|
|
|
|
|
P.
Jesús Arnaldo Rodrigues Figueira L.C.
|
|
|
Tuve la gracia de crecer en el seno
de una hermosa familia, en la cual puede respirar desde el inicio el oxígeno
de la fe, no sólo con palabras sino con hechos concretos, que fueron siempre
ejemplo y motivación para ser generoso con los demás y con Dios.
Él me había
elegido desde la eternidad, la Virgen me protegió en diversas ocasiones y a
pesar de que yo tenía otro plan, insistió sin descanso hasta que me diera
cuenta de este don, de la llamada, de ese regalo inmerecido, el Sacerdocio.
El ambiente familiar
Nací en Caracas el 4 de Octubre de
1979. Mis padres, de origen portugués, llegaron jóvenes a Venezuela en busca
de un mejor futuro.
Dejaron atrás su tierra y en medio de grandes sacrificios
salieron adelante confiando siempre la providencia divina.
Se conocieron en
la parroquia María Auxiliadora durante la fiesta de San Juan Bosco y fue en
esta comunidad donde recibí el bautismo y se desarrolló mi vida cristiana.
Para toda vocación es necesario un ambiente propicio que ayude a escuchar la
voz de Dios y en mi vida.
Recuerdo ver a mi madre preocupada por los pobres,
donándoles comida y ropa, decorando con cariño el altar de la Iglesia o
arrodillada ante el Sagrario orando.
A mi papá, organizando la fiesta de la
Virgen de Fátima y llevando con fervor la imagen en sus hombros por las calles
de la ciudad.
Mi hermano y mi hermana fueron también buenos ejemplos de
bondad, amistad y generosidad, buscando lo mejor para cada miembro de la
familia al igual que todos mis primos.
¡Qué decir de mis abuelos y tíos!,
gente de mucha fe con quienes compartíamos el rezo del rosario una vez por
semana.
Además de mi familia, fueron de
gran apoyo el ejemplo de muchos sacerdotes y religiosas de diversas
congregaciones.
Entre ellos los padres salesianos, en cuyo oratorio aprendí a
jugar fútbol en un entorno lleno de valores.
Aún recuerdo mi primer
entrenamiento, llevaba unos calcetines color crema que causaron la burla de
todos mis compañeros, eso me sirvió para la humildad y para echar una mirada
al escudo del equipo donde se encontraba San Juan Bosco, sencillo y lleno de
alegría.
Su figura no sólo me motivó y acompañó durante los eventos
deportivos, sino también en mis lecturas infantiles.
Tenía unas caricaturas
sobre su vida que mi mamá me había regalado y las leía con mucho interés
viendo la capacidad que tenía para atraer a jóvenes y niños hacia Cristo.
La primera vez que lo pensé en mis
años de colegio
Estudié desde el kínder hasta el
bachillerato en el Instituto Eugenia Ravasco.
Las hermanas de los Sagrados
Corazones de Jesús y de María nos educaron con mucho afecto procurando que
creciera en nosotros la fe y el amor a Jesucristo.
Nos encontrábamos en la
capilla del colegio antes de una misa de primer viernes, cuando una religiosa
empezó a contar la historia de la fundadora (Beata Eugenia Ravasco).
Me
impresionó
escuchar que esta joven,
perteneciente a una familia noble de Génova-Italia, hubiese dejado todo
cuando sintió en una Iglesia que Dios la llamaba.
Yo, con 14 años de edad, me
pregunté en silencio:
“¿Y si yo escuchara el llamado de Dios, sería capaz de
dejarlo todo para seguirle?”
No recuerdo haberme respondido en ese instante,
pero a partir de aquel día me quedó claro que Dios podría llamarme y que, si
fuera el caso, se manifestaría de alguna manera.
Es normal a esa edad que semejantes
pensamientos queden en el olvido, pero con el tiempo se hacían presentes de
diversas maneras.
Mi familia es muy numerosa y constantemente se reunían mis
tías y primos en las diferentes casas.
Un día, mientras jugaba, escuché a mi
mamá comentarle a una tía: “Yo sería la mujer más feliz del mundo, si tuviera
un hijo sacerdote o una hija religiosa”.
Esas palabras se me quedaron
grabadas.
Fue la segunda vez que lo pensé y cuando veía a mi mamá un poco
triste o desesperada por nuestras travesuras, se me ocurría la idea de ser
sacerdote para hacerla feliz.
Estos sentimientos se desvanecían pronto y
luego todo volvía a ser igual.
La época del colegio estuvo llena
de aventuras, buenos amigos, momentos agradables y otros pocos no tanto, pero
en todos los sentidos muy provechosa.
El fútbol era una gran pasión en mi
vida, heredada de mi papá y compartida por mi hermano y mis primos.
Desde
pequeño iba a los estadios a ver a mi equipo y mitad de la semana me la
pasaba entrenando y jugando en la liga de la ciudad o en el colegio.
Tuve la
oportunidad de jugar fútbol con el Colegio Santo Tomás de Aquino, donde los
padres dominicos me recibieron con las manos abiertas y donde encontré un
excelente grupo de amigos; fue mi primer contacto con este santo doctor de la
Iglesia cuya filosofía y teología estudié en Roma para prepararme al
sacerdocio.
Llegó un momento en la
adolescencia en el cual los tiempos de recreo entre clases dejaron de ser
solamente un espacio para descargar mis energías contra el balón y empecé a
preocuparme más por mis amistades femeninas.
Casi sin esperarlo empezó una
relación con la niña más bonita del colegio.
Me enamoré, nos hicimos novios
y, en mi esfuerzo por estar más cerca de ella, me inscribí en un movimiento
de liderazgo católico llamado Gaviota.
Tenían encuentros quincenales donde,
además de reflexionar sobre el Evangelio, se dedicaba un tiempo para la
acción social con los más necesitados.
Estás experiencias, unidas a los
momentos de silencio y reflexión que me ofrecían los retiros anuales, me
ayudaron a ir descubriendo la gran felicidad que probaba al hacer algo grande
por los demás.
La experiencia del amor de Cristo y
sus gracias de protección
Nadie puede amar lo que no conoce y
mucho menos entregarle la vida a alguien que no ama. Dios se me dio a conocer
en la persona de Cristo de un modo gradual, pero en un momento ese amor se
hizo más fuerte.
En una Semana Santa mientras veía la película de “Jesús de
Nazaret”, descubrí en el sufrimiento de Cristo el inmenso amor que me tenía.
No sé cómo explicarlo, fue una gracia especial y a partir de ese momento le
prometí que no le fallaría, que yo no le iba a hacer sufrir y que estaría
dispuesto a hacer lo que me pidiera aunque me costara la vida.
El día de mi confirmación recibí un
regalo de mis padres y en la tarjeta mi mamá escribió: “Recuerda a San
Domingo Savio: Antes morir que pecar”.
Esta frase la tuve muy presente y en
los años de la juventud a pesar de que el ambiente era muy contrario a los
valores cristianos luché por vivir de acuerdo a lo que Dios nos pide en el
Evangelio.
Yo estaba seguro que Dios, siendo quien era, no iba a exigirnos
algo que nos hiciera daño o nos llevara a la infelicidad, sino más bien a la
realización plena.
Mi lucha humana e individual no era suficiente y viví en
carne propia verdaderos milagros de la gracia de Dios.
Tuve una novia que
fumaba drogas y con ella estuve a punto de caer en varios vicios, pero en
esos momentos de debilidad ocurrían cosas inesperadas que me salvaban.
Con
amigos, amigas, novias y en diversos ambientes esto se repetía y concluí que
no podía ser casualidad, sino que Dios y la Virgen en su providencia me
cuidaban para algo grande.
Mi camino ya había sido
marcado por Dios.
De un modo muy peculiar, se reveló ese destino ante toda mi
familia.
Durante una reunión familiar, al final de un momento de oración, una
prima lejana con cierto don de profecía dijo que mi futuro tenía que
ver con lo que yo traía en las manos (tenía un rosario) y en su
visión, me veía entrando a un seminario.
Mi mamá se conmovió mucho y yo
también en cierta manera, pues ya había pensado en el sacerdocio, luego lo
olvidé, pero ella se manifestó de nuevo escribiéndome dos postales desde
Portugal en las que me motivaba a sentir “o chamamento divino”
(el llamado de Dios).
Mi itinerario intelectual fue
también un revelarse de la Providencia.
Antes de entrar a la Universidad
pensaba estudiar Medicina, comencé estudiando Ingeniería y con el deseo de
cambiarme a Economía terminé estudiando Derecho en la Universidad Católica
Andrés Bello de Caracas.
En esta facultad hice amistad con una chica a
través de la cual conocí el apostolado Gente Nueva (IUVE), luego el
Movimiento Regnum Christi y para que se cumplieran los designios de Dios, la
Legión de Cristo.
Elena Bustillos ahora consagrada en el Regnum Christi, fue
un ejemplo clave, me enseñó que era posible vivir en el mundo actual, siendo
normal y feliz sin dejar de ser coherente con Dios.
En estos años seguí
experimentando la alegría de donarme a los demás ayudando a grupos de
familias necesitadas a través de talleres formativos y la creación de
micro-empresas en el pueblo de Turgua-El Hatillo.
En los programas de Gente
Nueva y Soñar Despierto pude seguir afianzando esa convicción de que me
realizaría ayudando a los demás.
Los prejuicios contra el sacerdocio
Estuve dos años participando en los
programas apostólicos del Regnum Christi, pero sin saber nada de su
espiritualidad ni de los Legionarios de Cristo.
Por medio de mi amiga Elena
conocí a las señoritas consagradas, quienes con su entusiasmo y celo
apostólico me invitaron al jubileo del año 2000 en Roma.
Una de ellas metió
el dedo en la llaga diciéndome que desde el primer día que me había conocido
se dio cuenta que yo tenía vocación.
Me puse nervioso, porque sí lo había
pensado, pero no quería ser sacerdote.
Tenía algunos prejuicios, pensaba que
sería una vida muy solitaria y triste, monótona y sin aventura, además que
como hombre normal me atraía mucho la idea de tener una esposa y formar una
familia, no me imaginaba celebrando misa y confesando.
Finalmente, con la ayuda económica
de una tía accedí ir al viaje no tanto por motivos espirituales, sino por
turismo y porque en la peregrinación iba una niña que me gustaba.
Dios tiene
sus caminos y me tenía algo reservado. Al final no pasó nada con la niña,
pero sí con Jesucristo.
Cuando vi la alegría de todos los hermanos y padres
legionarios, tantos jóvenes con sotana, coherentes con su misión y fieles al
Papa, se empezaron a caer mis prejuicios y mi reserva de excusas para huir de
la voluntad de Dios se agotaba.
La posibilidad de ver al Santo Padre y
algunas experiencias en la ciudad eterna también fueron fundamentales.
Salí
de Roma convencido que la Legión de Cristo era una obra de Dios y que si Él
me llamase a ser sacerdote ésa era la congregación donde debería entrar.
La necesidad de un amor mayor
Dios empezaba a tocar la puerta de
mi corazón con mayor insistencia, en mi alma se afianzaba el deseo ardiente
de cumplir la Voluntad de Dios aunque me costara la vida, pero de vuelta a
Venezuela apareció la niña de mis sueños.
Ella tenía todo lo que yo buscaba
en una mujer y además era del Regnum Christi.
El futuro de mi vida ya había
encontrado un sentido y le daba gracias a Dios por ese regalo tan
grande.
Muy emocionado le comenté a mi director espiritual aquella gran
noticia y el Padre me dijo: “Creo que llegué tarde.
Pero ¡Dios nunca
llega tarde!”.
Me preguntó que si alguna vez había pensado ser sacerdote y yo
le dije que sí, pero que no me veía como cura y menos ahora con la novia que
tenía.
Le dije eso porque todo iba de
maravilla en mi vida y el noviazgo que tenía era casi perfecto.
De hecho, un
día me preocupé y le pregunté a Dios cuál sería la cruz que me enviaría en el
futuro, porque en ese momento las cosas iban demasiado bien.
Yo le había
prometido a Dios vivir según su voluntad en todo, no quería fallarle y pude
experimentar la alegría de vivir en castidad el noviazgo.
Cuando se hace este
esfuerzo ayudado de la gracia divina empiezas a buscar maneras originales
para demostrar tu amor, sales de ti mismo y del egoísmo de encontrar sólo
placer en la otra persona.
La empiezas a amar, no tanto por lo que tiene o te
puede dar, sino por lo que es. Éramos tan felices, que varias personas se
impresionaban y nos preguntaban cuál era el secreto.
Lo puedo afirmar con
hechos, la clave está en vivir según Dios quiere que vivamos.
No niego que
implica sacrificios y que se debe estar muy cerca de Dios, de lo contrario es
imposible.
La duda se hizo cada vez más
grande, porque Dios seguía tocando a mi puerta de diversas maneras, hasta que
decidí darle una oportunidad y saber que quería de mí.
Fueron muchas las
señales de Dios, pero aquella que se mostró con mayor fuerza fue la experiencia
de la contingencia del amor humano, que no podía llenar mis deseos de amar.
Constaté, que yo, al igual que todos los que hemos sido llamados por Dios a
esta vocación, hemos sido creados con un corazón gigante para amar más.
Éste
amor no podía ser correspondido por otra persona, sino por Dios, pues sólo Él
es fiel hasta el final.
Terminando mi tercer año de Derecho fui al
Candidatado o período de probación previa esperando que los Padres me dijeran
que no era mi camino, pero a pesar de todo lo que me costaba aceptarlo, Dios
me había amado y me ama hasta el extremo, yo quería corresponderle, Él ya me
había elegido y no podía decirle que no.
El P. Jesús Arnaldo
Rodrigues Figueira nació en Caracas (Venezuela) el 4 de octubre de
1979.
Estudió en el colegio Eugenia Ravasco.
Cursó tres años de Derecho
en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas.
El 22 de Octubre de 2001
ingresó al noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México).
Cursó los
estudios humanísticos en Salamanca (España).
Durante tres años fue promotor
vocacional en Novo Hamburgo, RS (Brasil).
Es bachiller en filosofía y
teología por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum.
Mientras cursaba
sus estudios de Teología fue miembro del equipo de formadores del Centro de
Estudios Superiores de Roma (Italia).
Desde el verano de 2012 es orientador
de jóvenes en la ciudad de Barquisimeto (Venezuela
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario