble de Génova-Italia, hubiese dejado todo cuando sintió en una Iglesia que Dios la llamaba. 

Yo, con 14 años de edad, me pregunté en silencio: 
“¿Y si yo escuchara el llamado de Dios, sería capaz de dejarlo todo para seguirle?” 

No recuerdo haberme respondido en ese instante, pero a partir de aquel día me quedó claro que Dios podría llamarme y que, si fuera el caso, se manifestaría de alguna manera.


Es normal a esa edad que semejantes pensamientos queden en el olvido, pero con el tiempo se hacían presentes de diversas maneras. 

Mi familia es muy numerosa y constantemente se reunían mis tías y primos en las diferentes casas. 

Un día, mientras jugaba, escuché a mi mamá comentarle a una tía: “Yo sería la mujer más feliz del mundo, si tuviera un hijo sacerdote o una hija religiosa”. 

Esas palabras se me quedaron grabadas. 

Fue la segunda vez que lo pensé y cuando veía a mi mamá un poco triste o desesperada por nuestras travesuras, se me ocurría la idea de ser sacerdote para hacerla feliz. 

Estos sentimientos se desvanecían pronto y luego todo volvía a ser igual.

La época del colegio estuvo llena de aventuras, buenos amigos, momentos agradables y otros pocos no tanto, pero en todos los sentidos muy provechosa. 

El fútbol era una gran pasión en mi vida, heredada de mi papá y compartida por mi hermano y mis primos. 

Desde pequeño iba a los estadios a ver a mi equipo y mitad de la semana me la pasaba entrenando y jugando en la liga de la ciudad o en el colegio. 

Tuve la oportunidad de jugar fútbol con el Colegio Santo Tomás de Aquino, donde los padres dominicos me recibieron con las manos abiertas y donde encontré un excelente grupo de amigos; fue mi primer contacto con este santo doctor de la Iglesia cuya filosofía y teología estudié en Roma para prepararme al sacerdocio.

 Llegó un momento en la adolescencia en el cual los tiempos de recreo entre clases dejaron de ser solamente un espacio para descargar mis energías contra el balón y empecé a preocuparme más por mis amistades femeninas. 

Casi sin esperarlo empezó una relación con la niña más bonita del colegio. 

Me enamoré, nos hicimos novios y, en mi esfuerzo por estar más cerca de ella, me inscribí en un movimiento de liderazgo católico llamado Gaviota. 

Tenían encuentros quincenales donde, además de reflexionar sobre el Evangelio, se dedicaba un tiempo para la acción social con los más necesitados. 

Estás experiencias, unidas a los momentos de silencio y reflexión que me ofrecían los retiros anuales, me ayudaron a ir descubriendo la gran felicidad que probaba al hacer algo grande por los demás.

La experiencia del amor de Cristo y sus gracias de protección

Nadie puede amar lo que no conoce y mucho menos entregarle la vida a alguien que no ama. Dios se me dio a conocer en la persona de Cristo de un modo gradual, pero en un momento ese amor se hizo más fuerte. 

En una Semana Santa mientras veía la película de “Jesús de Nazaret”, descubrí en el sufrimiento de Cristo el inmenso amor que me tenía. 

 No sé cómo explicarlo, fue una gracia especial y a partir de ese momento le prometí que no le fallaría, que yo no le iba a hacer sufrir y que estaría dispuesto a hacer lo que me pidiera aunque me costara la vida.

El día de mi confirmación recibí un regalo de mis padres y en la tarjeta mi mamá escribió: “Recuerda a San Domingo Savio: Antes morir que pecar”. 

Esta frase la tuve muy presente y en los años de la juventud a pesar de que el ambiente era muy contrario a los valores cristianos luché por vivir de acuerdo a lo que Dios nos pide en el Evangelio. 

Yo estaba seguro que Dios, siendo quien era, no iba a exigirnos algo que nos hiciera daño o nos llevara a la infelicidad, sino más bien a la realización plena. 

Mi lucha humana e individual no era suficiente y viví en carne propia verdaderos milagros de la gracia de Dios. 

Tuve una novia que fumaba drogas y con ella estuve a punto de caer en varios vicios, pero en esos momentos de debilidad ocurrían cosas inesperadas que me salvaban.

Con amigos, amigas, novias y en diversos ambientes esto se repetía y concluí que no podía ser casualidad, sino que Dios y la Virgen en su providencia me cuidaban para algo grande.

 Mi camino ya había sido marcado por Dios. 

De un modo muy peculiar, se reveló ese destino ante toda mi familia. 

Durante una reunión familiar, al final de un momento de oración, una prima lejana con cierto don de profecía dijo que mi futuro tenía que ver con lo que yo traía en las manos (tenía un rosario) y en su visión, me veía entrando a un seminario. 

Mi mamá se conmovió mucho y yo también en cierta manera, pues ya había pensado en el sacerdocio, luego lo olvidé, pero ella se manifestó de nuevo escribiéndome dos postales desde Portugal en las que me motivaba a sentir  “o chamamento divino” (el llamado de Dios).

Mi itinerario intelectual fue también un revelarse de la Providencia. 

Antes de entrar a la Universidad pensaba estudiar Medicina, comencé estudiando Ingeniería y con el deseo de cambiarme a Economía terminé estudiando Derecho en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas. 

En esta facultad  hice amistad con una chica a través de la cual conocí el apostolado Gente Nueva (IUVE), luego el Movimiento Regnum Christi y para que se cumplieran los designios de Dios, la Legión de Cristo. 

Elena Bustillos ahora consagrada en el Regnum Christi, fue un ejemplo clave, me enseñó que era posible vivir en el mundo actual, siendo normal y feliz sin dejar de ser coherente con Dios. 

En estos años seguí experimentando la alegría de donarme a los demás ayudando a grupos de familias necesitadas a través de talleres formativos y la creación de micro-empresas en el pueblo de Turgua-El Hatillo. 

En los programas de Gente Nueva y Soñar Despierto pude seguir afianzando esa convicción de que me realizaría ayudando a los demás.  

Los prejuicios contra el sacerdocio

Estuve dos años participando en los programas apostólicos del Regnum Christi, pero sin saber nada de su espiritualidad ni de los Legionarios de Cristo. 

Por medio de mi amiga Elena conocí a las señoritas consagradas, quienes con su entusiasmo y celo apostólico me invitaron al jubileo del año 2000 en Roma. 

Una de ellas metió el dedo en la llaga diciéndome que desde el primer día que me había conocido se dio cuenta que yo tenía vocación. 

Me puse nervioso, porque sí lo había pensado, pero no quería ser sacerdote. 

Tenía algunos prejuicios, pensaba que sería una vida muy solitaria y triste, monótona y sin aventura, además que como hombre normal me atraía mucho la idea de tener una esposa y formar una familia, no me imaginaba celebrando misa y confesando.

Finalmente, con la ayuda económica de una tía accedí ir al viaje no tanto por motivos espirituales, sino por turismo y porque en la peregrinación iba una niña que me gustaba. 

Dios tiene sus caminos y me tenía algo reservado. Al final no pasó nada con la niña, pero sí con Jesucristo. 

Cuando vi la alegría de todos los hermanos y padres legionarios, tantos jóvenes con sotana, coherentes con su misión y fieles al Papa, se empezaron a caer mis prejuicios y mi reserva de excusas para huir de la voluntad de Dios se agotaba. 

La posibilidad de ver al Santo Padre y algunas experiencias en la ciudad eterna también fueron fundamentales. 

Salí de Roma convencido que la Legión de Cristo era una obra de Dios y que si Él me llamase a ser sacerdote ésa era la congregación donde debería entrar.

La necesidad de un amor mayor

Dios empezaba a tocar la puerta de mi corazón con mayor insistencia, en mi alma se afianzaba el deseo ardiente de cumplir la Voluntad de Dios aunque me costara la vida, pero de vuelta a Venezuela apareció la niña de mis sueños. 

Ella tenía todo lo que yo buscaba en una mujer y además era del Regnum Christi. 

El futuro de mi vida ya había encontrado un sentido y le daba gracias a Dios por ese regalo tan grande.  

Muy emocionado le comenté a mi director espiritual aquella gran noticia y  el Padre me dijo: “Creo que llegué tarde. 

Pero ¡Dios nunca llega tarde!”. 

Me preguntó que si alguna vez había pensado ser sacerdote y yo le dije que sí, pero que no me veía como cura y menos ahora con la novia que tenía.

Le dije eso porque todo iba de maravilla en mi vida y el noviazgo que tenía era casi perfecto. 

De hecho, un día me preocupé y le pregunté a Dios cuál sería la cruz que me enviaría en el futuro, porque en ese momento las cosas iban demasiado bien. 

Yo le había prometido a Dios vivir según su voluntad en todo, no quería fallarle y pude experimentar la alegría de vivir en castidad el noviazgo. 

Cuando se hace este esfuerzo ayudado de la gracia divina empiezas a buscar maneras originales para demostrar tu amor, sales de ti mismo y del egoísmo de encontrar sólo placer en la otra persona. 

La empiezas a amar, no tanto por lo que tiene o te puede dar, sino por lo que es. Éramos tan felices, que varias personas se impresionaban y nos preguntaban cuál era el secreto.
Lo puedo afirmar con hechos, la clave está en vivir según Dios quiere que vivamos. 

No niego que implica sacrificios y que se debe estar muy cerca de Dios, de lo contrario es imposible.

La duda se hizo cada vez más grande, porque Dios seguía tocando a mi puerta de diversas maneras, hasta que decidí darle una oportunidad y saber que quería de mí.

Fueron muchas las señales de Dios, pero aquella que se mostró con mayor fuerza fue la experiencia de la contingencia del amor humano, que no podía llenar mis deseos de amar. 

 Constaté, que yo, al igual que todos los que hemos sido llamados por Dios a esta vocación, hemos sido creados con un corazón gigante para amar más. 

Éste amor no podía ser correspondido por otra persona, sino por Dios, pues sólo Él es fiel hasta el final. 

Terminando mi tercer año de Derecho fui al Candidatado o período de probación previa esperando que los Padres me dijeran que no era mi camino, pero a pesar de todo lo que me costaba aceptarlo, Dios me había amado y me ama hasta el extremo, yo quería corresponderle, Él ya me había elegido y no podía decirle que no.
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El P. Jesús Arnaldo Rodrigues Figueira nació en Caracas (Venezuela) el 4 de octubre de 1979. 

Estudió en el colegio Eugenia Ravasco. 

Cursó tres años de Derecho en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas. 

El 22 de Octubre de 2001 ingresó al noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México). 

Cursó los estudios humanísticos en Salamanca (España). 

Durante tres años fue promotor vocacional en Novo Hamburgo, RS (Brasil). 

Es bachiller en filosofía y teología por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum.

Mientras cursaba sus estudios de Teología fue miembro del equipo de formadores del Centro de Estudios Superiores de Roma (Italia). 

Desde el verano de 2012 es orientador de jóvenes en la ciudad de Barquisimeto (Venezuela

FECHA DE PUBLICACIÓN: 2012-12-03

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