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18.ENE.2013
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Fuente:
National Catholic Register
Frente al auge del relativismo, el Año de la Fe se presenta como una
oportunidad para mostrar que la verdad se apoya en unos fundamentos objetivos.
Pero esto exige desechar la creencia en una fe demasiado autosuficiente y
en una razón demasiado desconfiada.
Así lo explica el sacerdote dominico Brian Mullady, miembro de la Academia
Católica de Ciencias de Estados Unidos, en un artículo publicado en National Catholic
Register (31-12-2012).
Para Mullady, el relativismo es fruto de una fe ciega en
que la razón y el progreso pueden garantizar por sí solos la respuesta
definitiva al problema de la verdad humana e incluso del mal en el mundo.
Paradójicamente, en esa búsqueda de certezas al margen de
Dios, se termina abandonando el concepto de una verdad objetiva y se sustituye
por el de la verdad subjetiva.
Ante la pluralidad de verdades “para mí”, la razón
termina extraviada en la incertidumbre.
A esta falta de confianza en el conocimiento humano se
sumó en la época moderna –dice Mullady– el divorcio entre los sentidos y la
inteligencia.
Desde el momento en que el hombre moderno renunció a
encontrar una “verdad en sí” (o sea, con un fundamento objetivo en la
realidad), se condenó a tener que elegir entre buscarla en las meras
percepciones sensoriales (las cosas son como yo las percibo) o en sí mismo (el
individuo como fuente exclusiva de verdad).
En el terreno religioso, el enorme giro subjetivo
característico de la cultura moderna trajo un nuevo dilema: puesto que la
subjetividad se convierte en el único criterio para valorar la realidad, cabe
el riesgo de relegar a Dios bien al ámbito del sentimiento bien al de la razón.
Nace así una fe demasiado humana, en la que la revelación
divina se vuelve prescindible: se piensa que el sentimiento o la razón pueden
tanto revelar la naturaleza de Dios como resolver los problemas profundos del
alma.
Redescubrir el
misterio
Para Mullady, los resultados de este proceso de
secularización están a la vista: “Cuanto más trata el hombre de erradicar el
misterio, más misterioso se vuelve el mundo”.
Tras sacrificar la fe en el altar del progreso, los
sacerdotes de la secularización “aseguran no solo que cualquier forma de
conocimiento distinta a la ciencia es irrelevante y anacrónica, sino también
que priva al hombre de su razón y le reduce a la condición de criatura
supersticiosa y temerosa”.
“Pero el hecho asombroso que ha revelado el siglo XX y lo
que va del XXI es que, a pesar de todos esos empeños por hacer la fe y la
religión irrelevantes al hombre, estas no solo sobreviven sino que florecen a
lo largo y a lo ancho del mundo”.
Claro que esto no siempre ocurre con las bendiciones de
la cultura dominante.
Pero aquí es donde Mullady ve uno de los frutos posibles
del Año de la Fe: “El Papa Benedicto XVI nos lanza el reto de redescubrir la
belleza, la vibración y el misterio de nuestra religión.
Nos plantea cómo darnos cuenta de que la mente y el
corazón humanos solo pueden ser satisfechos por Dios”.
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