Meditaciones del Vía Crucis en el Coliseo de
Roma a cargo de una pareja de esposos
CIUDAD DEL
VATICANO, viernes 6 abril 2012 (ZENIT.org).- El santo padre Benedicto XVI presidió el
piadoso ejercicio del Via
Crucis, que tradicionalmente se realiza la noche del Viernes
Santo en el Coliseo de Roma.
Este año, los
textos de las meditaciones y las oraciones para cada estación fueron preparadas
por los esposos Danilo y Ana María Zanzucchi, del Movimento de los Focolares e
iniciadores del movimiento “Familias Nuevas”.
Las antorchas que
acompañaron la cruz fueron llevadas por jóvenes de la Diócesis de Roma,
mientras la Cruz fue portada por el cardenal Agostino Vallini, Vicario General
de su Santidad para la diócesis de Roma, así como por dos frailes franciscanos
de la Custodia de Tierra Santa y por algunas familias provenientes de Italia,
Irlanda, Burkina Faso y del Perú.
Al final del Via Crucis, antes
de bendecir a los fieles, el Papa pronunció las palabras
siguientes.
Queridos hermanos
y hermanas:
Hemos recordado
en la meditación, en la oración y en el canto, el camino de Jesús en la vía de
la cruz: una vía que parecía sin salida y que, sin embargo, ha cambiado la vida
y la historia del hombre, ha abierto el paso hacia los «cielos nuevos y la
tierra nueva» (cf.Ap.
21,1). Especialmente en este día del Viernes Santo, la Iglesia
celebra con íntima devoción espiritual la memoria de la muerte en cruz del Hijo
de Dios y, en su cruz, ve el árbol de la vida, fecundo de una nueva esperanza.
La experiencia
del sufrimiento y de la cruz marca la humanidad, marca incluso la familia;
cuántas veces el camino se hace fatigoso y difícil. Incomprensiones,
divisiones, preocupaciones por el futuro de los hijos, enfermedades,
dificultades de diverso tipo. En nuestro tiempo, además, la situación de muchas
familias se ve agravada por la precariedad del trabajo y por otros efectos
negativos de la crisis económica.
El camino
del Via Crucis,
que hemos recorrido esta noche espiritualmente, es una invitación para todos
nosotros, y especialmente para las familias, a contemplar a Cristo crucificado
para tener la fuerza de ir más allá de las dificultades. La cruz de Jesús es el
signo supremo del amor de Dios para cada hombre, la respuesta sobreabundante a
la necesidad que tiene toda persona de ser amada. Cuando nos encontramos en la
prueba, cuando nuestras familias deben afrontar el dolor, la tribulación,
miremos a la cruz de Cristo: allí encontramos el valor y la fuerza para seguir
caminando; allí podemos repetir con firme esperanza las palabras de san Pablo:
«¿Quién nos separará del amor de Cristo?: ¿la tribulación?, ¿la angustia?,¿la
persecución?, ¿el hambre?,¿la desnudez?, ¿el peligro?,¿la espada?... Pero en
todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado» (Rm 8,35.37).
En la aflicción y
la dificultad, no estamos solos; la familia no está sola: Jesús está presente con
su amor, la sostiene con su gracia y le da la fuerza para seguir adelante, para
afrontar los sacrificios y superar todo obstáculo. Y es a este amor de Cristo
al que debemos acudir cuando las vicisitudes humanas y las dificultades
amenazan con herir la unidad de nuestra vida y de la familia. El misterio de la
pasión, muerte y resurrección de Cristo alienta a seguir adelante con
esperanza: la estación del dolor y de la prueba, si la vivimos con Cristo, con
fe en él, encierra ya la luz de la resurrección, la vida nueva del mundo
resucitado, la pascua de cada hombre que cree en su Palabra.
En aquel hombre
crucificado, que es el Hijo de Dios, incluso la muerte misma adquiere un nuevo
significado y orientación, es rescatada y vencida, es el paso hacia la nueva
vida: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si
muere, da mucho fruto» (Jn. 12,24).
Encomendémonos a
la Madre de Cristo. A ella, que ha acompañado a su Hijo por la vía dolorosa.
Que ella, que estaba junto a la cruz en la hora de su muerte, que ha alentado a
la Iglesia desde su nacimiento para que viva la presencia del Señor, dirija
nuestros corazones, los corazones de todas las familias a través del
inmenso mysterium
passionis hacia el mysterium
paschale, hacia
aquella luz que prorrumpe de la Resurrección de Cristo y muestra el triunfo
definitivo del amor, de la alegría, de la vida, sobre el mal, el sufrimiento,
la muerte. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario