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Renunciar a la presencia física de
nuestros hijos cuesta, ¡claro que cuesta!, pero si es para su felicidad y la
salvación de muchas almas, ¿podemos resistirnos?
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Mi familia se ha visto llena de
bendiciones: tengo un hermano legionario, una hermana y mis dos hijas
mellizas son señoritas consagradas en el Regnum Christi, Alejandro, el único
varón de nuestros hijos, después de cinco años en el centro vocacional, si
Dios quiere, en septiembre de 2002 comenzará el noviciado. Tenemos además
otras tres hijas: Andrea, la más pequeña, de 12 años; Teresa, quien ya ha formado
su familia con Alejandro, y Jimena, quien se casará con René el próximo mes
de septiembre.
Teresa y Jimena tuvieron la gracia de ser colaboradoras en el
Regnum Christi al servicio de la Iglesia. Es imposible para nosotros entender
cómo o por qué Dios, desde la eternidad misma, puso sus ojos en nuestros
hijos, en nuestra familia. Lo que sí podemos sentir de alguna manera es que
estas llamadas son una gracia muy especial que debemos primero aceptar y
después agradecer: Cuando Dios pide un hijo, Él mismo ocupa su lugar.
Nuestros hijos necesitan nuestro apoyo; nuestros hijos consagrados también
necesitan nuestro apoyo, nuestras oraciones, nuestras palabras de aliento.
Como padres de familia, podemos decir que tenemos una vocación de familia de
consagrados, pues todos estamos inmersos en la vocación de nuestros hijos y
Dios espera que respondamos a esa vocación.
El seguimiento a Cristo implica
cargar con una Cruz; a quien diga que no le cuesta, no le crean. Un buen
padre siempre está preocupado pensando con quién se casarán nuestros hijos
pero, ¿hay mejor partido que Jesucristo? Renunciar a la presencia física de
nuestros hijos cuesta, ¡claro que cuesta!, pero si es para su felicidad y la
mayor gloria de Dios y la salvación de muchas almas, ¿podemos resistirnos?
Hace algunos años escuché a un sacerdote decir que el apoyo de la propia
familia a los hijos consagrados es algo
muy importante. Al caminar por un
bosque, ¿qué observamos en los árboles? Sus hojas, su fruto, su sombra; pocos
pensarían en la raíz. Sin embargo, ese árbol grande y frondoso caería sin la
raíz. Ése es el apoyo que nuestros hijos necesitan, que seamos raíces profundas
que los soportan con alegría, con oraciones, con sacrificio, los cuales, como
la savia, hacen que el arbusto se convierta en árbol frondoso, florezca y dé
frutos abundantes. Esa labor de la raíz, callada, escondida, que a simple
vista no parece importante, es fundamental para ayudar a nuestros hijos a ser
luz en este mundo de confusión, testimonio de amor en un mundo lleno de
egoísmo, esperanza en mundo lleno de sinsentido. Es difícil encontrar
palabras para agradecer a Dios los maravillosos, sublimes y misteriosos dones
que son el sacerdocio y la vida consagrada al servicio de Nuestro Señor, a
los cuales nuestros hijos han sido llamados. Me gustaría agradecer a Dios el
sí y la fidelidad de ese sí, del fundador del Movimiento y de la Legión. De su
fidelidad dependemos muchos de nosotros, así como de nuestra fidelidad
dependen otros tantos. Teresa Garza de Páez
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FECHA DE PUBLICACIÓN: 2002-05-07
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domingo, 29 de julio de 2012
Cuando Dios pide un hijo Él mismo ocupa su lugar
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